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Ian Kershaw: Decisiones trascendentales. De Dunquerque a Pearl Harbor (1940-1941). El año que cambió la historia (Península, 2008)

Ian Kershaw: Decisiones trascendentales. De Dunquerque a Pearl Harbor (1940-1941). El año que cambió la historia (Península, 2008)

    TÍTULO
Decisiones trascendentales. De Dunquerque a Pearl Harbor (1940-1941). El año que cambió la historia

    AUTOR
Ian Kershaw

    EDITORIAL
Península

    GÉNERO
Historia

    OTROS DATOS
Barcelona, 2008. 760 páginas. 34,50 EUROS



Ian Kershaw

Ian Kershaw


Reseñas de libros/No ficción
Ian Kershaw: Decisiones trascendentales. De Dunquerque a Pearl Harbor (1940-1941). El año que cambió la historia (Península, 2008)
Por Rogelio López Blanco, martes, 1 de julio de 2008
El marco de partida de Ian Kershaw es muy preciso. En poco más de año y medio, entre mayo de 1940 y diciembre de 1941, los líderes y cúpulas dirigentes de los distintos países implicados por las agresiones desatadas por Alemania en Europa (Polonia, mayo de 1939) y Japón en Asia (China desde 1937), adoptaron decisiones que, enlazadas con las de las potencias agresoras, finalmente determinaron el posterior curso de lo que, a partir del ataque a la base naval de Pearl Harbor, sería la mayor conflagración global conocida hasta el momento, la Segunda Guerra Mundial. El subtítulo del libro lo especifica con claridad: De Dunquerque a Pearl Harbor (1940-1941). El año que cambió la historia (licencia poco excusable de la editorial para redondear lo que en realidad fueron diecinueve meses). El profesor británico, autor de una monumental y reputada biografía de Adolf Hitler, estudia en este volumen “la interacción de las decisiones clave tomadas por los dirigentes de las principales potencias...”, admirable aportación que contribuye a esclarecer un conflicto que cambió la historia de la humanidad. Al finalizar las hostilidades, como concluye irónicamente el autor en el epílogo, “los dirigentes de Alemania y Japón habían creado un mundo que era la antítesis absoluta de todo aquello por lo que ellas habían luchado”.

Sin embargo, ese destino no era inexorable. Las cosas pudieron suceder de otra forma y eso es lo que pretende demostrar el libro. Es evidente que los dirigentes y consejeros manejaron distintas posibilidades o alternativas. Sobre la indagación acerca de ellas, el porqué, el cómo y el cuándo, y sus antecedentes históricos, políticos e ideológicos, se articula cada capítulo del libro, con una interesante parte final en la que se evalúa qué hubiera podido pasar de haber elegido alguna de las otras opciones. No es historia virtual, un ejercicio de por sí atractivo, sino contrafactuales a corto plazo que, a menudo, los mismos protagonistas barajaron y desecharon por unas u otras causas y que el autor repasa buscando su fundamento y verificando alternativas.

Los diez capítulos de la obra, que van enlazados siguiendo el orden cronológico y el encadenamiento de la secuencia de los acontecimientos, examinan otras tantas decisiones trascendentales. Tres corresponden a Alemania: ataque a la Unión Soviética, declaración de guerra a los Estados Unidos y aniquilación física de los judíos. Dos a Japón, el avance hacia el sureste asiático, aprovechando la debilidad británica y el hundimiento francés tras la derrota del verano de 1940, y el despliegue del raid aéreo sobre Pearl Harbor. Mussolini también intenta explotar la oportunidad y se mete de cabeza en el avispero de los Balcanes intentando invadir Grecia. Las seis desencadenaron el conflicto global y quienes las ejecutaron fueron las potencias responsables del mismo, aunque Italia en un grado menos relevante. Luego están las decisiones de carácter reactivo o defensivo. Gran Bretaña, tras una profunda controversia y tres días de deliberaciones en el gabinete de guerra, decide permanecer en guerra. Roosevelt, en primer lugar, entra en pugna con el sentimiento aislacionista de la opinión y las reticencias de las cámaras legislativas, y respalda con la capacidad productiva de su país a Gran Bretaña y lo prepara para la entrada en el conflicto. El paso siguiente fue llevar adelante una “guerra no declarada” en el Atlántico contra Alemania mientras Hitler estaba atado por el frente oriental. Una de las decisiones más desconcertantes de toda la guerra fue el caso omiso de Stalin a la avalancha de advertencias e informaciones que le anticipaban la ofensiva alemana contra la URSS para el 22 de julio de 1941, que ocasionó la catástrofe inicial y la amplia penetración germana, casi definitiva, en su territorio.

Del trabajo de Ian Kershaw se deduce que las élites de los países agresores, más Japón que Alemania por el especial poder de Hitler, eran conscientes en líneas generales de que arriesgaban mucho, particularmente porque el tiempo jugaba en contra y cualquier desviación o retraso lo echaría todo a perder una vez que Estados Unidos interviniese directamente

Curiosamente, de todas ellas, la que menos alternativas ofrecía, según demuestra fehacientemente Kershaw, fue la declaración de guerra de Hitler contra Estados Unidos, una vez que los japoneses atacaron Pearl Harbor. La única inevitable, ya desatada la conflagración, fue la del exterminio de los judíos europeos, objetivo “absolutamente intrínseco al nazismo” y componente inseparable de la guerra según la concepción que Hitler tenía de la misma. En general, todos los aspectos abordados en los diez capítulos están magníficamente presentados y estudiados, siendo en enlace entre unos y otros tan fluido que evita la necesidad del repaso en los cambios de escenario. Como objeción se puede señalar que más de un lector echará de menos que no se profundice en las razones por las que Hitler optó por no invadir Gran Bretaña. Con Francia en su poder, lo que permitía una logística muy factible, y la manifiesta superioridad aérea, el argumento fundado en la amenaza de la flota británica no parece tener suficiente peso.

Del trabajo del historiador británico se deduce que las élites de los países agresores, más Japón que Alemania por el especial poder de Hitler, eran conscientes en líneas generales de que arriesgaban mucho, particularmente porque el tiempo jugaba en contra y cualquier desviación o retraso lo echaría todo a perder una vez que Estados Unidos interviniese directamente. Sorprendentemente, ambas potencias facilitaron la papeleta a Roosevelt, quien tenía que bandearse con una considerable oposición interna, atacando (Japón) o declarando la guerra (Alemania). Los colosales riesgos asumidos tenían su “origen último” en la “interpretación que hacían las élites de poder de ambos países del imperativo de expansión para lograr el imperio y superar su supuesta condición de naciones desposeídas”. Para ellas, ”...la búsqueda de la supremacía como fundamento del poder nacional no podía aplazarse”. De esta percepción arranca la guerra.

Para Kershaw, a partir de diciembre de 1941 aún quedaba mucho camino por recorrer en la guerra, pero no deja de subrayar que en el transcurso del tiempo restante, hasta la rendición de Alemania y Japón, “en lo esencial” cristalizaron las decisiones que se habían tomado entre 1940 y 1941


El mayor problema que puede suscitar el planteamiento de la obra es si convence o, por el contrario, adolece de determinismo el marco temporal de estos decisivos diecinueve meses. Para Kershaw, a partir de diciembre de 1941 aún quedaba mucho camino por recorrer en la guerra, pero no deja de subrayar que en el transcurso del tiempo restante, hasta la rendición de Alemania y Japón, “en lo esencial” cristalizaron las decisiones que se habían tomado entre 1940 y 1941. Señala el autor que hasta el proyecto Manhattan se implantó en las fechas que él significa. Sin embargo, no ocurre lo mismo con el programa nuclear alemán, el cual, tras un comienzo vacilante, se había consolidado en 1942 cuando tomó cartas en el asunto Albert Speer, ministro de Armamentos y Producción Bélica (aunque rápidamente puso el proyecto bajo el control del mariscal Göring). Pudo haber sido clave para dar un giro a los acontecimientos cuando más adelante viraron contra los intereses de las potencias del Eje, si bien es cierto que no parece que Hitler, complacido en términos generales con los resultados bélicos, tuviera en esas fechas especial interés en emplear a fondo sus recursos cuando daba por hecho que tenía la victoria al alcance de la mano.

Pueden existir, por tanto, algunas objeciones al punto de arranque del historiador británico. Con todo, además de sugerentes, son plausibles las bases de las que parte Ian Kershaw en su labor, un notabilísimo estudio de la configuración de la Segunda Guerra Mundial tanto por el enfoque dinámico, es decir, el análisis de las interacciones entre unas decisiones y otras, como por las conclusiones sobre los modelos de comportamiento según los patrones autoritarios o democráticos de los modelos políticos existentes en los países implicados. A lo que hay que sumar la trascendencia de la personalidad de los dirigentes en relación con las determinaciones o fuerzas impersonales que condicionaban sus decisiones (potencial económico, comportamiento del enemigo, planificación y evaluación burocrática...).
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