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Roberto Arlt: <i>El criador de gorilas</i> (Ediciones del Viento, 2012)

Roberto Arlt: El criador de gorilas (Ediciones del Viento, 2012)

    TÍTUO
El criador de gorilas

    AUTOR
Roberto Arlt

    EDITORIAL
Ediciones del Viento

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-15374-27-5. La Coruña, 2012. 141 páginas. 16,50 €



Roberto Arlt (Buenos Aires, 26 de abril de 1900 — 26 de julio de 1942)

Roberto Arlt (Buenos Aires, 26 de abril de 1900 — 26 de julio de 1942)


Reseñas de libros/Ficción
Roberto Arlt: El criador de gorilas (Ediciones del Viento, 2012)
Por José Cruz Cabrerizo, lunes, 3 de junio de 2013
“En aquella ciudadela amurallada, de calles tortuosas, de sinagogas sombrías, de mezquitas con ciegos en los pórticos y de freidurías de pescado, en cierto modo era ventajosa una mala reputación. En África, sin honradez, se puede llegar a alguna parte”.

Mi pésima reputación de comentarista escasamente leído y por tanto poco fiable, sí que va a caer enteros cuando le diga que al argentino Roberto Arlt solo le conocía dos relatos publicados en uno de aquellos libritos de Alianza Cien que por veinte duros o 100 pesetas ponían al alcance del lector perezoso y tieso de dinero, breves, pero grandes obras literarias.

Pero vamos a lo que vamos. Considere por un momento mi escasez mental, y entonces un simple ejemplo práctico le bastará para medir el calado, para poner en valor las letras de Roberto Arlt: leí “Noche terrible” y “Una tarde de domingo” (los dos títulos que daban cuerpo a aquel volumen de las cien pesetas), en la segunda mitad de los noventa. En el 2013 tengo la suerte enorme de encontrarme con los agrupados en El criador de gorilas, momento en que me embarga una poderosa sensación de extrañamiento, de que ese no es el escritor que yo recordaba. Si le daba la razón a mi memoria eso sería vanidad. Si pienso en mi debilidad cerebral, mi autoestima cae más allá de los límites que recomiendan los libros de autoayuda. Así que lo más fácil para mí fue generar el falso recuerdo de que existían dos hermanos Arlt escritores, uno que escribía tal y otro cual.

 

Por si no ha quedado meridianamente claro, que a veces me cuesta explicarme: el impacto que habían tenido en mí aquellos dos primitivos relatos, resultó ser el del ácido sobre la piedra xilográfica. Tantos años después (mérito exclusivo del autor, no de las dendritas de mis neuronas, ya le digo), todavía conservaba un brumoso esquema mental de la escritura “estilo Arlt” que me ayudó a “no reconocer” al verdadero Roberto Arlt de este Criador de gorilas, cuyo estilo era tan disímil.

 

Corolario: nueva lectura de aquellos relatos de referencia + una consulta a Internet después =  ya tuve que matar al siamés, al Antolín Arlt que los engranajes de falso recuerdo me habían inoculado.

 

Y es que no hay vida más allá de Roberto, el de los dos polos. Dicho lo cual, como el Piter protagonista de “Ven mi ama Zobeida quiere hablarte” que abre esta reseña, yo también voy a azuzar mi mala reputación. Pero sin acritud, solo opinando de aquello de lo que no tengo ni idea.

 

Existe un Arlt churrigueresco, exhaustivo, deslumbrante en las descripciones, perito que en pocas líneas recorre las micro y las macro magnitudes del personaje mientras con la otra mano gira los engranajes de las articulaciones sociales, con el que entendemos a qué se refería Cortázar al decir aquello de que un relato debe ser un ente totalmente esférico. Este es el primer Arlt que conocí y que puede encontrar en los dos relatos nombrados líneas arriba.

 

Y el segundo Arlt, el que prescinde de cualquiera de los útiles anteriormente citados y que en esta agrupación de relatos cobijados bajo el título ya citado de El criador de gorilas, maneja dos recursos. Uno, el personaje herramienta, un ser al que ya no se le presta espacio para el mínimo monólogo interior y sus vaivenes. El personaje es puesto al servicio de la acción, mero súbdito de los aconteceres en una forma que recuerda al cuento antropológico.

 

Dos, las perfectamente disueltas artimañas del maestro que nos embauca con la oralidad  de su narración como si de un encantador de serpientes de la plaza de Djemmaa El Fna se tratara. Imprimir ritmo y  evitar la minuciosidad descriptiva que abre vetas colaterales que distraen la atención. No encender luces de alerta que el lector debe retener para acoplar al final de la narración… Ahora mismo no sé si los camaleones son reptiles, pero Roberto Arlt es un autor camaleónico que hace sonar lo escrito en la cabeza del lector de tal forma que lo hipnotiza como dicen que hacen las serpientes con los pobres pájaros, para mudarlo en escuchante (paradigmático a propósito de relatar las propias aventuras de viva voz, y de serpientes, “Accidentado paseo a Moka”).

 

Las narraciones que se atesoran en este El criador de gorilas emanan del viaje que realizó durante más de un año (1935) por España, territorios coloniales españoles de aquel tiempo en Marruecos, y norte de África. Evidencias documentales las habrá porque parece que estos relatos fueron publicados en el periódico que le pagó el viaje hasta aquí, y su trabajo. Evidencias temáticas, no tiene más que leerse el libro.  Y ahora (aunque parezca que lo he copiado de la contraportada), le repetiré que hay unas finísimas trazas que evidencian la transformación del Roberto Arlt narrador argentino en el otro Roberto Arlt que contó con instinto y  sagacidad suficiente como para aprehender (dicho en las tres acepciones que recoge el diccionario de la RAE) la esencia de la oralidad oriental, el olfato del guiador de camellos que con sus hazañas, en la noche estrellada, es capaz de captar la atención de los que se reúnen en torno a la fogata.    

 

Aunque quedarse solo con eso es jibarizar su trabajo. Por ejemplo en el plano meramente geográfico, estos relatos transitan más allá de los territorios que pisara Roberto Arlt. El hilo de las narraciones nos mueve desde Liberia (brujería y superchería en “Los hombres fieras”) a Ceilán; desde lo que suponemos El Congo hasta Madagascar. Ahora bien, el Azerbaijan de “Acuérdate de Azerbaijan” no es el territorial, sino el nombre del personaje cuya venganza se edifica desde la paciencia oriental. La misma que seguro está necesitando para leer esta reseña. Pero es que temática y estilísticamente da para una sesuda tesis doctoral. Por ejemplo, el arranque de “Halid Majid el Achicharrado” en la página 19 está tan sazonado de la más fina ironía de crónica de sociedad a lo Dorothy Parker, que es un crimen no indicarlo. Relato dentro de otro relato, hay mucha chicha en este que sirve de referente de lo que podríamos denominar “complejidad transparente”. ¿Cuento antropológico de modernidad rabiosa? No sé cómo llamarlo, pero como todos los vecinos recogidos en estas páginas, viene con una enseñanza ejemplarizante adherida.

 

La historia no es más que una sucesión de relatos que se amañan a conveniencia. El criador de gorilas, destilado en el alambique de la pura invención ficcional, contiene más verdad que muchos libros de historia juntos. Dicho con ampulosidad: sería el mapamundi existencial de un tiempo pasado, que delimita un territorio corral de intrigas y teatro de operaciones para el espionaje en voz alta, imán para gentes con vidas poco ejemplares. Rincón al que la pátina de exotismo y pintoresquismo se le empieza a afear y hay que darle brillo (“Los bandidos de Uad-Djuari” se encargarán de ello).

 

¿Que qué otros aderezos temáticos contiene? Traición y tradición, castigo, crueldad, miseria, lo mágico desdibujado por lo onírico (el único quizá más flojo “Odio desde la otra vida”), lo puramente mágico (broche de oro para el libro, “Historia del señor Jeffries y Nassim el egipcio”), y un antihéroe “blanco” en “La factoría de Farjalla Bill Ali” (magnífica la planificación del volumen, que se abre y se cierra con verdaderos diamantes).

 

Y aunque lo disimulen muy bien, una proporción importante de las historias hunde sus raíces en la negrura de la codicia. “El cazador de orquídeas” (página 116: “Yo mentiría si dijera que la muerte del «ojo de Alá», como le llamábamos un poco burlonamente nos importó. Estábamos envenenados de codicia. Veinte mil dólares danzaban ahora en nuestra mente.”).

 

En fin, que pocas veces quince relatos con la extensión justa (el más largo, doce páginas) bastaron para construir un universo tan amplio y distinto, tan bien medido como para saciar sin hartazgo. Y eso de la mano de un solo escritor. Sin la prótesis del hermano postizo que me había fabricado.
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