Creación
Yo sería
el más grande poeta
si lograra encontrar palabras que dijeran
lo que no nos dijimos.
José Cereijo
Hace falta maestría para lograr, en el arte de la música, una elevación que nos persuada de que lo que oímos puede estar a la altura del silencio. Pasa lo mismo con la poesía, que es la música de las palabras. José Cereijo es un poeta del silencio. Su obra poética contiene la maestría de pronunciar lo que está callado. El silencio, en principio, es aquello que se evoca. En el conjunto de sus versos late silenciosa la tarde en la ventana, la gloria del paisaje, la presencia de los que se fueron, la amistad de la luna y de la muerte. Se define silencioso el sabor de la melancolía, el aroma de las flores y el estado de una amistad ideal: dos personas que puedan estar juntas sin necesidad de hablarse. Cabe destacar, en el poema “Luz de marzo”, que el silencio es una forma de homenaje con respecto a lo valioso, o uno de sus haikus en donde, a través de la imagen de una jaula vacía, se define el silencio como un canto extremo e íntimo; resulta igualmente significativo que, en un poema sobre las palabras, concluya con la idea de que el silencio basta. Pero se aprecia, entre todo lo que calla, un canto al silencio de los dioses. La divinidad, si existe, se define en el poema “Caminos” como una “silenciosa gentileza”. El agnosticismo de José Cereijo sólo puede claudicar ante el silencio, que es la materia de lo divino. Podría entenderse, si se quiere adoptar un punto de vista religioso, que el silencio se identifica con la perfección de Dios, de la esencia, aquello de donde provenimos y hacia donde vamos en tanto que la vida misma, llena de ruido y de furia, es un paréntesis necesario pero defectuoso. Del mismo modo que un sacerdote consagra la vida terrenal a la búsqueda de la perfección divina, este es un poeta que dedica sus palabras a la perfección del silencio. Podemos leer su obra como el credo de un agnóstico cuyo arte, serio como un rezo, es la labor sufrida y trabajosa de un convento sin más recluso que el poeta mismo. Hay, al respecto, una descripción precisa en el poema “La casa”: “Quisiera yo tener un lugar apartado / en el que vivir, dueño de mi propio destino, / escuchando la voz honda que sólo toma / su forma en el silencio”.