LA DESPEDIDA
Los barcos descansan y retoman el
rumbo,
pero vuelven aquí, aunque haya
tormentas…
También regresaré medio año
después,
para irme otra vez,
para irme otra vez por seis meses.
También regresaré medio año
después,
para irme otra vez,
para irme otra vez por seis meses.
Todos vuelven, excepto los mejores
amigos,
las más fieles, las más queridas
mujeres.
Todos vuelven, excepto los
imprescindibles:
no me fío del sino, de mí mismo, aún
menos.
Pero quiero creer que eso no es
así,
que quemar los navíos se pasará de
moda.
También regresaré, con mi gente y
feliz,
pronto os cantaré, no hay duda.
También regresaré, con mi gente y con
sueños,
pronto os cantaré, no hay duda.
1966
NO ME GUSTA
No me gustan los finales
desgraciados,
no me canso de la vida ni un
momento.
No me gustan las épocas del año
cuando canciones alegres no me
invento.
No me gustan las calumnias
descubiertas,
del entusiasmo no me fío ni un
poco.
No me gusta que lean mis cartas,
fisgando por encima de mi hombro.
Lo incompleto no me gusta para
nada,
no me gusta que me interrumpan.
No me gustan los disparos por la
espalda,
tampoco disparar a quemarropa.
Odio los chismes disfrazados de
supuestos,
la carcoma de la duda, el
cumplido,
Cuando alguien te acaricia a
contrapelo,
cuando el acero frota contra el
vidrio.
No me gusta la confianza
ilimitada:
prefiero que me fallen los frenos.
Siento que la honra haya sido
olvidada
y que prosperen la calumnia y los
celos.
Cuando veo unas alas quebradas,
no me pongo sensible ni triste:
odio a la gente dominante o
dominada,
pero lamento la muerte de Cristo.
No me gusto cuando tengo miedo,
la agresión al débil no la
soportaría.
Que hurguen en mi alma no lo
admito,
que alguien le escupa, menos
todavía.
No me gustan las arenas ni las
plazas
con sus grandes trapicheos, ¡qué
va!
Por mucho que cambien las modas,
¡nada de esto jamás me gustará!
1969
BATIDA DE LOBOS
Me arrojo tensando los nervios,
pero hoy es lo mismo que ayer:
me están azuzando, contentos,
por el cerco me hacen correr.
Entre abetos, fragor de escopeta,
cazador en la sombra escondido,
sobre la nieve los lobos se
agitan,
convertidos en un blanco vivo.
¡Empieza la persecución y la
batida,
caza de lobos grises, viejos y
cachorros!
Vocean los monteros, los perros ladran y
vomitan;
banderolas rojas, nieve blanca, sangre a
chorros.
No juegan limpio los cazadores,
firme la mano, sin palpitación:
nuestra libertad entre banderolas,
disparan seguros, con precisión.
Nuestras costumbres parecen
eternas:
todavía lobatos ciegos,
mamando la leche materna,
aprendimos a no pasar de los
cercos.
¡Empieza la persecución y la
batida,
caza de lobos grises, viejos y
cachorros!
Vocean los monteros, los perros ladran y
vomitan;
banderolas rojas, nieve blanca, sangre a
chorros
¡Rápidas piernas, fauces de acero!
¡Contéstame ahora, fiera!
¿Por qué nos ponemos al tiro
y no intentamos cruzar la barrera?
Un lobo no actúa de otra manera;
me convierto en una diana
perfecta:
el que ha de marcar mi destino
ya está levantando la escopeta.
¡Empieza la persecución y la
batida,
caza de lobos grises, viejos y
cachorros!
Vocean los monteros, los perros ladran y
vomitan;
banderolas rojas, nieve blanca, sangre a
chorros.
La cobardía acaba vencida,
¡mis ganas de vivir son más
fuertes!
Es el final de la embestida,
estupefacta grita la gente.
Me arrojo tensando los nervios,
hoy ya no es lo mismo que ayer:
me están azuzando, pero,
¡esta vez no me dejo prender!
¡Empieza la persecución y la
batida,
caza de lobos grises, viejos y
cachorros!
Vocean los monteros, los perros ladran y
vomitan;
banderolas rojas, nieve blanca, sangre a
chorros.
1968
En Rusia, gobiernan los rumores,
cantan con la patraña a coro.
Y deambula por los alrededores,
la Verdad, a la que escupen todos.
1969?
CANCIÓN A LA TIERRA
¡¿Quién ha dicho que todo es
ceniza,
que la tierra semillas no acepta?!
La Tierra se ha muerto, ¿quién lo
dice?
No, tan solo espera quieta.
No pueden robarle la fecundidad,
no se la quitarán, no hay manera.
¿Han quemado la tierra? No es
verdad.
De tanto dolor se ha vuelto negra.
Parecen cortes las trincheras,
los boquetes heridas son.
Los nervios desnudos de la Tierra
conocen un pétreo dolor.
Puede aguantar y aguanta:
no lo dudes, la Tierra es fuerte.
¡¿Quién ha dicho que ya no canta,
que va a callar siempre?!
Tintinea, silenciando las quejas,
a través de sus llagas abiertas;
si la tierra es alma nuestra,
¡no la pueden aplastar las suelas!
¿Han quemado la Tierra? No es
verdad.
No, tan solo espera quieta…
1969
Arrastraba yo mi Pena
por el hielo de
primavera,
se rompió el hielo, mi alma se
cayó
se hundió como una piedra.
Y aún pesada, mi
Pena
a la orilla escarpada se agarró.
Y desde aquel instante,
la Pena me sigue a todas
partes.
Los enredos andan con ella, los
rumores.
Y que viva yo seguía
el sauce triste lo
sabía,
y también las codornices,
ruiseñores.
Quién se lo dijo lo ignoro,
a mi amo, mi
señor;
me descubrieron, hablaron las
lenguas.
Y con fuego en el corazón,
en mi búsqueda se
lanzó…
La Patraña y la Pena lo siguen
lentas.
Al final halló mis pasos,
me sujeta en sus
brazos,
junto a él, a caballo, la Pena
sonriente.
Mas quedarse no podía,
se marchó el mismo
día,
y la Pena se quedó para siempre…
1971
Manos llenas de agua fría
llevaban a sus bocas sedientas:
los montenegrinos deprisa bebían,
vivían deprisa, hasta los treinta.
Era un honor perder la vida
entre balas y aceros deslucidos,
también llevarse a la tumba
a unos cuantos enemigos.
A bote pronto, a sangre fría,
desde el caballo… ¡Gatillo
ardiente!
Al montenegrino no lo prendían:
no se dejaba prender fácilmente.
Querían aguantar hasta los cien,
un siglo y pico, ávidos de vida;
entre la montaña y el cielo,
y junto al mar. Tierra querida.
Seiscientas mil idénticas
porciones
de agua viva en una mano llena…
Y vivían los montenegrinos
su siglo largo, hasta la
treintena.
Y brindan por sus maridos
las mujeres, borrachas de agua,
y esconden en el monte a sus hijos
hasta que sepan sujetar el arma.
Mudas, se visten de luto,
vierten agua en sus cocinas,
lloran en silencio absoluto:
el enemigo no puede oírlas.
Las mujeres, negras de pena,
como fecundas campiñas;
las montañas oscurecen con ellas,
quemándose a sí mismas.
Era una venganza cierta,
no existe fuego baldío:
si arde el monte y arde la gente,
ha llegado el desafío.
Como el hijo vengando al padre,
cinco siglos de furor divino,
las altas montañas arden
y el corazón del montenegrino.
Cambiaban los zares y los
palatinos,
pero muertes así no dan pena:
no respetaban los montenegrinos
a los que pasaban de la treintena.
No me basta con un nacimiento,
¡por segunda vez nacería!
Es una lástima que Montenegro
No sea segunda patria mía.
1974
Nota
de la Redacción: agradecemos a Ediciones
Linteo la generosidad por permitir la publicación de estos
poemas seleccionados del libro Vladímir
Vysotski, Zona
Desmilitarizada (Linteo, 2013), en
Ojos de
Papel. También queremos expresar nuestro
reconocimiento a Marta
López Vilar, autora de dicha
selección.