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Christopher Caldwell: <i>La revolución europea. Cómo el islam ha cambiado al viejo continente</i> (Debate, 2010)

Christopher Caldwell: La revolución europea. Cómo el islam ha cambiado al viejo continente (Debate, 2010)

    TÍTULO
La revolución europea. Cómo el islam ha cambiado al viejo continente

    AUTOR
Christopher Caldwell

    EDITORIAL
Debate

    TRADUCCCION
Javier Manera García

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 414 páginas. 27,90 €




Reseñas de libros/No ficción
Christopher Caldwell: La revolución europea. Cómo el islam ha cambiado al viejo continente (Debate, 2010)
Por Bernabé Sarabia, viernes, 3 de septiembre de 2010
Han transcurrido setenta y cinco años desde el final de la II Guerra Mundial. Una catástrofe brutal sin recuperación posible. En 1945, Europa se avergonzaba de sí misma. Fascistas, nazis y comunistas eran los causantes directos de una guerra que había dejado a sus espaldas muertos y destrucción masiva, pero el sentido de culpa impregnaba a millones de europeos. De una forma u otra, una brutalidad nunca vista en la historia de la humanidad se había adueñado de la historia. Gran Bretaña constituía una excepción. Cuna de la democracia liberal, estaba entre los vencedores pero sabía que debía su victoria a la capacidad industrial norteamericana y a los muertos que la Unión Soviética había puesto en el frente del Este. Su imperio, el mayor de la historia del mundo, se vino abajo como un castillo de naipes ante el bochorno y la inseguridad de sus ciudadanos. España, salida de una miserable guerra civil, pasaba hambre.
Con este telón de fondo comienza esta obra de Christopher Caldwell. Una cuidada y documentada argumentación en torno a lo que constituye la tesis central de este volumen: Europa es hoy víctima del complejo de culpa derivado de la II Guerra Mundial. A consecuencia de ello, el Viejo Continente está aceptando una inmigración masiva e islámica que acabará transformando los grandes valores y la alta cultura que los europeos alcanzaron con el esfuerzo y la tenacidad de siglos.

Expresando el argumento del libro en tan pocas palabras, cabría pensar que Caldwell es un norteamericano republicano, neoconservador e islamófobo que contempla a los europeos como un atajo de ingenuos y decadentes materialistas que en su opulencia han perdido los viejos valores. Tal vez sea todo eso o tal vez sea un periodista que no acepta las reglas de lo políticamente correcto. Sus referencias le presentan como un conocedor de Europa casado con la hija de Robert Novak, conocido periodista, y padre de cinco hijos. Nacido en 1962, se graduó en la Universidad de Harvard en literatura inglesa. Colabora desde hace años en The Weekly Standard, en The New York Times o en The Washington Post. Buenos periódicos aunque de distinta ideología.

Como ya hemos avanzado, La revolución europea comienza realizando un recorrido histórico y económico a lo largo y ancho de una Europa que en los años cuarenta está empeñada en una reconstrucción que necesita mano de obra. Caldwell muestra con eficacia cómo las élites políticas y económicas de los países que tiran de la recuperación organizan programas destinados a reclutar trabajadores foráneos.

Con la llegada de otras culturas en medio de una atmósfera de culpabilidad, la ideología de la tolerancia se ensanchó y se fue construyendo un nuevo orden moral que Caldwell considera basado en la creencia de que todas las culturas son iguales en sus valores y merecen idéntico respeto

Los años cincuenta y buena parte de los sesenta constituyen para Caldwell, por sus premisas confusas y equivocadas, el comienzo del malentendido en la política inmigratoria europea. Como leemos en estas páginas, en esos años las creencias sobre la emigración más extendidas entre los europeos venían de ideas que habían permeado la sociedad a partir de las moderadas, y con frecuencia exitosas, migraciones de finales del XIX y principios del XX: movimientos de población como el de los trabajadores agrícolas polacos a Alemania, o el de los obreros industriales a Francia.

Con ese horizonte de pensamiento, con esas ideas en la cabeza de políticos, financieros y periodistas se iniciaron los programas destinados a reclutar mano de obra. Eran los años de los trabajadores invitados, los llamados gastarbeiter en Alemania. Dichos programas -Suecia fue el país pionero- eran básicamente acuerdos bilaterales entre los países del milagro económico y los estados en los que faltaba empleo o divisas y sobraba pobreza. El mecanismo era sencillo y estaba regulado con eficacia por los gobiernos implicados: se enviaban delegaciones a las naciones necesitadas con el fin de escoger equipos de trabajadores jóvenes para importarlos por temporadas breves, con frecuencia dos años, pasados los cuales se suponía que la mano de obra se volverían a casa y el ciclo volvía a repetirse.

Alemania no comenzó a importar mano de obra hasta 1955. Llegaron en un primer momento trabajadores italianos, pero en poco tiempo los turcos conformaron el grueso de la inmigración. En los primeros años se instalaban en el país germano varones solteros en su mayoría. Vivían en residencias y trabajaban sobre todo en minas y plantas siderúrgicas de las cuencas del Rin y del Ruhr. Diligentes y cumplidores. Sus jefes estaban contentos con ellos. No se les pagaba como a los nativos alemanes y se suponía que debían rotar. Unos llegaban y otros se volvían contentos a sus casas en Turquía, cuya economía recibía con entusiasmo la llegada de los marcos alemanes. Alemania lideró por volumen y recursos esta etapa migratoria. Su modelo fue imitado y seguido por otros países.

Mediado el texto de La revolución europea, Caldwell muestra con su fluida prosa y sus datos siempre precisos cómo lo que parecía un sistema equilibrado comienza a no ser operativo. Con el paso de los años empieza a levantarse una brecha. Lo que entendían los alemanes, franceses o ingleses nativos por gastarbeiter invitados no coincidía con lo que éstos pensaban de su propia estancia en Alemania, Francia o Inglaterra. La interpretación que los trabajadores emigrados hacían de la invitación recibida y de los derechos y obligaciones que dicha invitación implicaba ya no era la de años atrás.

Dentro del nuevo y numeroso mosaico de culturas inmigradas a Europa, la islámica es la que encarna no sólo el deseo de no integrarse sino la suplantación o el rechazo directo a los valores que conforman la identidad europea

De una u otra forma, con sobreentendidos o sin ellos, Europa Occidental se convirtió en un destino preferente de los movimientos migratorios. Según datos de la International Organization for Migration (IOM), en 2005 había más de 200 millones de inmigrantes, de los cuales Europa acogía a 70,6 millones. Detrás se situaba Estados Unidos con 45,1 millones de inmigrantes.

El problema para Caldwell radica en que esta llegada masiva está transformando Europa y produciendo un cambio que en el futuro tendrá severas consecuencias. En su opinión, los europeos lucharon hasta los años cincuenta del pasado siglo contra la intolerancia y construyeron valores como individualismo, democracia, libertad, derechos humanos y consideración al creciente papel de las mujeres en todos los órdenes. Con la llegada de otras culturas en medio de una atmósfera de culpabilidad, la ideología de la tolerancia se ensanchó y se fue construyendo un nuevo orden moral que Caldwell considera basado en la creencia de que todas las culturas son iguales en sus valores y merecen idéntico respeto.

Dentro del nuevo y numeroso mosaico de culturas inmigradas a Europa (Caldwell se refiere al escribir Europa a los países que componen la Unión Europea de los quince), la islámica es la que encarna no sólo el deseo de no integrarse sino la suplantación o el rechazo directo a los valores que conforman la identidad europea. Caldwell afirma que hay unos 20 millones de musulmanes en Europa si se cuenta a los musulmanes nativos de los Balcanes. Añade que dicha cifra hay que interpretarla a la luz del sociólogo inglés Coleman, según el cual el número de hijos de las europeas es ridículo comparado con la tasa de natalidad de las mujeres musulmanas.

Al argumento demográfico Caldwell añade el religioso. El proceso de secularización europeo no tiene parangón en el mundo. Es tan extenso como profundo. De ahí que en muchas ciudades europeas el núcleo fuerte de población creyente y de práctica religiosa sea musulmán. “En Amsterdam los musulmanes suponen más de una tercera parte de los creyentes religiosos, con lo que superan a los católicos, además de a todas las órdenes protestantes juntas”.

Ni el multiculturalismo holandés, ni la laïcité en Francia, ni el descuido legal benevolente en Gran Bretaña o la meticulosidad constitucional en Alemania resuelven, en opinión de Caldwell, el cambio cultural derivado de la inmigración, sobre todo de la inmigración islámica

Con este tono de alarma transcurre la última parte de un libro que acusa a Europa de miopía histórica y de dejadez en los valores que históricamente la han constituido y la han hecho avanzar tanto en los órdenes morales y culturales como en los avances tecnológicos. Ni el multiculturalismo holandés, ni la laïcité en Francia, ni el descuido legal benevolente en Gran Bretaña o la meticulosidad constitucional en Alemania resuelven, en opinión de Caldwell, el cambio cultural derivado de la inmigración, sobre todo de la inmigración islámica confrontada con una cultura que se ha vuelto “insegura, maleable y relativista”.

Como puede verse, pocas veces un libro aparece en un momento tan oportuno como este verano de 2010. Gadafi visita Italia para hacer negocios con Berlusconi y dice que hay que islamizar Europa. Suena a broma, pero después de leer a Freud sabemos que los chistes encierran deseos del subconsciente. En Francia, un país de 65 millones de habitantes, se calcula que 5,5 millones son musulmanes que rezan y se socializan en 2.100 mezquitas. Los incidentes en la periferia de las grandes ciudades causados por jóvenes de origen norteafricano o el malestar que se observa en los campos de fútbol indican que algo no funciona en el estado europeo que más esfuerzo ha realizado a lo largo de la historia moderna en la acogida de extranjeros.

Tras los doce años (1933-1945) de nazismo, Alemania arrastra una culpabilidad bien alimentada por los medios de comunicación, el sistema educativo y los políticos. No puede extrañar el revuelo que ha levantado la aparición a primeros de septiembre del 2010 del libro de Thilo Sarrazin Alemania se desintegra. La prensa de estos días recoge unas declaraciones del ex ministro de Economía de la ciudad Estado de Berlín (2002-2009), miembro del partido socialista (SPD) y vocal de la junta directiva del Bundesbank en las que mediante frases como “la inmigración hace al país más pequeño e idiota”, señala dos problemas que vienen a coincidir con lo expuesto por Caldwell. En primer lugar, el bajo nivel educativo de unos inmigrantes que no se esfuerzan ni por aprender ni por adaptarse a la cultura y a los valores alemanes. En segundo lugar, el crecimiento demográfico de la inmigración islámica es mucho más alto. De creer a La Vanguardia (30/8/2010p.4), Thilo Sarrazin habría afirmado: “Los emigrantes cuestan más de lo que aportan y, entre ellos, los musulmanes son los peores por razones culturales”.

En España este libro cobra un interés especial. Nuestro pasado musulmán, el brutal atentado del 11 de marzo de 2004 o la presión constante de Marruecos caen sobre un país que junto con Alemania y Japón comparte el nivel más alto de culpabilidad del mundo. Si a esto se le añade el golpe inmigratorio de los últimos años de desarrollismo salvaje y se le superpone la amnistía a 700.000 inmigrantes ilegales que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, concedió en 2005, se entenderá lo conveniente de una lectura que, ajena al pensamiento políticamente correcto y al buenismo imperante, proporciona una visión llena de interés y actualidad.
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