“Me
gustaría que este libro lo tuviera Mary, a quien hace años que le perdí el
rastro…”
Blas
Gallego habla de Mary como de una nao de la época de los descubrimientos que
hubiera varado en playa, igual que un cachalote de atractiva mirada. Mary es una
estadounidense, pedagoga en el estado de Pensilvania, que en los años mozos de
los panes se enamoró de Blas. “Ella hacía un posgrado de Filología Española, la
carrera que yo cursé en la Universitat de Barcelona. Un día ella se me presentó.
Yo no me lo esperaba. Me tocó en el hombro y yo me giré. La tenía a mi
izquierda, lo recuerdo perfectamente. Me dijo que se había fijado en mí, y a
partir de ahí estuvimos saliendo juntos durante al menos tres años. El último
año académico yo hacía continuos viajes a Madrid para verla, porque se había
matriculado en un curso en una universidad en la que tenía como profesores,
entre otros, a José Hierro”, explica
Blas, cuyo amor se fue alejando más y más, apremiado por la distancia y la
irreversible frontera que imponen los itinerarios alternativos. “Estuve a punto
de irme a vivir a Estados Unidos, si la hubiese seguido. No lo hice, no lo
hice…”
El
autor de Donde
anidan los sueños (Ediciones Carena, 2012) se quedó en Barcelona, atrapado
en sus sueños, enredado en sus palabras, con las que ha iniciado una expedición
por el pasado de la España rural: “El pueblo de Ariño se levanta en la ladera de
una colina…”, se lee al inicio del libro. “Siempre he tenido una relación de
amor y odio con las palabras. De pequeño mi abuelo se reía de mí porque no sabía
pronunciar bien la erre de perro.
Creo que nunca la he pronunciado bien”, sostiene, y se acaramela con sus
escritores favoritos, el legado de la biblioteca de su padre: “Mi padre era un
enamorado de la letra impresa. No sabía nada de inglés, pero podía dejar de
comer para comprar revistas en los mercadillos. Tenía toda la colección del Illustrated London News, y yo, de
pequeño, en lugar de ir a jugar al fútbol como los otros chavales, me subía al
descansillo, y me tiraba tardes enteras pasando las hojas con los dibujos”.
Luego llegarían los roquedales de la versificación, para mayor gloria de Dios y
de los poetas: Jaime Gil de Biedma, Luis
Cernuda, Francisco Brines, Carlos Bousoño, Claudio Rodríguez… “A todos ellos
les he leído hasta la saciedad”, infiere. “Y llegó un momento en el que me puse
a escribir en serio, y en el que me decidí a publicar. Sí, le he de enviar un
ejemplar a Mary.”
Cuando
su Mary, una especie de remedo de La
tesis de Nancy, del novelista Ramón
J. Sender, se fue al Otro Mundo, que es el Nuevo Mundo, Blas Gallego se
quedó roto, según sus propias palabras. Palabras. Palabras.
Palabras.
“¿Sabes
que, en griego, Blas significa hombre
callado?”