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David Monteagudo: <i>Marcos Montes</i> (Acantilado, 2010)

David Monteagudo: Marcos Montes (Acantilado, 2010)

    TÍTULO
Marcos Montes

    AUTOR
David Monteagudo

    EDITORIAL
Acantilado

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 128 páginas. 12,90 €



David Monteagudo (foto procedente de www.acantilado.es)

David Monteagudo (foto procedente de www.acantilado.es)


Reseñas de libros/Ficción
David Monteagudo: Marcos Montes (Acantilado, 2010)
Por Alejandro Lillo, lunes, 2 de mayo de 2011
Marcos Montes es una novela corta que no acaba de cuajar. La obra relata, adoptando el punto de vista de un minero, varias horas de su vida en el interior de la mina en la que trabaja y de lo que en ese lapso de tiempo allí acontece. El resultado es decepcionante, pues aunque Marcos Montes apunta maneras y se advierte la calidad literaria de David Monteagudo, varios elementos de la trama y la estructura fallan, truncando un texto que podría haber dado mucho más de sí.
Escribir una novela es una tarea ardua y compleja. Los lectores, en ocasiones, no valoramos esas dificultades, el trabajo que cuesta concebir y ejecutar correctamente una historia. Al encontrarse el mercado editorial atestado de libros, pensamos que escribirlos es sencillo, que tampoco cuesta tanto. Sin embargo, el esfuerzo y la dedicación suelen ser notables y, para colmo, el resultado no siempre es satisfactorio: siempre existe el riesgo de que la novela no cumpla con las expectativas.

Esto es lo que le sucede a Marcos Montes, el último libro publicado de David Monteagudo, el exitoso autor de Fin (El Acantilado, 2009). El título de esta novela corta se corresponde con el nombre y primer apellido de su protagonista, un personaje más bien joven y responsable que trabaja de perforador en una explotación minera. Lo hace “a más de dos kilómetros de profundidad, en la zona más apartada y remota de la mina”. Allí, mientras horada la roca, Marcos Montes tiene tiempo para pensar, para evadirse de una vida dura y exigente. Pero la mañana en la que comienza la novela no va a ser como las restantes. El joven se levanta algo más distraído y, como todos los días, deja en la cama a su mujer embarazada mientras él desayuna y se prepara para acudir al trabajo. Todo parece suceder con la normalidad acostumbrada. Sin embargo la mina, huelga recordarlo, es una lugar peligroso y algo va a pasar allí dentro, algo que va a colocar a todos los afectados en una circunstancia límite. Como afirma uno de los personajes: “Estamos en una situación excepcional, que en nada se parece a los problemas con los que nos enfrentamos cada día. Olvidaos, por lo tanto, de vuestra escala de valores”. Marcos Montes, pues, presenta una atractiva trama que, lamentablemente, se queda en mera tentativa, en un texto que, aunque denota buenas maneras y un interesante talento literario, no llega a alcanzar el objetivo que se propone: llegar e impactar al lector.

Aunque las razones de estas carencias son varias, la principal tiene que ver con un asunto difícil y delicado, muy complicado de medir y evaluar pero que resulta fundamental a la hora de estructurar cualquier narración en vistas a crear un efecto. Me refiero a la ordenación y dosificación de la información y a la previsibilidad de lo narrado. Pero antes de argumentar los errores que detecto en el tratamiento de estos dos elementos, conviene recalcar la honestidad de la que en todo momento hace gala la novela y, con ella, su creador, David Monteagudo.

El efecto que la novela de Monteagudo quiere causar nace de una presentación honesta de los hechos. Se basa, por tanto, en la honradez narrativa, y eso es algo digno de elogio. Quizá lo que le sucede a la obra es que peca de todo lo contrario, de un exceso de transparencia


No hay engaño en Marcos Montes. Su autor no trata de escamotear la información para luego, con un postrero y tramposo golpe de efecto, darle la vuelta al argumento y descolocar al lector. El efecto que la novela de Monteagudo quiere causar nace de una presentación honesta de los hechos. Se basa, por tanto, en la honradez narrativa, y eso es algo digno de elogio. Quizá lo que le sucede a la obra es que peca de todo lo contrario, de un exceso de transparencia. Esto provoca que el lector lo vea todo claro desde el principio, que sospeche enseguida qué es lo que está pasando, cómo va a acabar la aventura de ese minero que, una mañana como cualquier otra, dejando a su mujer en la cama, desciende a las entrañas de la tierra para ganarse el pan con el que dar de comer a su futuro hijo.

Marcos Montes apunta maneras, sí. La trama está bien escrita y pensada, con diálogos ágiles y algunos pasajes que recuerdan a Ensayo sobre la ceguera, la excepcional novela de José Saramago. Sin embargo, como decía, la dosificación de la información no es la adecuada. El lector actual está ya muy curtido y atento y no es fácil sorprenderle. Quizá sí resultara más sencillo antes, cuando las películas, la televisión y la multiplicación de discursos y narraciones no lo impregnaban todo. Se dice que el diablo sabe más por viejo que por diablo, y eso es un poco lo que sucede con el lector actual, que se ha convertido en un experto en descubrir lo que va a suceder si el camino ya ha sido trillado, que está alerta y que no se le escapa detalle alguno. Realmente hay que hilar muy fino para impactarle y sorprenderle.

Del mismo modo, al terminar la novela y reflexionar sobre ella se tiene la sensación de que la trama se queda corta y que la idea que mueve e impregna el texto se podría haber alargado y desarrollado más. Marcos Montes abre una serie de posibilidades que apenas son exploradas y explotadas y que podrían haber llevado la novela por otros derroteros, quizá más complejos e interesantes.
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