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Charles Dickens: Casa desolada (Valdemar, 2008)

Charles Dickens: Casa desolada (Valdemar, 2008)

    TÍTULO
Casa desolada

    AUTOR
Charles Dickens

    EDITORIAL
Valdemar

    GÉNERO
Novela

    OTROS DATOS
Prólogo, traducción y notas de José Rafael Hernández Arias. Madrid, 2008. 1088 páginas. 36 €



Charles Dickens

Charles Dickens


Reseñas de libros/No ficción
Charles Dickens: Casa desolada (Valdemar, 2008)
Por Juan Antonio González Fuentes, martes, 1 de julio de 2008
Ya ha llegado el verano, y quien más quien menos dispondrá de más tiempo libre para dedicarlo a algunas de sus aficiones, por ejemplo, leer. De ahí que en este número del mes de julio de Ojosdepapel.com, último ya hasta el próximo reencuentro de septiembre, les quiera recomendar a todos ustedes algo especial, una lectura que se aleje un poco de lo que en nuestros días es lo habitual, es decir, lecturas de libros de poco más de un centenar de páginas, trabajos literarios que a veces parecen concebidos para no demandar un generoso esfuerzo al lector, sin caer en la cuenta de que los esfuerzos rara vez tienen algo que ver con el grosor del volumen, sino en cómo está escrito. Hay libros “delgados” insufribles, y libros “gordos” cuyo trato es una delicia. El de hoy es de estos últimos.
Les recomiendo la lectura de un clásico voluminoso (más de mil páginas) de la literatura inglesa del siglo XIX, editado estupendamente el pasado mes de abril por la editorial Valdemar. Se trata de Casa desolada, del gran Charles Dickens (1812-1870), un imprescindible de la novela universal, concepto escrito aquí con mayúsculas.

No es nada infrecuente que cuando incluso a un buen lector de cualquier parte del mundo se le menciona el nombre de Dickens, inmediatamente se disparen en su mente imágenes relacionadas con motivos navideños, historias infantiles ambientadas en paisajes y hogares victorianos, melodramas sentimentaloides y cargados de patetismo con una buena carga de idealización de una vida cotidiana inglesa no exenta, a partes iguales, de amabilidad, excentricidad, y una humanidad que sobrevuela siempre todas las disparidades y profundas desigualdades de la diferencia de clases. Esta idea tan extendida y tan equivocada tiene mucho que ver con la enorme fama y difusión que alcanzaron varios de los trabajos primeros de nuestro autor, como Los documentos póstumos del club Pickwick (1836-37), Oliver Twist (1837-38), El almacén de antigüedades (1840) o los popularísimos Cuentos de Navidad (1843-48).

A la obra de Dickens siempre le ha sentado mal el pasar por ser popular y por ser epítome de una época muy concreta de la historia inglesa y europea, la etapa victoriana, de la que la obra de nuestro escritor con frecuencia ha sido tenida como expresión típica precisamente de la sociedad que ponía en tela de juicio y rechazaba

Sin embargo existe otro Dickens, el de la madurez por así decirlo, que ha sido menos frecuentado o que ha sido pasto menos habitual de los cuentos, narraciones y películas pensadas para el consumo infantil. Me refiero al Dickens que, sin duda ninguna, está en el origen por ejemplo del mejor Dostoievski, en el del mejor Kafka. Es el Dickens del compromiso social sin tapujos y el maestro supremo del análisis psicológico de los personajes en permanente evolución. Es el Dickens que dio comienzo con una de sus obras maestras más conocidas y hoy menos frecuentadas, David Cooperfield (1849-50), y que prosiguió con títulos tan emblemáticos y centrales de la mejor literatura en inglés del XIX como Tiempos difíciles (1854), La pequeña Dorrit (1857-58, novela que en palabras de Bernard Shaw hizo más por el socialismo que toda la obra de Marx) o Grandes esperanzas (1860-61).

A este periodo de la pasmosa producción dickensiana pertenece Casa desolada (1852-53), una de las novelas del genio inglés que presenta una mayor carga y compromiso social, una de sus novelas menos conocidas entre nosotros, debido quizá a las considerables reservas que siempre ha tenido la crítica académica y anquilosada, no sólo en nuestro país, sino en el mundo entero.

En este sentido a la obra de Dickens siempre le ha sentado mal el pasar por ser popular y por ser epítome de una época muy concreta de la historia inglesa y europea, la etapa victoriana, de la que la obra de nuestro escritor con frecuencia ha sido tenida como expresión típica precisamente de la sociedad que ponía en tela de juicio y rechazaba. Es cierto que la literatura de Dickens ofrece defectos con generosidad, y que estos probablemente se cosechasen debido al frenético ritmo de trabajo del escritor y a los plazos de entrega que le imponían las editoriales y los periódicos. Como tantos otros escritores del XIX que se “profesionalizaron”, Dickens no paró ni un instante de escribir, y tenía varias obras en proceso a la vez. Este marco de trabajo, de producción literaria, hace que algunas de sus novelas ofrezcan tramos rellenos de discursos moralistas o con situaciones melodramáticas convencionales. Errores que la crítica denomina “de gusto”. Con todo, Dickens no deja de ser, sencillamente, el mayor narrador inglés del XIX, uno de los más grandes de toda la centuria en cualquier idioma. Y a él se debe el descubrimiento y construcción de una nueva forma literaria, lo que podríamos llamar “la novela social”, en la que aparecen fundidas dos grandes caminos de la narrativa inglesa que él heredó: por un lado la “picaresca”, con casos excelsos como Defoe, Fielding y Smollett; y por otro el camino de lo sentimental, con Goldsmith y Sterne como cumbres.

Dickens perfila en Casa desolada unos personajes de extraordinaria vitalidad, complejos y de notable y sugerente ambigüedad. Pero nuestro autor también sabe convertir en “personajes” de primera magnitud los ambientes, y logra así que las diferentes puestas en escena tengan una fuerza y significados simbólicos imposibles de obviar

Ya hemos señalado que el punto fuerte en la narrativa de Dickens es el tratamiento psicológico de los personajes y los efectos que en ellos producen la explotación y las crueles desigualdades producidas dentro del contexto de las relaciones humanas. Casa desolada es un ejemplo magnífico de lo dicho. La novela narra la historia de Esther Summerson, quien muchas veces en primera persona, y casi como si de una autobiografía se tratase, explica su vida y su anhelo por hallar su identidad, superar su origen humilde y desgraciado y llegar a triunfar en la sociedad. Abandonada por su padres al nacer, Esther es protegida por John Jarndyce, un poderoso caballero, generoso y amable cuya obsesión en la vida es el pleito que mantiene por una herencia. Desde los 18 años Esther vive en la residencia de su protector, Casa desolada, junto a unos primos adolescentes de John, huérfanos también y en la pobreza más absoluta a causa de la herencia que disputa su primo.

En esta novela Dickens deja muestras sobradas de pertenecer a ese rarísimo tipo de escritores que son capaces de crear y dejar plasmados en unos folios en blanco todo un universo y una sociedad. Dickens perfila en Casa desolada unos personajes de extraordinaria vitalidad, complejos y de notable y sugerente ambigüedad. Pero nuestro autor también sabe convertir en “personajes” de primera magnitud los ambientes, y logra así que las diferentes puestas en escena tengan una fuerza y significados simbólicos imposibles de obviar. A este respecto pensemos por ejemplo en la importancia metafórica de la niebla en esta Casa desolada que aquí recomendamos con carácter de urgencia.

Convendrán conmigo en que ha habido pocos lectores tan sagaces y pertinentes a lo largo de la historia como Chesterton. Pues bien, él dijo que en su opinión Casa desolada constituye el punto más elevado de la madurez como novelista de un genio de la novela moderna como Dickens, su obra central. Otro crítico cuyos vaticinios y razonamientos sientan cátedra literaria en nuestros días es el casi “canonizado” Harold Bloom. Este judío neoyorkino que encajaría a la perfección en los planos en blanco y negro de una película de Woody Allen ha llegado a asegurar que la palabra “leer” resulta pobre y confusa al enfrentarla a la entrega a la que invita Casa desolada. Es cierto, leer a este Dickens maduro y genial demanda entrega lectora y tiempo, un tiempo y una entrega que son recompensados con creces por el arte de un autor de los pocos que por derecho propio entró hace ya muchos años en el exclusivo club literario de los más grandes.
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