Indignación está contada en primera persona por un muerto, por un
fantasma. El muerto se llama Marcus (“Markie”) Messner. Marcus, ante de morir,
era un joven judío norteamericano de 19 años a comienzos de los años 1950,
cuando los EEUU están en guerra contra el comunismo en Corea. Marcus vive y
estudia en la misma ciudad en la que nació, la misma de
Philip
Roth, es decir, la ya inevitable Newark, New Jersey,
geografía espiritual y física esencial en la construcción del universo de
nuestro escritor.
Marcus es un chico en apariencia absolutamente normal
para su época, su edad y su cultura y religión. Su padre es un carnicero judío
que ha trabajado durísimo toda la vida para poder proporcionar a su hijo una
aceptable educación. Marcus, más joven, ayudaba de vez en cuando a su padre en
la carnicería y llevaba, repito, la vida que de él se esperaba. Las aspiraciones
de Marcus pasan por sacar espléndidas notas que le permitan acabar la carrera de
leyes y trabajar en algún despacho de abogados que le permita vivir una vida más
acomodada y prestigiosa que la de sus padres. Sin embargo, cuando comienza a
estudiar derecho en la universidad de su ciudad natal, su padre experimenta un
preocupante e inexplicable cambio de conducta que lo empuja, ante la
estupefacción de esposa e hijo, a controlar con histérica preocupación y congoja
todos los pasos de Marcus para evitar que se “descarríe” y acabe sufriendo las
funestas consecuencias de esa pérdida del camino.
Roth ha escrito una narración corta
en la que hay personajes, situaciones y escenarios físicos y espirituales muy
presentes, e incluso muy reconocibles, en muchas de sus páginas
anteriores
Ante la presión e insólita
incomodidad que para él supone la preocupada y constante vigilancia de su padre,
Marcus decide cambiar de universidad y viajar hasta Ohio, concretamente hasta
Winesburg, curiosamente la misma localidad que da título a la mejor y más famosa
novela de Sherwood Anderson,
Winesburg, Ohio.
El comportamiento
de su padre hace que en Marcus despierte una viva y apasionada indignación
contra el mundo. Y así, de repente, Marcus, que a sí mismo se ve como “el chico
más agradable del mundo”, se transforma en una especie de Mr. Hyde insufrible,
quejoso, detestable, maleducado y misántropo, preocupado única y exclusivamente
en alcanzar una supuesta perfección como estudiante que por un lado lo aleje de
las terribles trincheras coreanas en las que decenas de miles de jóvenes
norteamericanos están sucumbiendo bajo el fuego de las ametralladoras soviéticas
y chinas, y por otro lo catapulte fuera del alcance e influencia de sus padres
hacia el soñado y dorado mundo de los
wasp (white, anglo-saxon and
protestant), o sea, el mundo de la élite estadounidense de la década de los
50 del siglo pasado, dominada completamente por los blancos, anglosajones y
protestantes.
Evidentemente no desvelaré en estas líneas el final de la
historia de Marcus Messner, un final al que le conduce inexorablemente cada
latido brusco y sofocante de su creciente indignación contra el mundo: contra
las autoridades universitarias, contra los compañeros de
college, contra
sus padres, contra su raza, contra los
wasp, contra prácticamente todo lo
que se mueve a su alrededor y él cree que existe sólo para desviarlo de su
camino, de sus objetivos vitales. Tan sólo diré que Marcus es primo hermano del
protagonista de la primera gran historia de Philip Roth, el del inolvidable
relato
Adiós, Columbus, publicado en 1959, otro joven judío empeñado en
infiltrarse con consecuencias finales funestas en el mundo
wasp al que
desde luego no pertenece. En
Indignación ese camino hacia “otro mundo”
que pretende iniciar Marcus estudiando en Winesburg, Ohio, tiene un peldaño
acertadísimo en el personaje de la joven, hermosísima y un tanto alocada y
destructiva Olivia Hutton, personaje misterioso y muy bien resuelto y planteado
por el maestro Roth.
Como muchos de los grandes maestros
en el arte de contar historias (Faulkner, Proust, Kafka, Borges...), Roth ha
construido su propio mundo, su propio universo narrativo y no tiene la más
mínima necesidad de salir de él
Como no puedo
desvelar el final de la historia, y así establecer más serias conclusiones,
insistiré sólo en lo más evidente. Philip Roth ha escrito una narración corta en
la que hay personajes, situaciones y escenarios físicos y espirituales muy
presentes, e incluso muy reconocibles, en muchas de sus páginas anteriores.
Incluso la trama más en primer plano de
Indignación es muy semejante,
como ya se ha dicho más arriba, a la de alguno de sus primeros títulos. De nuevo
nos encontramos ante las tribulaciones de un joven judío norteamericano que
representa o simboliza una especie de limbo social y cultural incrustado en la
historia norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. ¿Estamos pues ante una
repetición senil y cansina de historias ya contadas? ¿Reescribe Roth viejos
títulos, manoseadas historias porque ya no tiene nada que decir? Quien haya
leído hasta aquí quizá pueda pensar que las respuestas a estas preguntas son
afirmativas.
Pues no. Como muchos de los grandes maestros en el arte de
contar historias (Faulkner, Proust, Kafka, Borges..., sin necesidad de ir mucho
más lejos), Roth ha construido su propio mundo, su propio universo narrativo y
no tiene la más mínima necesidad de salir de él. Y así, a golpe de contar muchas
veces casi la misma historia, o historias parecidas, semejantes, pero situando
el enfoque, la perspectiva, los distintos objetivos de su percepción en
distintas posiciones, Roth ha ido construyendo su propia versión del mundo (de
un mundo muy particular), y a la vez, una historia de los EEUU de la segunda
mitad del siglo XX, o mejor dicho, ni más ni menos que una interpretación de la
historia de los EEUU desde la perspectiva particular de un tipo muy especial de
ciudadano, de narrador de historias: un intelectual judío.
Y en efecto,
si uno lee seguidos los relatos que integran
Adiós, Columbus, y luego
Elegía, Sale el espectro y esta
Indignación que aquí nos convoca,
llegará muy probablemente a la conclusión de que las voces/vidas protagonistas
de estos libros son parientes entre sí, habitan los mismos lugares, casi las
mismas épocas, les suceden cosas semejantes, tienen parecidos sueños, anhelos,
desgracias, historias familiares, principios y finales... Y en todos los casos,
son historias que logran plantar en la sensibilidad e inteligencia del lector un
poso, una semilla que va creciendo poco a poco, pero de forma inexorable, hasta
echar raíces sólidas e inconmovibles.
Indignación es una prueba más,
otra, de la grandeza de un escritor ya para y en la historia: Philip Roth.