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Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy: <i>Enemigos públicos</i> (Anagrama, 2010)

Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy: Enemigos públicos (Anagrama, 2010)

    TÍTULO
Enemigos públicos

    AUTORES
Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy

    EDITORIAL
Anagrama

    TRADUCCCION
Jaime Zulaika

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 320 páginas. 19 €



Michel Houellebecq (foto:wikipedia)

Michel Houellebecq (foto:wikipedia)

Bernard-Henri Lévy

Bernard-Henri Lévy


Reseñas de libros/No ficción
Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy: Enemigos públicos (Anagrama, 2010)
Por Bernabé Sarabia, lunes, 1 de febrero de 2010
En la literatura francesa actual Michel Houellebecq ocupa un lugar de privilegio. Lo mismo sucede con Bernad-Henri Lévi en el espacio del periodismo y el ensayo. Dos estrellas que con su potente luz propia generan, en el culto y sofisticado universo de la cultura gala, admiración infinita y rechazo profundo. Bernad-Henri Lévi nació en 1948 en la entonces Argelia francesa hijo de un acaudalado empresario judío. Educado en las mejores instituciones tuvo mentores de la talla de Derrida, Althusser y el mismísimo Sartre. Aunque participó en el parisino Mayo del 68, de lo que se siente más orgulloso es de haber encabezado la corriente “Nuevos filósofos”. El lujo, las mujeres espectaculares y el dinero de “papá” han sido sus constantes compañeros de viaje.
Nacido una década después, Michel Houellebecq es todo lo contrario. La suya es una familia desintegrada y sin un duro. Divorciado, víctima de una depresión nerviosa se convierte en un pringoso informático del Ministerio de Agricultura francés. Sus primeros libros de poesía pasan desapercibidos. Quizá esa sea la razón que le ha llevado a lo largo de su vida a reivindicar la centralidad de la poesía en la literatura. Éxito y dinero le llegan, en 1998, con la publicación de su novela Las partículas elementales, un texto descarnado e irreverente incardinado en la sociedad sexualizada y consumista de hoy. Tres años más tarde, cuando algunos empezaban a pensar que Michel Houellebecq se iba a quedar, como Salinger, en autor de una sola novela, aparece Plataforma y ya queda consagrado en el exigente mundo editorial francés pese a su gusto por los desplantes y otras faltas de educación.

Enemigos públicos es un libro a cuatro manos que causó sensación en Francia en el otoño del 2008. Se trata de un diálogo mantenido entre enero y julio de ese año por Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy a través del correo electrónico. Veintiocho e-mails con los que se ha construido un volumen que presenta a dos reputados escritores que escriben tanto sobre sí mismos como sobre la época que les ha tocado vivir.

En el espacio publicitario marcado en Francia por la presentación en otoño de las novedades editoriales, la famosa rentrée, se inundó con 150.000 ejemplares las librerías, las grandes superficies y los medios de comunicación. Teresa Cremisi, PDG del sello Flammarion e instigadora del proyecto, consiguió no sólo persuadir a dos intelectuales coriáceos y poco dados a formar un dueto sino también a sus colegas de Grasset para hacer una edición conjunta. El resultado final fue todo un éxito de lectores y crítica.

Enemigos públicos es el esfuerzo de dos inmensos talentos que pasada la primera explosión perciben que están unidos por varias cosas. Les une la despiadada crítica de los medios de comunicación franceses a sus textos y a su desmedido afán de protagonismo

El comienzo es duro, impactante. Houellebecq abre este intercambio epistolar con cartuchos de dinamita. Veamos lo que escribe de Bernard-Henri Lévy: “Especialista de números descabellados y payasadas mediáticas, usted deshonra hasta las camisas blancas que lleva. Íntimo de poderosos, bañado desde la infancia en una riqueza obscena… Filósofo sin pensamiento, pero no sin amistades, es además autor de la película más ridícula del cine. Nihilista, reaccionario, cínico, racista y misógino vergonzoso…”. Con esos y otros insultos increpa a un Bernard-Henri Lévy –de ahora en adelante BHL, como se acostumbra a utilizar en Francia- que acusa el golpe pero, aconsejado por su prudencia y su editorial, trata de apaciguar al combativo Houellebecq. Trata de amortiguar y devolver en un tono más equilibrado. Tono que, dicho sea de paso, se mantiene hasta el final del texto. La textura intelectualizada de BHL deja, no obstante, correr una sinceridad empujada por las revelaciones de Houellebecq de las que seguramente están, ambos, más que arrepentidos.

Enemigos públicos es el esfuerzo de dos inmensos talentos que pasada la primera explosión perciben que están unidos por varias cosas. Les une la despiadada crítica de los medios de comunicación franceses a sus textos y a su desmedido afán de protagonismo. BHL se siente, además, perseguido por ser judío. Es cierto que desde cierta izquierda se le acusa de sionista. No obstante, sus textos desbordan el sentido común con demasiada frecuencia. En la página dominical que le ha dado el diario español de más tirada, El País, BHL hizo hace unas semanas una defensa del director de cine Roman Polanski que daba vergüenza. Condenado por violación de una menor en California, Polanski huyó de Estados Unidos para no ir a la cárcel. BHL, el defensor de causas perdidas, excusó a su amigo escribiendo que eso había pasado hace ya muchos años. ¿Cuáles son las cualidades éticas que hacen de Polanski un sujeto a defender? Su origen polaco, su conversión francesa, los millones ganados con sus películas, su mansión suiza, o ser judío no parecen razones suficientes para eximirle de rendir cuentas ante la justicia norteamericana.

Houellebecq también se siente especialmente vulnerable. En buena medida porque sus novelas sacan a la luz lo peor del ser humano y de la sociedad. Se está estrenando su primera película y la crítica cinematográfica ha sido feroz. La película de BHL fue también destrozada por la crítica y por el público. Por otro lado, desde los suplementos culturales franceses, los programas de libros en la televisión y en Internet se critica constantemente la obra y la vida de Houellebecq y se hurga en su vida privada.

La disputa que esperaba el lector se transforma en un diálogo acerca de la vida de ambos, las vivencias de la escena literaria parisina y sus visiones del mundo. Houellebecq, el cínico cáustico cuya escritura es una exploración de la angustia y el sufrimiento, y BHL, el intelectual comprometido con las causas relacionadas con la dignidad humana, van componiendo un discurso lleno de interés

Hubieran caído ambos autores en lo grotesco de haber seguido haciéndose las víctimas, sobre todo porque en este volumen, y en realidad desde hace muchos años, tanto sus textos como sus intervenciones públicas han dejado siempre muertos en la cuneta. Y ya se sabe que donde las dan las toman. Sin embargo, la disputa que esperaba el lector se transforma en un diálogo acerca de la vida de ambos, las vivencias de la escena literaria parisina y sus visiones del mundo. Houellebecq, el cínico cáustico cuya escritura es una exploración de la angustia y el sufrimiento, y BHL, el intelectual comprometido con las causas relacionadas con la dignidad humana, van componiendo un discurso lleno de interés.

Transformados en eruditos los escritores malditos, la lectura discurre por sus referentes literarios y filosóficos: Flaubert, Baudelaire, Malraux, Roman Gary, Nietzsche o Schopenhauer conforman jalones que hacen inteligible la Francia de Camus, Sartre, Ionesco o Beckett. Entre las reflexiones más abstractas se cuela el recuerdo del padre. Una memoria llena de poesía que dibuja unos progenitores bien distintos, porque en el caso de BHL se trata de un rico comerciante de madera hecho a sí mismo y en el de Houellebecq de un monitor de esquí independiente y guía de montaña. Les une sin embargo su discreción. Ambos eligen la sombra antes que la notoriedad.

Con muchas páginas a sus espaldas, el lector aprecia la atractiva relación intelectual y afectiva que se ha establecido entre el nouveau philosophe y el hombre desencantado. Ambos discurren por la atractiva pero amarga senda que evoca a Pascal, y es entonces cuando BHL escribe a Houellebecq para decirle que está enterado del escándalo organizado por su madre con la publicación de su libro autobiográfico L’Innocente (Scali, 2008).

Se cierra este volumen con una más que interesante discusión sobre los géneros literarios y la primacía ontológica. Para Houellebecq ésta última, como ya hemos señalado, reside en la poesía. BHL es más cauto y afirma que todo género tiene su aquel

Las biografías al uso de Houellebecq señalan que es hijo de René Thomas y de Lucie Ceccaldi, una médico anestesista nacida en Argelia que le trajo al mundo en la francesa isla de La Reunión en el año 1956 ó 1958. A los seis años fue enviado a Francia a cargo de su abuela paterna de la que toma su apellido de escritor.

Lo cierto es que en Las partículas elementales Houellebecq, gran creador de personajes, presenta al lector una de las madres más viles de la literatura francesa y la llama “Ceccaldi”. Hippy, obsesionada con el sexo y egocéntrica, recuerda casi con pelos y señales a su madre recorriendo África en un Citroën 2CV. La aparición de Lucie Ceccaldi en el ambiente literario francés cae como una bomba que explota en las páginas de L’Innocente y en las múltiples entrevistas que le hacen a Ceccaldi un sinfín de enemigos de un Houellebecq que es tachado de pesetero, mentiroso y canalla por su propia madre. Ésta niega el abandono del hijo y declara a los cuatro vientos que a pesar de sus 83 años le va partir la cara y los dientes con un bastón en cuanto le vea.

La aparición de Lucie Ceccaldi constituye un punto de inflexión en el texto. Rompe esa paz que Houellebecq busca, tras haber vivido en España –recuérdese su Lanzarote- y en Irlanda donde, por cierto, los impuestos son menores. Para recuperar el tono intelectual ambos autores retoman la reflexión sobre el vano intento de Auguste Comte de organizar una religión sin Dios apoyada en la razón científica.

Se cierra este volumen con una más que interesante discusión sobre los géneros literarios y la primacía ontológica. Para Houellebecq ésta última, como ya hemos señalado, reside en la poesía. BHL es más cauto y afirma que todo género tiene su aquel. Con todo, quedan fuera de estas páginas muchos aspectos de interés para el lector. Se echa de menos que no se discuta sobre Nicolas Sarkozy. Que no se hable de mujeres, aún cuando BHL declara que sus dos horizontes son las féminas y la escritura. No obstante, las perlitas son abundantes entre página y página. Ahí está BHL abriéndole los ojos a Houellebecq sobre cómo tratar a los periodistas canallas: amenazando, si es preciso, su integridad física. Para el lector español este volumen constituye una excelente aproximación general al rico universo literario y filosófico francés y un penetrante viaje al interior de las obras de dos primera fila. Pese al declive de la cultura francesa, su fuerza y su riqueza siguen siendo ejemplares. Tenemos mucho que aprender quienes estamos en territorios comunicados por el español.
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