Nacido una década después, Michel Houellebecq es todo lo contrario. La suya
es una familia desintegrada y sin un duro. Divorciado, víctima de una depresión
nerviosa se convierte en un pringoso informático del Ministerio de Agricultura
francés. Sus primeros libros de poesía pasan desapercibidos. Quizá esa sea la
razón que le ha llevado a lo largo de su vida a reivindicar la centralidad de la
poesía en la literatura. Éxito y dinero le llegan, en 1998, con la publicación
de su novela
Las partículas elementales, un texto descarnado e
irreverente incardinado en la sociedad sexualizada y consumista de hoy. Tres
años más tarde, cuando algunos empezaban a pensar que Michel Houellebecq se iba
a quedar, como Salinger, en autor de una sola novela, aparece
Plataforma
y ya queda consagrado en el exigente mundo editorial francés pese a su gusto por
los desplantes y otras faltas de educación.
Enemigos públicos es
un libro a cuatro manos que causó sensación en Francia en el otoño del 2008. Se
trata de un diálogo mantenido entre enero y julio de ese año por Michel
Houellebecq y Bernard-Henri Lévy a través del correo electrónico. Veintiocho
e-mails con los que se ha construido un volumen que presenta a dos reputados
escritores que escriben tanto sobre sí mismos como sobre la época que les ha
tocado vivir.
En el espacio publicitario marcado en Francia por la
presentación en otoño de las novedades editoriales, la famosa
rentrée, se
inundó con 150.000 ejemplares las librerías, las grandes superficies y los
medios de comunicación. Teresa Cremisi, PDG del sello Flammarion e instigadora
del proyecto, consiguió no sólo persuadir a dos intelectuales coriáceos y poco
dados a formar un dueto sino también a sus colegas de Grasset para hacer una
edición conjunta. El resultado final fue todo un éxito de lectores y crítica.
Enemigos públicos es el
esfuerzo de dos inmensos talentos que pasada la primera explosión perciben que
están unidos por varias cosas. Les une la despiadada crítica de los medios de
comunicación franceses a sus textos y a su desmedido afán de
protagonismo
El comienzo es duro, impactante.
Houellebecq abre este intercambio epistolar con cartuchos de dinamita. Veamos lo
que escribe de Bernard-Henri Lévy: “Especialista de números descabellados y
payasadas mediáticas, usted deshonra hasta las camisas blancas que lleva. Íntimo
de poderosos, bañado desde la infancia en una riqueza obscena… Filósofo sin
pensamiento, pero no sin amistades, es además autor de la película más ridícula
del cine. Nihilista, reaccionario, cínico, racista y misógino vergonzoso…”. Con
esos y otros insultos increpa a un Bernard-Henri Lévy –de ahora en adelante BHL,
como se acostumbra a utilizar en Francia- que acusa el golpe pero, aconsejado
por su prudencia y su editorial, trata de apaciguar al combativo Houellebecq.
Trata de amortiguar y devolver en un tono más equilibrado. Tono que, dicho sea
de paso, se mantiene hasta el final del texto. La textura intelectualizada de
BHL deja, no obstante, correr una sinceridad empujada por las revelaciones de
Houellebecq de las que seguramente están, ambos, más que arrepentidos.
Enemigos públicos es el esfuerzo de dos inmensos talentos
que pasada la primera explosión perciben que están unidos por varias cosas. Les
une la despiadada crítica de los medios de comunicación franceses a sus textos y
a su desmedido afán de protagonismo. BHL se siente, además, perseguido por ser
judío. Es cierto que desde cierta izquierda se le acusa de sionista. No
obstante, sus textos desbordan el sentido común con demasiada frecuencia. En la
página dominical que le ha dado el diario español de más tirada,
El País,
BHL hizo hace unas semanas una defensa del director de cine Roman Polanski
que daba vergüenza. Condenado por violación de una menor en California, Polanski
huyó de Estados Unidos para no ir a la cárcel. BHL, el defensor de causas
perdidas, excusó a su amigo escribiendo que eso había pasado hace ya muchos
años. ¿Cuáles son las cualidades éticas que hacen de Polanski un sujeto a
defender? Su origen polaco, su conversión francesa, los millones ganados con sus
películas, su mansión suiza, o ser judío no parecen razones suficientes para
eximirle de rendir cuentas ante la justicia norteamericana.
Houellebecq
también se siente especialmente vulnerable. En buena medida porque sus novelas
sacan a la luz lo peor del ser humano y de la sociedad. Se está estrenando su
primera película y la crítica cinematográfica ha sido feroz. La película de BHL
fue también destrozada por la crítica y por el público. Por otro lado, desde los
suplementos culturales franceses, los programas de libros en la televisión y en
Internet se critica constantemente la obra y la vida de Houellebecq y se hurga
en su vida privada.
La disputa que esperaba el lector se
transforma en un diálogo acerca de la vida de ambos, las vivencias de la escena
literaria parisina y sus visiones del mundo. Houellebecq, el cínico cáustico
cuya escritura es una exploración de la angustia y el sufrimiento, y BHL, el
intelectual comprometido con las causas relacionadas con la dignidad humana, van
componiendo un discurso lleno de
interés
Hubieran caído ambos autores en lo
grotesco de haber seguido haciéndose las víctimas, sobre todo porque en este
volumen, y en realidad desde hace muchos años, tanto sus textos como sus
intervenciones públicas han dejado siempre muertos en la cuneta. Y ya se sabe
que donde las dan las toman. Sin embargo, la disputa que esperaba el lector se
transforma en un diálogo acerca de la vida de ambos, las vivencias de la escena
literaria parisina y sus visiones del mundo. Houellebecq, el cínico cáustico
cuya escritura es una exploración de la angustia y el sufrimiento, y BHL, el
intelectual comprometido con las causas relacionadas con la dignidad humana, van
componiendo un discurso lleno de interés.
Transformados en eruditos los
escritores malditos, la lectura discurre por sus referentes literarios y
filosóficos: Flaubert, Baudelaire, Malraux, Roman Gary, Nietzsche o Schopenhauer
conforman jalones que hacen inteligible la Francia de Camus, Sartre, Ionesco o
Beckett. Entre las reflexiones más abstractas se cuela el recuerdo del padre.
Una memoria llena de poesía que dibuja unos progenitores bien distintos, porque
en el caso de BHL se trata de un rico comerciante de madera hecho a sí mismo y
en el de Houellebecq de un monitor de esquí independiente y guía de montaña. Les
une sin embargo su discreción. Ambos eligen la sombra antes que la notoriedad.
Con muchas páginas a sus espaldas, el lector aprecia la atractiva
relación intelectual y afectiva que se ha establecido entre el
nouveau
philosophe y el hombre desencantado. Ambos discurren por la atractiva pero
amarga senda que evoca a Pascal, y es entonces cuando BHL escribe a Houellebecq
para decirle que está enterado del escándalo organizado por su madre con la
publicación de su libro autobiográfico
L’Innocente (Scali, 2008).
Se cierra este volumen con una más
que interesante discusión sobre los géneros literarios y la primacía ontológica.
Para Houellebecq ésta última, como ya hemos señalado, reside en la poesía. BHL
es más cauto y afirma que todo género tiene su aquel
Las biografías al uso de Houellebecq señalan que es hijo de
René Thomas y de Lucie Ceccaldi, una médico anestesista nacida en Argelia que le
trajo al mundo en la francesa isla de La Reunión en el año 1956 ó 1958. A los
seis años fue enviado a Francia a cargo de su abuela paterna de la que toma su
apellido de escritor.
Lo cierto es que en
Las partículas
elementales Houellebecq, gran creador de personajes, presenta al lector una
de las madres más viles de la literatura francesa y la llama “Ceccaldi”. Hippy,
obsesionada con el sexo y egocéntrica, recuerda casi con pelos y señales a su
madre recorriendo África en un Citroën 2CV. La aparición de Lucie Ceccaldi en el
ambiente literario francés cae como una bomba que explota en las páginas de
L’Innocente y en las múltiples entrevistas que le hacen a Ceccaldi un sinfín
de enemigos de un Houellebecq que es tachado de pesetero, mentiroso y canalla
por su propia madre. Ésta niega el abandono del hijo y declara a los cuatro
vientos que a pesar de sus 83 años le va partir la cara y los dientes con un
bastón en cuanto le vea.
La aparición de Lucie Ceccaldi constituye un
punto de inflexión en el texto. Rompe esa paz que Houellebecq busca, tras haber
vivido en España –recuérdese su
Lanzarote- y en Irlanda donde, por
cierto, los impuestos son menores. Para recuperar el tono intelectual ambos
autores retoman la reflexión sobre el vano intento de Auguste Comte de organizar
una religión sin Dios apoyada en la razón científica.
Se cierra este
volumen con una más que interesante discusión sobre los géneros literarios y la
primacía ontológica. Para Houellebecq ésta última, como ya hemos señalado,
reside en la poesía. BHL es más cauto y afirma que todo género tiene su aquel.
Con todo, quedan fuera de estas páginas muchos aspectos de interés para el
lector. Se echa de menos que no se discuta sobre Nicolas Sarkozy. Que no se
hable de mujeres, aún cuando BHL declara que sus dos horizontes son las féminas
y la escritura. No obstante, las perlitas son abundantes entre página y página.
Ahí está BHL abriéndole los ojos a Houellebecq sobre cómo tratar a los
periodistas canallas: amenazando, si es preciso, su integridad física. Para el
lector español este volumen constituye una excelente aproximación general al
rico universo literario y filosófico francés y un penetrante viaje al interior
de las obras de dos primera fila. Pese al declive de la cultura francesa, su
fuerza y su riqueza siguen siendo ejemplares. Tenemos mucho que aprender quienes
estamos en territorios comunicados por el español.