Como ocurre con Hitler, los personajes que descifra Ferrán Gallego sólo
pudieron ocupar el primer plano de la política alemana y europea como
consecuencia de la hecatombe de la Gran Guerra, unos como antiguos combatientes
frustrados por el resultado de la contienda y lo que consideraron posteriores
humillaciones tanto externas como internas y los otros influidos por la
conciencia que aquéllos transmitían en medio de la vorágine en que se vio sumida
la República de Weimar.
En el grupo de antiguos combatientes de la
Primera Guerra Mundial destaca la siguiente nómina. Anton Drexler, el fundador
del partido, que fue quien convirtió a Hitler en figura pública de la
organización, representaba a los obreros especializados y parte de las clases
medias afines al movimiento völkisch. Julius Streicher, representante conspicuo
del antisemitismo patológico, proporcionó en los decisivos inicios un feudo
político para Hitler en Franconia (de ahí la importancia de Nuremberg como
capital del movimiento nazi) y le aportó la asunción de la idea del liderazgo
absoluto sobre el partido. Gregor Strasser, uno de los principales
representantes de la izquierda nazi, “verdadero socialista” no marxista, con
prestigio entre antiguos combatiente de la Gran Guerra, quien, como gran
estratega, junto con Hitler, cimentó las condiciones que pusieron al
nacionalsocialismo a las puertas del poder, además de suministrar un espacio
social distinto al de Baviera. Ernst Röhm, quien consiguió la adhesión al
movimiento de las fuerzas paramilitares de las SA, constituidas en 1921, y
mantuvo un férreo control sobre ellas. Hermann Göering, antiguo piloto de
combate, creador de la Gestapo y jefe de la Luftwaffe, hombre muy contradictorio
que llegaría a ser el números dos del régimen, representa al sector conservador
vinculado a los grandes intereses económicos (los Thyssen, por ejemplo) y a la
aristocracia, encarna la “cláusula se seguridad” de estos grupos y el control de
la economía desde la política. Robert Ley fue el “responsable máximo de un
imperio basado en el control de la mano obrera”, verdadero dirigente del
obrerismo dentro del régimen. Alfred Rosenberg, un elitista, es el gran teórico
del nacionalsocialismo, quien hizo de los factores raciales la auténtica razón
de ser del proyecto utópico nazi y quien concibió el principio del
Lebensraum o expansión territorial.
Cuando el lector concluya el libro,
alcanzará a entender en toda su extensión la complejidad del nazismo,
cronológicamente desde los orígenes hasta el derrumbe final y también en cuanto
a la composición, comprobando la amplia pluralidad del movimiento y los
mecanismo de funcionamiento interno
Dentro de este grupo de
antiguos combatientes, los hombres de la primera hora, los que en su mayoría
vivieron la efervescencia del abigarrado ambiente volkisch como el incipiente
líder Hitler, algunos tuvieron que ser eliminados o fueron marginados, como
Drexler, Strasser, Röhm... para que aquél se alzara con el poder absoluto en el
movimiento nazi. Luego están los más jóvenes o aquellos que no pudieron
participar por alguna causa, es decir, quienes no habían experimentado la
lucha en las trincheras. En el segundo grupo está Joseph Goebbels, un
místico, un nacionalista también nihilista, que busca la experiencia de la
totalidad, caracterizado representante de la izquierda nazi que logra implantar
el partido en el hostil territorio de Berlín, y gran propagandista: será el
creador del mito de Hitler. Baldur von Schirach incorporaba a los jóvenes
encuadrados en las Juventudes Hitlerianas, una organización que suponía entre 6
y 8 millones de personas. Heinrich Himmler, el gran administrador del Terror de
Estado, es el tecnócrata utilitario, pulcro e higiénico, que personifica “la
fabricación de una duplicidad de protección y represión”, quien acostumbró a la
sociedad a la violencia de masas, un personaje del que se vale Ferran Gallego
para introducirse en los entresijos de la política racial del régimen y desvelar
el universo concentracionario, la formación y potenciación de las SS y la
andadura hasta la solución final, producto de las exigencias de las tres
necesidades del Reich, la germanización, el aumento de la producción y las
tareas de exterminio. Alber Speer representa al pragmatismo cínico, el supremo
tecnócrata ostentoso e intimidante del que se sirve el autor para estudiar, como
hace con Goebbels respecto a la estética nazi, la arquitectura y su significado
dentro del Tercer Reich y el muy interesante aspecto del sentido de culpa de los
alemanes, que él encarna como ninguno de los personajes que aparecen en las
páginas de este libro. Martin Bormann, un burócrata eficacísimo, hábil
conspirador y con unas dotes de servilismo incomparables, fue el elemento
utilizado por Hitler para subordinar todo el aparato del Estado a su
voluntad.
Cuando el lector concluya el libro, alcanzará a entender en
toda su extensión la complejidad del nazismo, cronológicamente desde los
orígenes hasta el derrumbe final y también en cuanto a la composición,
comprobando la amplia pluralidad del movimiento y los mecanismo de
funcionamiento interno, ese sello de caos organizado en que los distintos capos
compiten por las áreas de poder, competencia que Hitler administra con sabia y
astuta mano izquierda desde su particular concepción darwinista. Así lo
sintetiza Ferrán Gallego: “Se ha querido explicar el nazismo en su pluralidad,
en una heterogeneidad que se acentúa a medida que se profundiza en él y que
contrasta con su prestigio y su propia apariencia de movimiento y régimen
monolítico”, aunque con una salvedad bien importante, pues “esa
pluralidad del fascismo alemán fue mantenida sobre un factor más
importante que ella: el reconocimiento de un proyecto común, de una utopía
compartida, de una ideología que se consideraba propia de todos.”
El nazismo es un producto de la modernidad
en grado sumo y, visto en estos términos, puede considerarse un éxito en cuanto
que logró asentar un poder absoluto de una magnitud desconocida en la
historia
Así, cuando uno se adentra en la lectura se
entiende que su triunfo, además de las circunstancias históricas en las que se
desarrolló la vida de la Alemania de entreguerras, no puede explicarse por el
éxito de una banda de iluminados sin escrúpulos que tuvieron la osadía de
imponerse sobre los alemanes. La causa de fondo obedece a que a través
de la red capilar que fueron montando ofrecieron a éstos una alternativa
personal y colectiva que les persuadió para que les siguieran voluntariamente,
un poryecto en el que muchos participaran fanáticamente de la creencia de un
destino que habían fabricado. Uno de los aspectos interesantes del libro es la
reacción ante el hecho de que todo se esfumó, no otra cosa de lo que casi todos
habían creído que era Alemania.
El nazismo es un producto de la
modernidad en grado sumo y, visto en estos términos, puede considerarse un éxito
en cuanto que logró asentar un poder absoluto de una magnitud desconocida en la
historia. Consiguió acopiar un caudal de energías que fue capaz de aplicar
sistemáticamente, reuniendo factores con los que logró transformar de punta a
punta el mapa político de Europa durante sus tres años de apogeo y los dos de
agonía, sin descontar los cambios demográficos, ya sea en términos de
destrucción humana por penalidades, enfermedad y hambre, ya sea por
deportaciones y exterminios. Como señala el historiador
británico Tony Judt, la Europa que surgió de 1945 nada
tenía que ver con la de los años treinta, fue una creación, a medias, de Adolf
Hitler y de Joseph Stalin, dos monstruos con explicación.