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Miguel Adrover: <i>Silbidos de Gloria. Historia de Kurt Savoy, el Rey del Silbido</i> (Ediciones Carena, 2009)

Miguel Adrover: Silbidos de Gloria. Historia de Kurt Savoy, el Rey del Silbido (Ediciones Carena, 2009)

    AUTOR
Miguel Adrover Caldentey

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
S’Horta (Mallorca, España), 1965

    BREVE CURRICULUM
Corresponsal de prensa desde 1989 de Diario de Mallorca. Redactor de Santanyí Radio desde 2002. Ha publicado: Reculls de Saviesa (El Faro 2005), Cuentos de Sabiduría (Heptaseven 2008). Es autor de la obra de teatro Ven, te contaré un cuento (2007)




Tribuna/Tribuna libre
Silbidos de Gloria. Historia de Kurt Savoy, el Rey del Silbido
Por Miguel Adrover, viernes, 2 de octubre de 2009
Silbidos de Gloria, de Miguel Adrover, es la historia de Curro Savoy, también conocido durante años como Kurt Savoy, considerado por muchos el mejor silbador del mundo, un artista de prestigio internacional que ha actuado los escenarios más codiciados del planeta y que siempre ha recordado que también actuó en los escenarios más humildes. Silbidos de Gloria (Ediciones Carena, 2009) nos adentra en la vida de Curro, en sus comienzos como artista, en las vicisitudes económicas que tuvo que afrontar para sacar a su familia adelante, en su éxito como estrella de la música, en su reconocimiento como artista, en la maestría de su silbido, y lo más importante, en su lado más humano. Desde sus inicios en un concurso de radio hasta ser reconocido como Rey del Rock español, desde las bandas sonoras de míticos westerns hasta su participación en la música de campañas de publicidad de las compañías más prestigiosas, Curro siempre ha sido él mismo. A través de las anécdotas, a través de quienes le apoyaron, sin olvidar los momentos más duros de su vida, ni tampoco los más desternillantes, podremos comprobar como el tesón, el espíritu de superación y la capacidad de lucha ha sido una constante en la vida de quien, a pesar de todo lo vivido, nunca ha dejado de ser, Francisco Rodríguez Muñoz.
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Curro Savoy interpreta del tema musical de la película El bueno, el feo y el malo (vídeo colgado en YouTube por andalocio)

El deseo de ayudar en casa

Cuando una persona inquieta y ya bregada con el día a día de la calle y de la gran ciudad, por joven que sea, ve que la economía familiar no sale del socavón donde se encuentra, despierta en su interior un deseo de ayudar superior a las posibilidades reales que tiene.
Estos deseos hacen que muchas veces se tomen decisiones a vuelapluma y sin meditar. Hoy en día los jóvenes no abandonan el ámbito escolar como mínimo hasta los dieciséis años, y en esta etapa de su desarrollo no tienen ningún contacto con el mundo laboral, pero remontándonos al final de la década de los 50 no era extraño ver a niños de diez y once años compaginando sus estudios elementales con trabajos mal remunerados y muchas veces realizados por un plato de comida caliente o por las propinas que pudieran recibir.
Los momentos tan duros que estaban pasando los padres de Curro, los rigores del invierno y el verlos trabajar a la intemperie sin horas que dedicar a su propio descanso y las malas condiciones de la vivienda donde habitaban, en la que el único aseo estaba en el patio exterior, la ausencia de calefacción, suplida por un brasero los días de mucho frío y la humedad que filtraba por las paredes, hicieron que decidiera buscar un empleo con la intención de ganar mucho dinero y comprar una vivienda digna a sus padres.
-Cuando estaba ayudando a mi madre, o en mi mesita del banco, me di cuenta de que los turistas despistados si les acompañabas al lugar donde deseaban ir daban unas generosas propinas, entonces compré un plano guía de Madrid y cuando veía a una pareja despistada me ofrecía a acompañarles, o a indicarles donde estaba el lugar que buscaban; muchas veces terminaba vendiéndoles mi plano si no tenían, por un precio superior a lo que yo había pagado. No sé cómo me hacía entender, pero la realidad es que con algunas palabras clave y muchas señas me comprendían, y como me conocía tan bien toda esa zona de Madrid, si me lo pedían les acompañaba y con ello conseguía alguna que otra moneda que entregaba a mi madre.
Este es el primer recuerdo de un objetivo económico en la vida de Curro Savoy: el deseo de poder ofrecer a sus padres un futuro mejor, sin importarle como conseguirlo. Era consciente de que la venta de caramelos y pipas no daba suficiente dinero para salir de aquella situación económica y que su padre, que empezaba a no tener una salud de hierro, también ganaba muy poco dinero cuando trabajaba.
La decisión estaba tomada, buscaría trabajo para poder ayudar a su familia, por lo que empezó a ir de un establecimiento a otro, acompañado de su amigo Luis. No había demasiadas oportunidades, pero también aprovechaban para pasar a saludar a Carmina, la madre de Luis, a la lavandería del hotel donde trabajaba en la Gran Vía. Esta les daba unas pesetas para poder ir luego al cine.
Su primer contacto con el trabajo lejos de su madre fue de chico de recados en una frutería; toda su labor se reducía a transportar cestas con pedidos a casa de los clientes, muchas veces encargos de quince o veinte kilos para llevarlos varias manzanas lejos.
La dureza del trabajo y lo mal remunerado que estaba hizo que enseguida lo dejase para entrar de botones en un bar. Allí su cometido era abrir la puerta a los clientes, recoger sombrero y paraguas y buscarles taxi en caso de que lo necesitaran, pero trabajaba únicamente por el importe de las propinas de los clientes.
-Aunque en una ocasión sí que logré una buena propina. Fue en la “Cafetería Baviera”, en la calle de Alcalá, junto al antiguo cine Calatrava; Aquella tarde llovía a mares, un cliente me mandó a buscar un taxi y, como siempre ocurre cuando llueve, los taxis desaparecen; no había ninguno cerca, por lo que, calándome hasta la piel, seguí calle abajo y doblé hacia la Gran Vía donde conseguí parar uno; me monté y, en ese momento, recordé que no había entregado el poco dinero que había conseguido de propinas a mi madre, y que lo necesitaba para poder comprar comida. Le expliqué al taxista la situación, debí parecerle convincente y, al verme tan empapado, aceptó desviar el camino hacia la cafetería y esperar en la paradita de mi madre cuando me bajé para entregarle el dinero. Cuando llegamos a la cafetería el cliente seguía aguardando. Al verme descender del taxi tan mojado, pero feliz (creo que se creyó que esa felicidad era porque había conseguido lo que me había pedido), se puso tan contento que me dio la mayor propina que recibí durante esa etapa de mi vida.
Pero se trataba de un trabajo mal pagado e inseguro. Nunca se podía saber si habría propinas o no, por lo que de nuevo, al ver un anuncio de que se necesitaba un ayudante en una sastrería, cambió de ocupación.
Entró a trabajar en la sastrería con una experiencia que se inventó, pero con la idea de que sería fácil adaptarse.
-La verdad es que no había planchado en mi vida por lo que no pude realizar lo que se me exigía; duré únicamente tres días, pero me sirvieron para saber un poco más y tener más confianza en mí mismo. Al poco tiempo volví a solicitar empleo en otra sastrería como planchador y creo que el encargado me vio tan convencido en mí mismo que también me contrató, duré un poco más, pero también me despidieron rápidamente.
No desistí en mi empeño y en cada sitio aprendía algo más, por lo que repetí en una tercera sastrería, esta vez como aprendiz. Al principio solo me encargaba de llevar los trajes confeccionados a los clientes, pero con el tiempo el jefe empezó a confiar en mí y un día me propuso que aprendiera a planchar. Sin dudarlo le dije que sí, ya que veía en ello una posibilidad de ganar más dinero.
Empecé planchando las solapas de chaquetas y abrigos, era un planchado manual que requería mucha atención, ya que las planchas no eran como las de ahora, pronto me di cuenta, pues un día me quedé absorto ante la belleza de una joven costurera que trabajaba frente a mi mesa de planchado; quedé tan en la inopia que no fui consciente de lo que estaba haciendo hasta que una columna de humo negro y con un fuerte olor a quemado me sobresaltó mientras un coro de risas de las cinco o seis modistillas que trabajaban allí me hicieron enrojecer como un tomate.
Como es de suponer, después de este hecho vino la posterior bronca de mi jefe y el consiguiente despido. Y luego decírselo a mis padres y explicarles el porqué, vaya vergüenza.
Durante esa época otro de los objetivos de Curro era el aprender inglés, el idioma en que se cantaba el incipiente rock, que sonaba muy de tanto en tanto y que llegaba a las pantallas con algunas películas de Elvis Presley. Cuando pudo disponer de algún dinero realizando además de los trabajos algún encargo, se apuntó a una academia; durante una temporada compaginó sus múltiples empleos con los estudios y con la academia, pero aún así el dinero que ganaba no era suficiente para salir adelante en casa ya que su padre había vuelto a enfermar. Tuvo que dejar la academia.
Otro de los episodios que marcan esa época, en la que Curro quería a toda costa encontrar la manera de ganar dinero para poder sacar adelante a su familia y que también demuestran la inconciencia de las decisiones que se toman a esa edad, fue el intentar, junto a su primo Manolo, embarcarse en una aventura con destino a Brasil, una aventura llamada al fracaso antes de iniciarse pero acometida con la mayor de las ilusiones.
-Un día escuché en la radio que en Brasil ofrecían extensiones de terreno a quien se comprometiera a cultivarlas y que era una gran oportunidad para hacer fortuna. No sé cómo, pero convencí a mi primo Manolo para que me acompañase.
Para realizar este proyecto necesitábamos dinero, pues tendríamos que hacer frente a algunos gastos. El viaje no nos preocupaba, ya que decidimos embarcarnos como polizones en un barco que iba a zarpar desde Marsella.
Inspirándonos en aventuras vistas en el cine, desarrollamos toda la logística necesaria para la mente de unos chavales de una docena de años. Empezamos a guardar lo poco que nos daban los domingos para ir al cine, o la propina obtenida de los ocasionales recados y pusimos manos a la obra para trazar un plan infalible.
Como sabíamos de la presencia constante de la guardia civil en caminos y cruces, para que no nos descubrieran y nos devolvieran a casa, decidimos que lo mejor sería ir bordeando la costa por Valencia, atravesar la frontera por Cataluña y luego llegar a Marsella donde nos embarcaríamos como polizones rumbo a nuestra aventura americana.
Llegó el día de partir, era una mañana de enero y hacía un frío horroroso, hicimos acopio de sándwiches para el viaje y de varias cajas de cerillas para encender fuego y calentarnos durante la travesía.
Cuando salimos de la capital empezamos a caminar por el campo, íbamos a unos doscientos metros de distancia de la carretera para tenerla como referencia. Después de varios descansos y de comer los primeros bocadillos ya vimos que no serían suficientes para todo el trayecto, así que decidimos comer lo menos posible para que nos duraran más.
Elegimos mal el momento del viaje, ya que el frío de enero durante el día era mucho, pero al caer la noche era insoportable. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que ninguno de los dos había pensado en coger una manta que nos sirviera de abrigo. Tampoco tuvimos el coraje suficiente como para encender fuego y calentarnos por temor de ser descubiertos; así que la primera noche la pasamos durmiendo juntos en una zanja cubriéndonos con hojarasca y hierba a fin de paliar el frío.
Finalmente, después de andar tres jornadas, sin provisiones, con más frío cada día y con los pies de mi primo Manolo ensangrentados, debido a que calzaba unas botas “Segarra” un número inferior al que necesitaba, y habiendo recorrido aproximadamente un total de cuarenta kilómetros (que a nosotros nos habían parecido cuatrocientos), decidimos abandonar el proyecto y regresar a Madrid. Sin ninguna gana de caminar y deseando llegar lo antes posible, el regreso lo hicimos en autostop.
De nuevo llegaba lo peor, el enfrentarse a la vuelta a casa, esa vez la bronca fue enorme, no sé cuántos domingos me castigaron sin poder salir con mis amigos, pero, por suerte, llegaron a comprender que, en mi interior, lo único que deseaba era encontrar una salida que me permitiera ayudarles y ofrecerles un futuro mejor.
Con todas sus alocadas ideas el preadolescente Curro también destacaba por su sensibilidad; si era capaz de que una idea fuera llevada a término sin sopesar los pros y contras en busca de un ideal, también lo era de sentir y padecer el dolor de los seres queridos en sus carnes, sobre todo si ese dolor era a causa de alguna acción que él hubiera llevado a cabo.
-Por entonces yo era un joven muy sensible y hubo situaciones que no he podido olvidar. Recuerdo el día en que se me cayó un pedrusco sobre la mano de mi hermana pequeña, María del Carmen, rompiéndole el dedo meñique. También quedé muy marcado el día que me robaron el cestillo donde vendía caramelos, mientras jugaba a fútbol con mis amigos en el Paseo del Prado, entre Neptuno y Cibeles.
Me dolió el hecho más por mi descuido que por lo que representaba económicamente, que, en aquellos momentos suponía mucho para mí y para mi familia. Reconozco que no era muy cuidadoso con mis cosas (y debo seguir sin serlo, me han robado ya varias guitarras), aunque en aquel tiempo debías estar siempre atento. A mi madre también le robaron varias veces cuando estaba trabajando. En una ocasión le quitaron todo el dinero que tenía mientras le devolvía el cambio a un cliente. Afortunadamente el autor fue detenido con la ayuda de unos transeúntes y ella recuperó la recaudación de ese día. Son recuerdos dolorosos que se han quedado siempre grabados en mi memoria.

Rock & Roll

Conocidas las inquietudes de Curro, no es de extrañar que se las ingeniara para colarse en los cines, una veces aprovechando que, a pesar de su edad, en aquella época a finales de los 50 principios de los 60, aparentaba unos años menos y se colaba entre el grupo de niños que todavía no pagaban; en caso de no tener esa oportunidad se arrimaba a cualquier pareja con toda naturalidad aparentando ir con ellos y así nunca le pidieron la entrada.
-Vale, reconozco que, en repetidas ocasiones, me vieron y tuve que salir a toda velocidad para no recibir un bofetón, pero conseguí más éxitos que fracasos, así que merecía la pena. Una vez dentro nunca me pillaron, recuerdo que en el Real Cinema vino el acomodador y me dijo que la butaca que ocupaba era de la pareja que estaba acompañando, pidiéndome la mía, claro yo no tenía y, tranquilamente, le expliqué que mis padres estaban en la parte baja de la sala pero que yo me mareaba mucho y mi madre me había enviado arriba para evitar que vomitase, el acomodador me colocó en otro asiento sin volver a pensar en mi entrada.
Era la edad de oro del cine musical, con Fred Astaire, Ginger Rogers y Gene Kelly, y aún recuerdo con especial cariño películas como “Cantando bajo la lluvia” y “Un día en Nueva York”. El cine siempre fue mi lugar predilecto; recuerdo que, en invierno, cuando hacía tanto frío, mi madre solía prepararme un bocadillo y una botellita de agua y me daba unas pesetas para la entrada matinal; en aquel entonces, se proyectaban en cada sesión, un documental del NODO, un corto de dibujos animados, normalmente de Disney y dos películas, lo que suponía más de tres horas de proyección.
Dentro de los cines hacía una temperatura agradable, por lo que estaba allí desde que entraba en la primera sesión de las diez de la mañana hasta que tenía que volver a casa a las diez de la noche, viendo una y otra vez las mismas películas, lo que no me aburría en absoluto. Me encantaban las de Tarzán y las del Oeste.
Esa posibilidad de colarse sin levantar sospechas en cualquier lugar también venía facilitada porque María, su madre, a pesar de todas las penurias económicas, desde pequeño, siempre lo llevó bien vestido, “según te veo el ato, así te trato” era una de sus frases preferidas, o, lo que es lo mismo, le inculcaba que debía ir bien vestido para ser tratado bien. Ese pulcro aspecto contribuyó a que su presencia pasara desapercibida entre las colas de los cines.
Apuntando ya su vocación artística, no era extraño ver a Curro buscando en la cartelera la última película musical del momento y si, por un casual, se proyectaba una en la que actuaran los reyes del rock del momento, Elvis Presley, Tommy Steel o Bill Haley, podía verla 12 o 15 veces, memorizando las letras, los ritmos, la música y los movimientos de sus ídolos.
Quizá en alguna de estas proyecciones nació el que sería su gran sueño: el de convertirse en artista y tener su propio grupo de Rock & Roll.
A partir de esa edad, once o doce años, empezó a compaginar sus aficiones infantiles de jugar al fútbol o leer tebeos con la interpretación de canciones mientras sus amigos lo acompañaban marcando los ritmos con las manos en las mesas, sillas o cajas, y cantaban con él.
Pero el día que marcó su destino fue cuando llegó a sus oídos que en la Cadena Ser se realizaba un concurso que se retransmitía para toda España y que se denominaba “Conozca a sus vecinos”, un concurso en el que gente corriente desarrollaba sus dotes artísticas.
Al conocer la cuantía del premio, cien pesetas y un bote de Cola Cao, Curro no se lo pensó dos veces y se presentó con el deseo de cantar.
-Aquella primera vez, cuando llegué a la emisora lo primero que me pidieron fue que entregara las partituras al maestro Nicolás o que preparara el instrumento que iba a tocar en mi prueba; en aquellos tiempos no tenía ni idea de lo que era una partitura, y menos todavía de tocar un instrumento, por lo que no me admitieron en el concurso, mejor dicho, insistía tanto que casi me echaron de la emisora.
Fue un amargo trago para el joven Curro (todavía no había cumplido los doce años) que había visto en esas 100 pesetas una manera de desahogar un poco la economía familiar y en el bote de Cola Cao una oportunidad de mejorar durante un tiempo los desayunos.

Ese pensamiento le hizo tomar una arriesgada decisión: aprender a tocar la guitarra en el plazo de una semana para volver a presentarse. Únicamente una persona en aquel momento podía enseñarle los mínimos acordes para sacar adelante una canción, ese era su primo Cristóbal, que en aquel tiempo trabajaba en “Perico Chicote” donde acudía gente tan importante como el periodista Tico Medina entre otros muchos.
El aprendizaje express, a pesar del esfuerzo de Curro, no dio el resultado previsto, pues llego el día de volver a presentarse a la emisora y apenas lograba sacar unas notas a la guitarra, dominando únicamente un par de acordes. Pero en esta ocasión no le echaron de la prueba y se dispuso a dar el todo por el todo.
Para el concurso había preparado la canción que mejor se sabía, “El Rock de la cárcel” de Elvis, y empezó la actuación.
-Yo me hice unos acordes lo mejor que pude, mientras iba cantando con mi mejor voz, pero en uno de los momentos de la misma hay un sólo de guitarra que no me lo sabía, e improvisé con lo que se me daba mejor: en vez de tocarlo con la guitarra lo silbé. Ese fue el punto culminante de la actuación y lo que hizo que ese día ganara el concurso; fue algo muy emotivo volver con las 100 pesetas en el bolsillo y el bote de Cola Cao bajo el brazo.
El regreso a casa de ese día es un recuerdo imborrable en mi memoria. Mi madre, no sé cómo se las ingenió: había avisado a todos los vecinos de que iba a actuar esa mañana, por lo que, al volver a casa, después de haber sido proclamado ganador, todos salían a la calle a saludarme o me aplaudían desde los balcones.
Ese éxito fue un aliciente para que Curro se volviera a presentar pronto a otro concurso; en esa ocasión se inscribió en el certamen “El carro de la gloria” que organizaba Radio España y que se celebraba en el Teatro Cine María Cristina. El concurso era presentado por un reconocido locutor de la radio nacional, Federico Bravo Moranta, al que acompañaba Luis Sanjurjo, y por una joven presentadora que empezaba por aquellos entonces, Encarna Sánchez, que a posteriori sería una de las voces más conocidas de la radiodifusión en España.
Para aquella actuación Curro preparó una versión del tema de Silvana Mangano, “El bayón de Ana”, acompañándose únicamente con el ritmo que marcaba con sus manos sobre una silla y su silbido.
-Antes de empezar avisé al respetable, casi ochocientas personas abarrotaban el María Cristina, de que a mediodía había comido tres platos de arroz preparado por mi madre, y que estaba tan lleno que no sabía si podría, creo que la gente se lo tomó como una broma y más de uno pensó que no había comido tres platos de arroz seguidos en mi vida. La cuestión es que las risas del principio se volvieron una gran ovación al final y volví a ganar el concurso.
En otra ocasión, habiéndole cogido el gusto a los concursos, participé en uno de los de más fama, presentado por José Luis Uribarri en Radio Intercontinental, y que se celebraba en el Cine Salamanca, se llamaba “Flan Chino el Mandarín” y en esa ocasión coincidí con Rafael, que luego sería conocido mundialmente como Raphael. Yo me presenté con un Rock y él con una canción de su estilo, gané ese concurso por muy poco, pero recuerdo que entre los dos nos repartimos prácticamente todos los votos. Había más de veinte concursantes.
A la salida del cine una multitud me esperaba para pedirme un autógrafo y felicitarme. En ese momento una niña de unos cinco o seis años, que estaba en las primeras filas, cayó empujada por los que querían acercarse a mí; su madre empezó a culparme de ese hecho y al final quiso hasta pegarme.
No es de extrañar que con una proyección tan importante y en tan poco espacio de tiempo, ya que todo sucedió de forma muy rápida, pronto fueran las emisoras las que contactaran con Curro para que actuara en sus programas; uno de los que más veces visitó fue “La Puerta del Sol” del Radio Madrid, en él conoció al Sr. Salitas con el que a la postre trabaría una gran amistad y que fue quien le hizo una prueba para poder actuar en la emisora y donde conoció a José Luis Pécker, que fue quien primero apostó fuerte por él, ofreciéndole un espacio casi diario en su programa. Por esa época Curro comenzó a ser conocido con el apodo de “El Rey del Rock español”.



Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones Carena en la persona de su director, José Membrive, la gentileza por permitir la publicación de los dos capítulos del libro de Miguel Adrover: Silbidos de Gloria. Historia de Kurt Savoy, el Rey del Silbido (Ediciones Carena, 2009).
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    Salvamento, de Joseph Conrad (reseña de José María Lasalle)
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