En 2002, el político opositor y uno de los héroes de la revolución, luego
caído en desgracia,
Huber Matos, publicó un desgarrador testimonio de la
lucha que cambió radicalmente la moderna historia de Cuba, así como su paso por
las mazmorras del régimen durante veinte interminables años.
Cómo llegó la
noche es el relato de sus particulares vivencias, aunque no
exclusivas, que, a la vista de lo ocurrido con
Orlando Zapata Tamayo,
permiten trazar un hilo de continuidad en la historia represiva del castrismo
desde sus inicios hasta hoy.
En su día
Matos también hizo una
huelga de hambre, de cinco meses y medio de duración. Cuando comenzó la protesta
escribió en la pared de su celda, como declaración de principios, una frase que
en las actuales circunstancias mantiene todo su valor: “La muerte es victoria
cuando los rígidos despojos son afirmación del ideal y el honor”.
Matos
muestra en las páginas de su libro los constantes intentos de sus carceleros por
degradar la integridad de los presos políticos y de conciencia, por aislarlos
del resto de la población reclusa y cubana, por evitar que su ejemplo cunda y
que a partir de ahí sean muchos los que eleven su voz contra el
establishment: “Lo que persiguen es aniquilar la integridad de todos los
que no se doblegan para que el pueblo no se anime a imitarlos”.
El gobierno cubano subestimó a
Zapata Tamayo “por ser negro, ser humilde y no pertenecer a ningún partido
opositor conocido”
Unas breves anécdotas y pinceladas del libro de
Matos permiten ver las condiciones infrahumanas bajo las cuales tenía
lugar el devenir diario de los presos, prácticamente las mismas que hoy siguen
vigentes. Matos pasó prolongados períodos sin ver a su familia, presenció
en repetidas oportunidades como sus pertenencias, recuerdos y fotos de sus seres
queridos eran destruidos, aguantó golpes y vejaciones y debió deambular de una
cárcel a otra. Una de ellas fue La Cabaña, en La Habana, donde estuvo cinco años
en la “galera 23” respirando humo de petróleo. El médico de la Seguridad del
Estado que lo atendió le recomendó no fumar porque tenía los pulmones
destrozados, a lo que Matos respondió lacónicamente: “Doctor
Campos, nunca he fumado”.
El dirigente opositor Manuel Cuesta
Morúa señaló que el gobierno cubano subestimó a Zapata Tamayo “por
ser negro, ser humilde y no pertenecer a ningún partido opositor conocido”. Por
no ser, Zapata ni siquiera era uno de los 75 “mercenarios” al servicio de
Estados Unidos y traidores a su patria que en 2003 fueron condenados en juicios
sumarísimos a elevadas penas de cárcel. Por no ser, tampoco fue preso político o
de conciencia sino un mero preso común, un delincuente. Sin embargo, y pese a no
ser, el régimen se ensañó con él y su pena inicial de tres años de cárcel por
desobediencia y desacato terminó sumando, tras varios juicios realizados dentro
de la propia prisión, 36 años. Como dice un propagandista del régimen: “la
sentencia inicial se amplió de forma considerable en los años siguientes por su
conducta agresiva en prisión”. Este mecanismo no es nuevo. Silvino, un
compañero de cárcel de Matos fue condenado a 12 años. Al estar próxima su
liberación lo volvieron a enjuiciar y le cargaron nueve años más en su abultada
cuenta. Como dice Matos: “Esta es la noticia más cruel que un preso
recibe en prisión después de la pena de muerte”.
Para el régimen, la muerte de Zapata
Tamayo no fue producto de su voluntad sino obra de una manipulación, de un
complot urdido por turbias manos, entre las que se avizoran las de Estados
Unidos, que buscan la destrucción y el aniquilamiento de la
revolución
Éste no es el punto de vista del gobierno cubano. Más allá
de los lamentos de
Raúl Castro, que no le impidieron acusar formalmente a
Estados Unidos de ser los responsables de la muerta de
Zapata Tamayo, no
hubo ningún otro pronunciamiento oficial. Sin embargo, en las páginas de
Granma, el investigador y ensayista
Enrique Ubieta Gómez
(
ver su
biografía) ha publicado el ominoso opúsculo “¿Para quién
la muerte es útil?”. Ya el título da una idea de la intención del escrito, la
muerte de
Zapata Tamayo no fue producto de su voluntad sino obra de una
manipulación, de un complot urdido por turbias manos,
entre las que
se avizoran las de Estados Unidos, que buscan la
destrucción y el aniquilamiento de la revolución: “
Zapata Tamayo fue
manipulado y de cierta forma conducido a la autodestrucción premeditadamente,
para satisfacer necesidades políticas ajenas”.
El escribidor del régimen
comienza su artículo con una rotunda manifestación: “Es difícil morirse en Cuba,
no ya porque las expectativas de vida sean las del Primer Mundo —nadie muere de
hambre, pese a la carencia de recursos, ni de enfermedades curables—, sino
porque impera la ley y el honor”. Lo que resulta difícil de digerir no es su
alusión a las condiciones de vida que deben soportar los cubanos, para eso nada
mejor que preguntarles a ellos, sino la afirmación de que en Cuba impera la
ley. Lo del honor se lo dejo a su criterio interpretativo, ya que probablemente
su idea del honor sea bastante peculiar.
Es muy posible que en la intimidad,
Lula haya susurrado en el oído de los hermanos Castro algunas palabras en favor
de los derechos humanos y de la democratización de Cuba. Sin embargo, de un
estadista se espera algo más que eso
Probablemente por eso, porque Cuba es el imperio de la
legalidad, la mayor parte de los líderes latinoamericanos, con Lula a la
cabeza, suelen mirar para otro lado cuando estas cosas pasan en Cuba. Y cuando
no miran en esa dirección es para sacar a relucir las tropelías norteamericanas,
de modo de convertir a la maldad de uno en la coartada de la maldad e
incompetencia de los otros. Cita Moisés Naím una frase de Lula que
no tiene desperdicio: “No se puede juzgar a un país o la actitud de un
gobernante en función de la actitud de un ciudadano que decide empezar una
huelga de hambre”. Cierto, aunque para juzgar al régimen castrista y a los
hermanos Castro, sus máximos líderes, hay tantas otras cosas que no se
explica cómo no las tiene en cuenta.
Es muy posible que en la intimidad,
Lula haya susurrado en el oído de los hermanos Castro algunas
palabras en favor de los derechos humanos y de la democratización de Cuba. Sin
embargo, de un estadista se espera algo más que eso. Pero ni Lula ni la
mayor parte de los estadistas latinoamericanos que le precedieron han sido
capaces de cuestionar el rumbo de una revolución que se ha mostrado incapaz de
avanzar para otorgar a sus ciudadanos más y mayores libertades, más y mayores
beneficios personales y colectivos, salvo los que son repetidamente
cuantificados bajo la forma de salud y educación. Ni la vivienda, ni el
abastecimiento de servicios básicos como agua y electricidad, ni la agricultura,
han merecido la preocupación seria y sistemática de los dirigentes cubanos,
porque eso vende poco y no puede ser exportado. Quizá este luctuoso suceso sirva
para que en el futuro tanto Lula como quienes le sigan en el ejercicio del
poder, en Brasil y otras partes de América Latina, empiecen a cuestionar
seriamente las violaciones de los derechos humanos y de las libertades más
elementales que tienen lugar en Cuba.
La cuestión de fondo es si la muerte
de Zapata Tamayo tendrá alguna repercusión en la política interna de la
isla
Sin embargo, la cuestión de fondo es si la muerte de
Zapata Tamayo tendrá alguna repercusión en la política interna de la
isla. El economista
Óscar Espinosa Chepe, uno de los 75 detenidos en
2003, cree que tuvo una “conmoción sin precedentes” entre los opositores al
régimen y que marca un “antes y un después” en la lucha política cubana, “no
sólo para la disidencia, también para el Gobierno”. Dice
Mauricio Vicent,
en las páginas de
El País que éste es el sentir generalizado entre todos
los opositores y que hoy el criterio general “es que el "caso Zapata" ha
fomentado la unidad y servido de acicate al movimiento opositor, mientras que
para el Gobierno, en términos de imagen, el resultado es demoledor”.
Es
posible que en términos de imagen el gobierno de
Raúl Castro haya sido
tocado, más fuera que dentro de Cuba. Pero es dentro donde se juega el futuro
del país y allí, al menos
mientras Fidel
Castro siga vivo y siga influyendo, como lo hace, en la
gestión diaria de la cosa pública, es bastante difícil que las cosas cambien
algo. De momento, la respuesta a los pedidos de mayor apertura y más margen para
el disenso son el incremento de la represión, como han sufrido en carne propia
la bloguera
Yaoní Sánchez o tantos otros esforzados militantes anónimos
que intentan hacer de Cuba un país mejor. Mientras tanto la
respuesta del
régimen sigue siendo la misma de siempre: “patria o
muerte”, o más muerte que patria, ya que carecen de mejores propuestas. Porque,
como señala
Ubieta Gómez, los defensores de la revolución no dejan el
menor resquicio no ya para la duda y la reflexión, sino ni siquiera para el
diálogo: “Esperamos que los adversarios imperiales sepan que nuestra Patria no
podrá ser jamás intimidada, doblegada, ni apartada de su heroico y digno camino
por las agresiones, la mentira y la infamia”.