Sin embargo, la cuestión de fondo es si la muerte de
Zapata Tamayo tendrá alguna repercusión en la política interna de la
isla. El economista
Óscar Espinosa Chepe, uno de los 75 detenidos en
2003, cree que tuvo una “conmoción sin precedentes” entre los opositores al
régimen y que marca un “antes y un después” en la lucha política cubana, “no
sólo para la disidencia, también para el Gobierno”. Dice
Mauricio Vicent,
en las páginas de
El País que éste es el sentir generalizado entre todos
los opositores y que hoy el criterio general “es que el "caso Zapata" ha
fomentado la unidad y servido de acicate al movimiento opositor, mientras que
para el Gobierno, en términos de imagen, el resultado es demoledor”.
Es
posible que en términos de imagen el gobierno de
Raúl Castro haya sido
tocado, más fuera que dentro de Cuba. Pero es dentro donde se juega el futuro
del país y allí, al menos
mientras Fidel
Castro siga vivo y siga influyendo, como lo hace, en la
gestión diaria de la cosa pública, es bastante difícil que las cosas cambien
algo. De momento, la respuesta a los pedidos de mayor apertura y más margen para
el disenso son el incremento de la represión, como han sufrido en carne propia
la bloguera
Yaoní Sánchez o tantos otros esforzados militantes anónimos
que intentan hacer de Cuba un país mejor. Mientras tanto la
respuesta del
régimen sigue siendo la misma de siempre: “patria o
muerte”, o más muerte que patria, ya que carecen de mejores propuestas. Porque,
como señala
Ubieta Gómez, los defensores de la revolución no dejan el
menor resquicio no ya para la duda y la reflexión, sino ni siquiera para el
diálogo: “Esperamos que los adversarios imperiales sepan que nuestra Patria no
podrá ser jamás intimidada, doblegada, ni apartada de su heroico y digno camino
por las agresiones, la mentira y la infamia”.