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José María Gómez Valero: <i>Los Augurios</i> (Icaria, 2011)

José María Gómez Valero: Los Augurios (Icaria, 2011)

    TÍTULO
Los Augurios

    AUTOR
José María Gómez Valero

    EDITORIAL
Icaria

    PREMIOS
Premio Alegría 2011

    FICHA TÉCNICA
ISBN: 978-84-9888- 386-2. Barcelona, 2011. 78 páginas. 10 €




Tribuna/Tribuna libre
El poeta José María Gómez Valero desvela Los Augurios del azar
Por Miguel Veyrat, jueves, 1 de marzo de 2012
¿Cómo puede uno ponerse a salvo
de aquello que jamás desaparece?

(Heráclito, Frg. 16)

¿Cómo salir de aquí?
Cómo salir de mí?

(J. M. G. Valero)

¿Es el poeta un augur? Los diccionarios ofrecen muchos sinónimos en lluvia de sentidos matices para ambos nombres, unidos desde la antigüedad clásica si recordamos como mínimo ejemplo que ya Nerón erigía como “augur” al cordobés Lucano, otorgándole tal honroso cargo del Imperio junto al de “poeta laureado”, que subsiste por cierto desde tiempos de Adriano en el actual Reino Unido. Pero también los sustantivos de adivino, coplero, rimador, bardo, hechicero, rapsoda, cantor, aedo o trovador, pueden atribuirse al poeta José María Gómez Valero (1), junto al de editor de “Los Libros de la Herida” o promotor teatral al frente de su “Compañía de La Palabra Itinerante”. Todas esas cosas las hace este poeta sevillano que ha ganado el “Premio Alegría 2011” (2) con su libro “Los Augurios” (3). Una colección de poemas tan cargada de presagios para buscar la imposible respuesta al fragmento de Heráclito que preside como epígrafe sus versos y estas líneas.
Mas de respuestas imposibles está urdida la poesía, donde espacio y tiempo se vuelven un mero transcurrir de la representación de nuestro mundo, que se edifica como un gigantesco e ininteligible juego que la literatura reinventa palabra a palabra ampliando sus límites hasta el azaroso infinito. Única industria que el hombre, ya enmascarado como poeta, puede usar para ponerse a salvo de la sombra de La Taciturna (como la llamaba inamistosamente Paul Celan), que “jamás desaparece”; o en otra versión posible y cierta a la vez del Fragmento 16 de Heráclito, que dice: "¿Cómo alguien puede esconderse ante aquello que jamás se oculta?". Y añadimos casi involuntariamente en nuestro interior: ¿Volver atrás la mirada ante la propia desaparición?

Reflexiona Heidegger en sus Essais et conférences (4), que “Este permanecer oculto a sí mismo, no designa un modo cualquiera del comportamiento humano, sino que nombra el rasgo fundamental de todo comportamiento frente a las cosas presentes y ausentes. Es más; es el rasgo fundamental de la presencia y de la ausencia mismas." Como siempre, el sabio que afirmó que “poesía es la fundación del ser por la palabra” alude al poeta como creador, el que hace aparecer y desaparecer —incluidos el polvo de las estatuas, sellos rotos y dioses deleuzianos— mientras que el filósofo queda para siempre como simple notario del mundo que resulta del andamio del Logos fraccionado en descartes de pensamiento “lógico”. El poeta Gómez Valero construye un mundo del que al mismo tiempo duda; y que destruye de un manotazo cuando lo presiente necesario pues sabe que está hecho de hojas secas.

Nacer;
memorizar los signos,
ocupar una celda
en la intemperie.

Reconocer a tientas
el rigor de los límites,
los contornos del orden.

Asistir cada día
a lo pactado. (…)

Pacto sobre hojas secas cuyo significado conoce, pues se trata del tiempo concentrado en un ser reconocible por perecedero. Como él mismo (el brillo de la hoguera alborotando/ las hojas de los árboles) se atreve a escribirlo entonando el grito de la angustia que, previsible, brota de su garganta como espanto de un fulgor presentido:

Ni esperanzas
ni propósitos
ni frecuencias.

Instantes decisivos
y frágiles.

Instantes decisivos
y eternos. (…)

Con esos versos enhebra su biografía nuestro poeta “desde la noche del sentido hasta la aurora de la palabra”, como diría Zambrano al mentar el Logos Oscuro en uno de sus mejores delirios: “no la llaméis, no la llaméis, que no viene” al citar a fray Juan de la Cruz en nombre de la muerte. Muerte que a pesar de todo durará presente como cada cosa en la que pretenda alcanzar el poeta el relente órfico de sus genes culturales; presente a lo largo de una vida que prospera/ o muere/ juzgada por un dios/ absurdo,/ pequeño/ feroz. Y que ya rueda con el golpe de dados arrojado a las “Causas y azares” del poema que determinarán el devenir de este libro que va a ser espejo donde deberá sublimarse la mentada biografía. Razones de un hombre no místico y no creyente, pero que indagando llegará a concluir que / alguien despierta sombra adentro/ y en la herida descubre/ la luz de un tiempo claro/ por donde caminar la noche.

Sin más zarandajas ni herramientas que las palabras aprendidas del flujo de unas heridas de las que cada vez es más difícil salir a pesar de tantas llaves inútiles escritas en cuadernos: En las aguas de un charco/ unas hormigas luchan/ por alcanzar la orilla/ de una estrella. El descubrimiento de que hay estrellas y el poeta debe alcanzarlas, transcurre paralelo a la contemplación de su propia pequeñez: Nosotros, que solamente tenemos forma humana… ¿qué podremos hacer, si el poeta sólo es un pensador que canta? Mas el hombre también es máscara y persona al mismo tiempo: Magia y prestidigitación son una misma cosa y aquél que pudo construir el Ser con la palabra, también puede transformarlo cuando la emoción vertida en música es capaz de modular el grito inicial. La bala de plata del verso disparada desde el lóbulo frontal llega hasta aquel que la aguarda —mente a mente— con la frente abierta.

Pero hemos hablado de hojas secas. Y a propósito quiero traer aquí un poema resuelto en haiku del reciente premio Nobel sueco Tranströmmer, al que cita emocionado el novelista Muñoz Molina en uno de sus blogs: Las hojas medio borradas/ del otoño son tan valiosas/ como los manuscritos del mar muerto. Aseguraba al hilo el sensible escritor, que “la poesía es un telescopio para acercar lo que está lejísimos, un periscopio invertido para descender a lo que está oculto, un microscopio para distinguir lo invisible a simple vista, una lente de precisión para hacer nítido lo que era vago o confuso”. Y acertaba , en “macro” como ahora se dice, porque así es. Sólo que para ello no hacen falta grandes telescopios ni microscopios de inmensos espesores ópticos, lo que valdría decir versos preñados de elegancia barroca, hermetismo jabesiano o figurativismo experiencial. La cosa es mucho más sencilla: basta con adelgazar la palabra hasta hacerla transparente, donde se adivinen —en esa hoja del árbol del lenguaje, sea fresca, otoñal o ardida—, las nervaduras de la polisemia que las hace significativas cuando se unen una y otras en una sinapsis completa y madura. Como hace el poeta Gómez Valero. Porque el tiempo se concentra, como quería decirnos el poeta Tranströmmer, tanto en la escritura descifrada desde las nervaduras de una hoja seca, como en un manuscrito que sólo el carbono 14 pudiera resucitar del olvido en los conventículos esenios de Metzadá.

¿Resucitar? Habíamos quedado con Celan en que la muerte, taciturna pero próxima, poco habla; mas nos queda su materia, humus almacenado por los siglos tesela a tesela en las voces y en los versos: Me resulta difícil no citar ahora una honda reflexión del mejor Malraux en sus Voces del silencio, que asalta mi memoria: “El misterio mayor no es que estemos lanzados al azar entre la profusión de la materia y la de los astros; es que, en esta prisión, sacamos de nosotros mismos imágenes lo suficientemente poderosas como para negar nuestra nada”. Y esta es a mi juicio la virtud esencial de Gómez Valero en estos tiempos de penuria para la lírica. El regreso al desnudo de la materia al modo de nuestro llorado Antonio Tàpies, de donde saca lo necesario para negar su nada modificando los propios significantes atribuidos. Aunque inmediatamente el poeta compruebe que el camino no será fácil, como revela en unos versos que recuerdan aquella también mentada noche en el virgiliano viaje a los infiernos: ibant obscuri sola sub nocte per umbram:

Anudando preguntas me descuelgo
por los sórdidos muros.

Me alejo de aquel sitio que me aguarda
y me concluye.

Descalzo y sigiloso, procurando
hacer el menor ruido,
para no sorprenderme en plena fuga
y hacerme regresar.

Habla después el poeta de pérdidas y de caídas —¿qué menos en plena fuga?— de largas noches de espera y cenizas que se amontonan bajo el fuego, depredaciones y cadenas, laberintos, coyunturas tratando de alcanzar la aurora de la palabra, hasta que el libro —acaso prematuramente concluido—, se le quiebra un tanto por los bordes de un ternurismo que no halla su lugar y que, abandonado a su suerte, ni se pone a salvo ni responde a los propósitos enunciados en las primeras páginas. Crujen las hojas secas y el palimpsesto a los pasos apresurados del poeta. Aunque por fortuna no caerá al vacío como la sombra de Eurídice al adivinarse la aurora en los ojos de Orfeo y quebrarse el cuello del abrazo tras el ascenso iniciado. Por fortuna, el instinto del poeta halla en su memoria la voz de la gran Sophia de Mello, y con ella abrirá el epígrafe de la cuarta y última parte del libro en que se hallan los poemas que completan estos Augurios con toda la dignidad de su principio. Nos habla Sophia desde ese Terror de amarte en un sitio tan frágil como el mundo./ Mal de amarte en este lugar de imperfección/ donde todo nos quiebra y enmudece/ donde todo nos miente y nos separa. Y dirá en su seguimiento el poeta adivino, bardo, hechicero, estos pocos poemas escogidos de esa misma parte cuarta que publicamos a continuación, donde como arúspice de sus propias entrañas mira de frente al modo y manera del cómo ni cuándo podrá salir de “ahí”, aún saliéndose “de sí” en este mester tan complicado de ponerse a salvo para erigirse en poeta verdadero:


COYUNTURAS

La noche envenenada
relaja su castigo,
destensa sus cadenas
y logramos dormir.
Rendidos y abrazados
subimos al tobogán del olvido.
Aquí no hay vértigo.
No hay daño aquí.
Somos aquí solo sombras
que son conducidas
por las sinuosas rampas.
Es tan ligero el viaje, y tan breve,
que puede adivinarse
desde allí el despertar.
No dejes de abrazarme en la mañana.


EL CURSO DE LOS VATICINIOS

Avanzábamos por un río
sin caudal
ni desembocadura.
Esa era nuestra casa.
El río fue haciéndose tan ancho
que dejamos de ver ambas orillas.
El río en el que crecimos.
Hasta dejar de ver ambas orillas.


EQUILIBRIO

Todo está preparado.
Sobre el alambre
la gravedad del signo,
el hueco permanente,
la fatídica forma.
Bajo el alambre
la espera.
El alambre desaparece.
El quebranto calibra
sus balanzas.


LA HORA DE LOS ÚLTIMOS DUELOS

En la casa destruida
el tiempo juega solo.
Lo hostil duerme ovillado
en la vigilia mísera del mundo.
Lo propicio reúne
sus cartas enigmáticas.
Las palabras empuñan todavía
el tormento,
el perdón.
Famélica espiral
de los vestigios.


INCORPORACIONES

Te ayudaré a venir si vienes y a no venir si no vienes.
ANTONIO PORCHIA

Si tuvieras que ir
allí donde los huesos consolidan
solamente lo que desunen,
el perfil de la pena.
Si tuvieras que ir
allí donde el torrente de la culpa
tiñe de esclavitud
el río de la sangre.
Si tuvieras que ir
hasta tus escondites,
hasta las desapariciones,
las tachaduras.
Si tuvieras que ir
allí donde los límites,
desvelada en los nudos de la nada,
con pasos ateridos.
Si tuvieras que ir
contra los nombres,
lo fijado, sus certidumbres,
contra ti.
Si tuvieras que ir
contra los nombres,
lo fijado, sus certidumbres,
contra mí,
si tuvieras que ir,
llévame contigo.


LA DURACIÓN DE LA PARTIDA

Amantes despeinados, soñolientos,
que se dicen adiós en los andenes
y entre abrazos se besan y refulgen
hermosamente desgarrados
y únicos.
Hacia ellos se dirigen los desiertos.
La distancia despliega
sus turbias, agotadoras, cartografías.
El temor les requiere
igual que un recién nacido que despertara
hambriento y sollozando.
Mira cómo se miran a los ojos:
sus últimas palabras dibujan en el aire
un quebradizo puente donde permanecer.
Se estremecen,
se juran no olvidar,
consagran ese instante,
se sueltan de la mano.
El reloj de minúsculas agujas
se ha puesto en movimiento.

NOTAS

(1) José María Gómez Valero (Sevilla, 1976) es autor de los libros de poesía Miénteme, El libro de los simulacros, Travesía encendida (Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida) y Lenguajes. También es autor del libro infantil Este loco mundo (17 cuentos) en colaboración con David Eloy Rodríguez y Miguel Ángel García Argüez e ilustrado por Amelia Celaya. Participa en diferentes propuestas escénicas vinculadas a la palabra poética. Con la Compañía de Poesía “La Palabra Itinerante” ha creado obras como Todo se entiende sólo a medias o Su mal espanta. Su trabajo ha sido recogido en diversas antologías y sus poemas interpretados por cantautores como Iván Mariscal o Daniel Mata. Es uno de los responsables de la pequeña editorial de poesía Libros de la Herida. Imparte asimismo talleres especializados de creación literaria.
(2) Relación de los “Premios Alegría” otorgados desde su fundación: 1.- Carlos Alcorta, Cuestiones personales, 1997. 2.- Mariano Calvo Haya, El privilegio de los pájaros, 1998. 3.- Ana Rodríguez de la Robla, Naturaleza muerta, 1999. 4.- Regino Mateo, Noticia de un pequeño reino, 2000. 5.- Jesús Aguilar Marina, El jinete nocturno, 2001. 6.- Antonio Gracia, El himno en la elegía, 2002. 7.- Manuel Ballesteros, Las casas abandonadas, 2003. 8- Pilar Blanco Díaz, La luz herida, 2004. 9.- Adolfo Burriel Borque, Furtivos días, 2005. 10.- Reinaldo Jimenez Morales, El vuelo único, 2006. 11.- María Rosal, Síntomas de la devastación, 2007. 12.- Manuel Jurado López, Los dioses vulnerables, 2008. 13.- José María Cumbreño, Breve biografía apócrifa de Walt Disney, 2009. 14.- Santos Domínguez, Luna y ciencia nocturna, 2010. 15.- José María Gómez Valero, Los Augurios, 2011.
(3) José María Gómez Valero, Los Augurios. Icaria/Poesía, Barcelona, 2011.
(4) Martin Heidegger, Essais et conférences, Tel/Gallimard, Paris, 1958. Páginas 320-321.

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    Roberto Arlt: El criador de gorilas (por José Cruz Cabrerizo)
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