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Curro Savoy interpreta del tema musical de la película
El bueno, el feo y el malo (vídeo colgado en YouTube por
andalocio)El deseo de ayudar en casa
Cuando una persona inquieta y ya bregada con el día a día de la calle y
de la gran ciudad, por joven que sea, ve que la economía familiar no sale del
socavón donde se encuentra, despierta en su interior un deseo de ayudar superior
a las posibilidades reales que tiene.
Estos deseos hacen que muchas veces se
tomen decisiones a vuelapluma y sin meditar. Hoy en día los jóvenes no abandonan
el ámbito escolar como mínimo hasta los dieciséis años, y en esta etapa de su
desarrollo no tienen ningún contacto con el mundo laboral, pero remontándonos al
final de la década de los 50 no era extraño ver a niños de diez y once años
compaginando sus estudios elementales con trabajos mal remunerados y muchas
veces realizados por un plato de comida caliente o por las propinas que pudieran
recibir.
Los momentos tan duros que estaban pasando los padres de Curro, los
rigores del invierno y el verlos trabajar a la intemperie sin horas que dedicar
a su propio descanso y las malas condiciones de la vivienda donde habitaban, en
la que el único aseo estaba en el patio exterior, la ausencia de calefacción,
suplida por un brasero los días de mucho frío y la humedad que filtraba por las
paredes, hicieron que decidiera buscar un empleo con la intención de ganar mucho
dinero y comprar una vivienda digna a sus padres.
-Cuando estaba ayudando a
mi madre, o en mi mesita del banco, me di cuenta de que los turistas despistados
si les acompañabas al lugar donde deseaban ir daban unas generosas propinas,
entonces compré un plano guía de Madrid y cuando veía a una pareja despistada me
ofrecía a acompañarles, o a indicarles donde estaba el lugar que buscaban;
muchas veces terminaba vendiéndoles mi plano si no tenían, por un precio
superior a lo que yo había pagado. No sé cómo me hacía entender, pero la
realidad es que con algunas palabras clave y muchas señas me comprendían, y como
me conocía tan bien toda esa zona de Madrid, si me lo pedían les acompañaba y
con ello conseguía alguna que otra moneda que entregaba a mi madre.
Este es
el primer recuerdo de un objetivo económico en la vida de Curro Savoy: el deseo
de poder ofrecer a sus padres un futuro mejor, sin importarle como conseguirlo.
Era consciente de que la venta de caramelos y pipas no daba suficiente dinero
para salir de aquella situación económica y que su padre, que empezaba a no
tener una salud de hierro, también ganaba muy poco dinero cuando trabajaba.
La decisión estaba tomada, buscaría trabajo para poder ayudar a su familia,
por lo que empezó a ir de un establecimiento a otro, acompañado de su amigo
Luis. No había demasiadas oportunidades, pero también aprovechaban para pasar a
saludar a Carmina, la madre de Luis, a la lavandería del hotel donde trabajaba
en la Gran Vía. Esta les daba unas pesetas para poder ir luego al cine.
Su
primer contacto con el trabajo lejos de su madre fue de chico de recados en una
frutería; toda su labor se reducía a transportar cestas con pedidos a casa de
los clientes, muchas veces encargos de quince o veinte kilos para llevarlos
varias manzanas lejos.
La dureza del trabajo y lo mal remunerado que estaba
hizo que enseguida lo dejase para entrar de botones en un bar. Allí su cometido
era abrir la puerta a los clientes, recoger sombrero y paraguas y buscarles taxi
en caso de que lo necesitaran, pero trabajaba únicamente por el importe de las
propinas de los clientes.
-Aunque en una ocasión sí que logré una buena
propina. Fue en la “Cafetería Baviera”, en la calle de Alcalá, junto al antiguo
cine Calatrava; Aquella tarde llovía a mares, un cliente me mandó a buscar un
taxi y, como siempre ocurre cuando llueve, los taxis desaparecen; no había
ninguno cerca, por lo que, calándome hasta la piel, seguí calle abajo y doblé
hacia la Gran Vía donde conseguí parar uno; me monté y, en ese momento, recordé
que no había entregado el poco dinero que había conseguido de propinas a mi
madre, y que lo necesitaba para poder comprar comida. Le expliqué al taxista la
situación, debí parecerle convincente y, al verme tan empapado, aceptó desviar
el camino hacia la cafetería y esperar en la paradita de mi madre cuando me bajé
para entregarle el dinero. Cuando llegamos a la cafetería el cliente seguía
aguardando. Al verme descender del taxi tan mojado, pero feliz (creo que se
creyó que esa felicidad era porque había conseguido lo que me había pedido), se
puso tan contento que me dio la mayor propina que recibí durante esa etapa de mi
vida.
Pero se trataba de un trabajo mal pagado e inseguro. Nunca se podía
saber si habría propinas o no, por lo que de nuevo, al ver un anuncio de que se
necesitaba un ayudante en una sastrería, cambió de ocupación.
Entró a
trabajar en la sastrería con una experiencia que se inventó, pero con la idea de
que sería fácil adaptarse.
-La verdad es que no había planchado en mi vida
por lo que no pude realizar lo que se me exigía; duré únicamente tres días, pero
me sirvieron para saber un poco más y tener más confianza en mí mismo. Al poco
tiempo volví a solicitar empleo en otra sastrería como planchador y creo que el
encargado me vio tan convencido en mí mismo que también me contrató, duré un
poco más, pero también me despidieron rápidamente.
No desistí en mi empeño y
en cada sitio aprendía algo más, por lo que repetí en una tercera sastrería,
esta vez como aprendiz. Al principio solo me encargaba de llevar los trajes
confeccionados a los clientes, pero con el tiempo el jefe empezó a confiar en mí
y un día me propuso que aprendiera a planchar. Sin dudarlo le dije que sí, ya
que veía en ello una posibilidad de ganar más dinero.
Empecé planchando las
solapas de chaquetas y abrigos, era un planchado manual que requería mucha
atención, ya que las planchas no eran como las de ahora, pronto me di cuenta,
pues un día me quedé absorto ante la belleza de una joven costurera que
trabajaba frente a mi mesa de planchado; quedé tan en la inopia que no fui
consciente de lo que estaba haciendo hasta que una columna de humo negro y con
un fuerte olor a quemado me sobresaltó mientras un coro de risas de las cinco o
seis modistillas que trabajaban allí me hicieron enrojecer como un tomate.
Como es de suponer, después de este hecho vino la posterior bronca de mi
jefe y el consiguiente despido. Y luego decírselo a mis padres y explicarles el
porqué, vaya vergüenza.
Durante esa época otro de los objetivos de Curro era
el aprender inglés, el idioma en que se cantaba el incipiente rock, que sonaba
muy de tanto en tanto y que llegaba a las pantallas con algunas películas de
Elvis Presley. Cuando pudo disponer de algún dinero realizando además de los
trabajos algún encargo, se apuntó a una academia; durante una temporada
compaginó sus múltiples empleos con los estudios y con la academia, pero aún así
el dinero que ganaba no era suficiente para salir adelante en casa ya que su
padre había vuelto a enfermar. Tuvo que dejar la academia.
Otro de los
episodios que marcan esa época, en la que Curro quería a toda costa encontrar la
manera de ganar dinero para poder sacar adelante a su familia y que también
demuestran la inconciencia de las decisiones que se toman a esa edad, fue el
intentar, junto a su primo Manolo, embarcarse en una aventura con destino a
Brasil, una aventura llamada al fracaso antes de iniciarse pero acometida con la
mayor de las ilusiones.
-Un día escuché en la radio que en Brasil ofrecían
extensiones de terreno a quien se comprometiera a cultivarlas y que era una gran
oportunidad para hacer fortuna. No sé cómo, pero convencí a mi primo Manolo para
que me acompañase.
Para realizar este proyecto necesitábamos dinero, pues
tendríamos que hacer frente a algunos gastos. El viaje no nos preocupaba, ya que
decidimos embarcarnos como polizones en un barco que iba a zarpar desde
Marsella.
Inspirándonos en aventuras vistas en el cine, desarrollamos toda
la logística necesaria para la mente de unos chavales de una docena de años.
Empezamos a guardar lo poco que nos daban los domingos para ir al cine, o la
propina obtenida de los ocasionales recados y pusimos manos a la obra para
trazar un plan infalible.
Como sabíamos de la presencia constante de la
guardia civil en caminos y cruces, para que no nos descubrieran y nos
devolvieran a casa, decidimos que lo mejor sería ir bordeando la costa por
Valencia, atravesar la frontera por Cataluña y luego llegar a Marsella donde nos
embarcaríamos como polizones rumbo a nuestra aventura americana.
Llegó el
día de partir, era una mañana de enero y hacía un frío horroroso, hicimos acopio
de sándwiches para el viaje y de varias cajas de cerillas para encender fuego y
calentarnos durante la travesía.
Cuando salimos de la capital empezamos a
caminar por el campo, íbamos a unos doscientos metros de distancia de la
carretera para tenerla como referencia. Después de varios descansos y de comer
los primeros bocadillos ya vimos que no serían suficientes para todo el
trayecto, así que decidimos comer lo menos posible para que nos duraran más.
Elegimos mal el momento del viaje, ya que el frío de enero durante el día
era mucho, pero al caer la noche era insoportable. Fue entonces cuando nos dimos
cuenta de que ninguno de los dos había pensado en coger una manta que nos
sirviera de abrigo. Tampoco tuvimos el coraje suficiente como para encender
fuego y calentarnos por temor de ser descubiertos; así que la primera noche la
pasamos durmiendo juntos en una zanja cubriéndonos con hojarasca y hierba a fin
de paliar el frío.
Finalmente, después de andar tres jornadas, sin
provisiones, con más frío cada día y con los pies de mi primo Manolo
ensangrentados, debido a que calzaba unas botas “Segarra” un número inferior al
que necesitaba, y habiendo recorrido aproximadamente un total de cuarenta
kilómetros (que a nosotros nos habían parecido cuatrocientos), decidimos
abandonar el proyecto y regresar a Madrid. Sin ninguna gana de caminar y
deseando llegar lo antes posible, el regreso lo hicimos en autostop.
De
nuevo llegaba lo peor, el enfrentarse a la vuelta a casa, esa vez la bronca fue
enorme, no sé cuántos domingos me castigaron sin poder salir con mis amigos,
pero, por suerte, llegaron a comprender que, en mi interior, lo único que
deseaba era encontrar una salida que me permitiera ayudarles y ofrecerles un
futuro mejor.
Con todas sus alocadas ideas el preadolescente Curro también
destacaba por su sensibilidad; si era capaz de que una idea fuera llevada a
término sin sopesar los pros y contras en busca de un ideal, también lo era de
sentir y padecer el dolor de los seres queridos en sus carnes, sobre todo si ese
dolor era a causa de alguna acción que él hubiera llevado a cabo.
-Por
entonces yo era un joven muy sensible y hubo situaciones que no he podido
olvidar. Recuerdo el día en que se me cayó un pedrusco sobre la mano de mi
hermana pequeña, María del Carmen, rompiéndole el dedo meñique. También quedé
muy marcado el día que me robaron el cestillo donde vendía caramelos, mientras
jugaba a fútbol con mis amigos en el Paseo del Prado, entre Neptuno y Cibeles.
Me dolió el hecho más por mi descuido que por lo que representaba
económicamente, que, en aquellos momentos suponía mucho para mí y para mi
familia. Reconozco que no era muy cuidadoso con mis cosas (y debo seguir sin
serlo, me han robado ya varias guitarras), aunque en aquel tiempo debías estar
siempre atento. A mi madre también le robaron varias veces cuando estaba
trabajando. En una ocasión le quitaron todo el dinero que tenía mientras le
devolvía el cambio a un cliente. Afortunadamente el autor fue detenido con la
ayuda de unos transeúntes y ella recuperó la recaudación de ese día. Son
recuerdos dolorosos que se han quedado siempre grabados en mi memoria.
Rock & Roll
Conocidas las inquietudes de Curro,
no es de extrañar que se las ingeniara para colarse en los cines, una veces
aprovechando que, a pesar de su edad, en aquella época a finales de los 50
principios de los 60, aparentaba unos años menos y se colaba entre el grupo de
niños que todavía no pagaban; en caso de no tener esa oportunidad se arrimaba a
cualquier pareja con toda naturalidad aparentando ir con ellos y así nunca le
pidieron la entrada.
-Vale, reconozco que, en repetidas ocasiones, me vieron
y tuve que salir a toda velocidad para no recibir un bofetón, pero conseguí más
éxitos que fracasos, así que merecía la pena. Una vez dentro nunca me pillaron,
recuerdo que en el Real Cinema vino el acomodador y me dijo que la butaca que
ocupaba era de la pareja que estaba acompañando, pidiéndome la mía, claro yo no
tenía y, tranquilamente, le expliqué que mis padres estaban en la parte baja de
la sala pero que yo me mareaba mucho y mi madre me había enviado arriba para
evitar que vomitase, el acomodador me colocó en otro asiento sin volver a pensar
en mi entrada.
Era la edad de oro del cine musical, con Fred Astaire, Ginger
Rogers y Gene Kelly, y aún recuerdo con especial cariño películas como “Cantando
bajo la lluvia” y “Un día en Nueva York”. El cine siempre fue mi lugar
predilecto; recuerdo que, en invierno, cuando hacía tanto frío, mi madre solía
prepararme un bocadillo y una botellita de agua y me daba unas pesetas para la
entrada matinal; en aquel entonces, se proyectaban en cada sesión, un documental
del NODO, un corto de dibujos animados, normalmente de Disney y dos películas,
lo que suponía más de tres horas de proyección.
Dentro de los cines hacía
una temperatura agradable, por lo que estaba allí desde que entraba en la
primera sesión de las diez de la mañana hasta que tenía que volver a casa a las
diez de la noche, viendo una y otra vez las mismas películas, lo que no me
aburría en absoluto. Me encantaban las de Tarzán y las del Oeste.
Esa
posibilidad de colarse sin levantar sospechas en cualquier lugar también venía
facilitada porque María, su madre, a pesar de todas las penurias económicas,
desde pequeño, siempre lo llevó bien vestido, “según te veo el ato, así te
trato” era una de sus frases preferidas, o, lo que es lo mismo, le inculcaba que
debía ir bien vestido para ser tratado bien. Ese pulcro aspecto contribuyó a que
su presencia pasara desapercibida entre las colas de los cines.
Apuntando ya
su vocación artística, no era extraño ver a Curro buscando en la cartelera la
última película musical del momento y si, por un casual, se proyectaba una en la
que actuaran los reyes del rock del momento, Elvis Presley, Tommy Steel o Bill
Haley, podía verla 12 o 15 veces, memorizando las letras, los ritmos, la música
y los movimientos de sus ídolos.
Quizá en alguna de estas proyecciones nació
el que sería su gran sueño: el de convertirse en artista y tener su propio grupo
de Rock & Roll.
A partir de esa edad, once o doce años, empezó a
compaginar sus aficiones infantiles de jugar al fútbol o leer tebeos con la
interpretación de canciones mientras sus amigos lo acompañaban marcando los
ritmos con las manos en las mesas, sillas o cajas, y cantaban con él.
Pero
el día que marcó su destino fue cuando llegó a sus oídos que en la Cadena Ser se
realizaba un concurso que se retransmitía para toda España y que se denominaba
“Conozca a sus vecinos”, un concurso en el que gente corriente desarrollaba sus
dotes artísticas.
Al conocer la cuantía del premio, cien pesetas y un bote
de Cola Cao, Curro no se lo pensó dos veces y se presentó con el deseo de
cantar.
-Aquella primera vez, cuando llegué a la emisora lo primero que me
pidieron fue que entregara las partituras al maestro Nicolás o que preparara el
instrumento que iba a tocar en mi prueba; en aquellos tiempos no tenía ni idea
de lo que era una partitura, y menos todavía de tocar un instrumento, por lo que
no me admitieron en el concurso, mejor dicho, insistía tanto que casi me echaron
de la emisora.
Fue un amargo trago para el joven Curro (todavía no había
cumplido los doce años) que había visto en esas 100 pesetas una manera de
desahogar un poco la economía familiar y en el bote de Cola Cao una oportunidad
de mejorar durante un tiempo los desayunos.
Ese pensamiento le hizo
tomar una arriesgada decisión: aprender a tocar la guitarra en el plazo de una
semana para volver a presentarse. Únicamente una persona en aquel momento podía
enseñarle los mínimos acordes para sacar adelante una canción, ese era su primo
Cristóbal, que en aquel tiempo trabajaba en “Perico Chicote” donde acudía gente
tan importante como el periodista Tico Medina entre otros muchos.
El
aprendizaje express, a pesar del esfuerzo de Curro, no dio el resultado
previsto, pues llego el día de volver a presentarse a la emisora y apenas
lograba sacar unas notas a la guitarra, dominando únicamente un par de acordes.
Pero en esta ocasión no le echaron de la prueba y se dispuso a dar el todo por
el todo.
Para el concurso había preparado la canción que mejor se sabía, “El
Rock de la cárcel” de Elvis, y empezó la actuación.
-Yo me hice unos acordes
lo mejor que pude, mientras iba cantando con mi mejor voz, pero en uno de los
momentos de la misma hay un sólo de guitarra que no me lo sabía, e improvisé con
lo que se me daba mejor: en vez de tocarlo con la guitarra lo silbé. Ese fue el
punto culminante de la actuación y lo que hizo que ese día ganara el concurso;
fue algo muy emotivo volver con las 100 pesetas en el bolsillo y el bote de Cola
Cao bajo el brazo.
El regreso a casa de ese día es un recuerdo imborrable en
mi memoria. Mi madre, no sé cómo se las ingenió: había avisado a todos los
vecinos de que iba a actuar esa mañana, por lo que, al volver a casa, después de
haber sido proclamado ganador, todos salían a la calle a saludarme o me
aplaudían desde los balcones.
Ese éxito fue un aliciente para que Curro se
volviera a presentar pronto a otro concurso; en esa ocasión se inscribió en el
certamen “El carro de la gloria” que organizaba Radio España y que se celebraba
en el Teatro Cine María Cristina. El concurso era presentado por un reconocido
locutor de la radio nacional, Federico Bravo Moranta, al que acompañaba Luis
Sanjurjo, y por una joven presentadora que empezaba por aquellos entonces,
Encarna Sánchez, que a posteriori sería una de las voces más conocidas de la
radiodifusión en España.
Para aquella actuación Curro preparó una versión
del tema de Silvana Mangano, “El bayón de Ana”, acompañándose únicamente con el
ritmo que marcaba con sus manos sobre una silla y su silbido.
-Antes de
empezar avisé al respetable, casi ochocientas personas abarrotaban el María
Cristina, de que a mediodía había comido tres platos de arroz preparado por mi
madre, y que estaba tan lleno que no sabía si podría, creo que la gente se lo
tomó como una broma y más de uno pensó que no había comido tres platos de arroz
seguidos en mi vida. La cuestión es que las risas del principio se volvieron una
gran ovación al final y volví a ganar el concurso.
En otra ocasión,
habiéndole cogido el gusto a los concursos, participé en uno de los de más fama,
presentado por José Luis Uribarri en Radio Intercontinental, y que se celebraba
en el Cine Salamanca, se llamaba “Flan Chino el Mandarín” y en esa ocasión
coincidí con Rafael, que luego sería conocido mundialmente como Raphael. Yo me
presenté con un Rock y él con una canción de su estilo, gané ese concurso por
muy poco, pero recuerdo que entre los dos nos repartimos prácticamente todos los
votos. Había más de veinte concursantes.
A la salida del cine una multitud
me esperaba para pedirme un autógrafo y felicitarme. En ese momento una niña de
unos cinco o seis años, que estaba en las primeras filas, cayó empujada por los
que querían acercarse a mí; su madre empezó a culparme de ese hecho y al final
quiso hasta pegarme.
No es de extrañar que con una proyección tan importante
y en tan poco espacio de tiempo, ya que todo sucedió de forma muy rápida, pronto
fueran las emisoras las que contactaran con Curro para que actuara en sus
programas; uno de los que más veces visitó fue “La Puerta del Sol” del Radio
Madrid, en él conoció al Sr. Salitas con el que a la postre trabaría una gran
amistad y que fue quien le hizo una prueba para poder actuar en la emisora y
donde conoció a José Luis Pécker, que fue quien primero apostó fuerte por él,
ofreciéndole un espacio casi diario en su programa. Por esa época Curro comenzó
a ser conocido con el apodo de “El Rey del Rock español”.
Nota de la Redacción: agradecemos a
Ediciones
Carena en la persona de su director,
José
Membrive, la gentileza por permitir la publicación de los
dos capítulos del libro de
Miguel
Adrover:
Silbidos de Gloria.
Historia de Kurt Savoy, el Rey del Silbido
(Ediciones Carena, 2009).