Magazine/Cine y otras artes
En las fronteras del thriller
Por Eva Pereiro López, martes, 13 de enero de 2004
Boston 1975, en un barrio obrero asentado a lo largo del río Mystic tres niños juegan en la calle al hockey. Mientras, en un balcón, dos vecinos charlan de un inminente partido de béisbol bebiendo unas cervezas. Al espabilado Jimmy se le ocurre una travesura: dejar marcado su nombre en el cemento fresco; Sean, decidido, le imita sin pensarlo seguido finalmente de Dave, retraído y dubitativo. Pero un coche se para en la calle desierta, el conductor desciende y haciéndose pasar por policía obliga a Dave a subirse a él. Veinticinco años después, Eastwood vuelve a reunir a los tres amigos que parecen ocultar un horrible secreto.
En su vigésimocuarta película, el veterano Clint Eastwood discurre de nuevo por el género del suspense en este thriller dramáticamente ambicioso en el que se abordan temas como la pérdida irreparable de la inocencia, la culpa, la venganza, la delación, la redención, etc. El resultado es un eficaz cóctel policíaco impecablemente llevado aunque previsible. Una sublime primera escena introductoria consigue estimular cualquier interés distraído por parte del espectador, y eso es sin duda su inequívoca maestría. Aunque este tipo de películas ya no tienen ningún misterio para el veterano director, su dominio del género todavía no viene sistemáticamente acompañado por una aproximación humana de los personajes a la altura de su capacidad efectista. Claro que esta objeción podría tener en este caso su origen en el guión o incluso en la novela de la que nace.
La historia planteada está llena de recovecos oscuros y constituye una de las tramas más complejas expuesta hasta el momento por Eastwood. Parece que el veterano director tiene tan bien aprendida la lección que se ha atrevido a transgredir los límites del thriller y de su nomenclatura para centrarse más bien en las psiquis de los personajes.
Veinticinco años transcurren para retomar pues a los tres protagonistas: Jimmy, un Sean Pen espléndido –aunque eso ya no debería sorprender a nadie a estas alturas y a pesar de mi preferencia por su papel en Dead Man Walking-, es un ex-delincuente mafiosillo, dueño de una tienda en su barrio natal y padre de familia; Sean, interpretado por Kevin Bacon, es miembro de la policía criminal; y Dave, un imperturbable y bonachón Tim Robbins –con su excepcional proceder-, tiene mujer e hijo. Cada uno ha seguido su camino y parecen haberse perdido la pista. El asesinato de la hija mayor de Jimmy volverá a relacionarlos, haciendo que se enfrenten a los demonios del pasado a medida que la investigación se estrecha a su alrededor.
Es sin duda un thriller impecable que plantea, aunque sin resolverlas contundentemente, situaciones límite y de no retorno
El reparto de lujo es por sí solo suficiente para que cualquier amante de la gran pantalla se sienta irremediablemente atraído por Mystic River. Un prodigioso Sean Pen borda un personaje en explosión que pasa del desgarro del dolor ocasionado por la pérdida, hasta la venganza tomada por la mano con una naturalidad casi insultante. Está acompañado por el igualmente excelente trabajo de Tim Robbins en su implosiva interpretación de un Dave aparentemente tranquilo pero atormentado por una experiencia que le ha desangrado a lo largo de toda su vida, y que lleva al personaje a estallar en inusitada violencia a la hora de enfrentarse a sus demonios como una pesadilla recurrente y desgarradora.
Resulta de evidente interés esta contraposición de caracteres humanos y notable que el trabajo esculpido por ambos actores sea asimismo equiparable; podría fácilmente ocurrir que la explosión de uno ensordeciese la implosión del otro. Sin embargo, el correcto Kevin Bacon se queda atrás en este elenco de actores interpretando un personaje bastante menos interesante y perfilado. También han de mencionarse las demás aportaciones que luchan con personajes menores por no permanecer completamente en la sombra.
Es sin duda un thriller impecable que plantea, aunque sin resolverlas contundentemente, situaciones límite y de no retorno. La culminación, la guinda, llegaría derivando cumplidamente las fronteras del thriller y adentrándose con pies firmes en el bosque peligroso de la reacción del alma humana, de sus deseos y esperanzas, escarbando en el dolor, la culpa, la perdición y la capacidad sorprendente, casi inhumana, de seguir adelante enterrando lo necesario –incluso el asesinato- como si de una simple limpieza se tratase. Le falta profundidad a la relación entre los tres amigos convertida por el pasado en unidad silenciosa y culpable. Y le sobra un personaje superfluo que nada aporta excepto confusión: la “desaparecida” mujer de Sean, callada, al otro lado del teléfono. Si, como parece, el planteamiento de lucha interna de cada protagonista es el verdadero motor de la película con unas bases de suspense policíaco, el objetivo no ha llegado a alcanzarse por completo aunque sí debemos reconocer este primer paso. Ustedes dirán. Eastwood ha traspasado la simple exposición, y la vida sigue corriendo tranquila a lo largo del Mystic River.