Magazine/Cine y otras artes
Abrazar la vida
Por Eva Pereiro López, miércoles, 5 de julio de 2006
Jean-Claude Delsart (Patrick Chesnais) es un agente judicial de unos cincuentra años. Su vida es rígida, monótona, solitaria y triste; su trabajo, en el que no se puede permitir ni un resquicio de ternura, difícil. Está divorciado. Tiene un hijo con el que mantiene una relación educada y distante, y un padre (Georges Wilson), en una residencia de ancianos, cuyo trato le resulta sobre todo doloroso.
Jean Claude parece haber tirado la toalla hace tiempo. Sumido en su negrura personal, parece incapacitado para sentir y expresar emociones. Hasta que un día, la música de tango de un curso de baile que tiene lugar enfrente de su oficina, entra por la ventana y aviva en él cierta curiosidad. Decide ir al curso. Allí conocerá a Françoise (Anne Consigny), una orientadora de instituto, dulce y sensible que está a punto de casarse con Thierry (Lionel Abelanski).
Jean-Claude (un Chesnais sublime) no está acostumbrado a ciertos sentimientos y no sabe cómo manejarlos. Parece haber hecho siempre lo que se esperaba de él sin realmente planteárselo, por ejemplo, seguir con el trabajo de su padre. A medida que pasan las clases, se enamora de Françoise sin ni siquiera admitir lo que le está sucediendo. Torpe en palabras y en gestos, es incapaz de enfrentarse a la situación. La observa como un intruso a través de una doble ventana.
Stéphane Brizé compone esta deliciosa y sensible canción, triste y esperanzadora a la vez
Françoise, a su vez, está más acostumbrada a preocuparse por los demás que por sí misma. Así, cuando la sutileza de los sentimientos que han ido floreciendo mecidos por la música melancólica y sensual, brotan al exterior, da un paso atrás confundida, creyendo, como le dice su hermana, que se debe a la presión de la boda. Además, no puede hacerle eso a su madre ahora que ya sólo quedan por ultimar los pequeños detalles del festejo: quién se sienta al lado de quién.
Stéphane Brizé (un director desconocido en España) compone esta deliciosa y sensible canción, triste y esperanzadora a la vez, de un personaje resignado a una vida sin alicientes, que nunca ha sido amado y que, por consiguiente, nunca ha aprendido a amar. Jean-Claude va armado de un caparazón que lo protege y lo anestesia, sin embargo, se ha abierto una mínima fisura, quizás porque inconscientemente intuya que es la última oportunidad que le queda para abrazar de nuevo la vida, para sobrevivir. El interés de Brizé está, evidentemente, en ese momento imperceptible de inflexión del protagonista, que ocurre justo antes de que la barca se hunda irremediablemente.
No estoy hecho para ser amado (cuya traducción no abarca todo lo que sugiere su título original en francés: “Je ne suis pas là pour être aimé”) ha obtenido merecidamente el Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a la Mejor Película en el Festival de San Sebastián 2005. El tango y los actores del reparto no podían haberse fundido mejor en esta magnífica película francesa, llena de tacto.