Magazine/Cine y otras artes
La posibilidad de sobrevivir
Por Eva Pereiro López, miércoles, 2 de noviembre de 2005
Hanna (Sarah Polley) trabaja en una fábrica en Escocia. Un día su jefe le insta a tomarse unas vacaciones y decide irse a un pueblecito costero en el mar del Norte. Allí va a encontrar un trabajo temporal como enfermera en una plataforma petrolífera donde sólo trabajan hombres. Ha ocurrido un accidente: un hombre ha muerto y otro, Josef (Tim Robbins), ha sufrido quemaduras de mucha gravedad. Ha quedado temporalmente ciego.
De Hanna no tenemos muchos detalles salvo que es extranjera. Es una persona solitaria y silenciosa, no parece tener mucho excepto su trabajo y algún recuerdo que no la permite disfrutar de su vida. Es sorda, aunque deducimos desde el principio que probablemente no lo sea de nacimiento.
En la plataforma, aislada en medio del mar, viven un puñado de hombres de diversas nacionalidades que parecen esconderse de su propia historia. Entre ellos están, Simón, un cocinero español (Javier Cámara) al que nadie valora y que intenta amenizar el aislamiento y la convivencia creando cenas temáticas, Martin, un oceanógrafo que se dedica a contar las olas que baten contra los pilares, Dimitri, el jefe de la instalación, de origen ruso, que no podría vivir en otro lugar, Liam y Scott, dos marineros ingleses algo brutos que se dan besos furtivos, Abdul y una oca, Lisa, a la que Simón desearía ver convertida en foie gras. Nadie habla del accidente, la precariedad de la situación y lo inhóspito del lugar contribuyen a crear una atmósfera de fragilidad.
Coixet ha escrito y realizado una película imprescindible. Comprometida con la memoria histórica, con el poder del amor incluso en las más terribles circunstancias, con el silencio y el dolor de cada uno
Entre Hanna y Josef va creciendo una extraña intimidad hecha de humor y susurros, de dolor. Ambos guardan un secreto terrible con el que tienen que aprender a sobrevivir en el presente, a veces a su pesar. Las palabras y silencios van a ir desvelando sus situaciones con esa delicadeza y respeto tan propios de Coixet. La confianza que se va a establecer entre ellos, como el flotador que los mantiene para que no se ahoguen, les va a permitir seguir en el presente.
Coixet ha escrito y realizado una película imprescindible. Comprometida con la memoria histórica, con el poder del amor incluso en las más terribles circunstancias, con el silencio y el dolor de cada uno.
Sarah Polley, la magnífica Ann de Mi vida sin mí (ya comentada en esta revista en su día), es aquí de nuevo una maravillosa Hanna que no se permite disfrutar con nada, que se ahoga bajo la losa de haber sobrevivido cuando tantos murieron, testigo de la animalidad de los hombres en guerra. Y la acompaña un Tim Robbins, ciego, atormentado por la muerte de un amigo, quien, lúcido e irónico, consigue sacarle alguna sonrisa.
Esta película no hubiese podido hacerse con mejores intérpretes, y seguramente seguirá viéndose recompensada en festivales (ya tiene en su poder el Premio Lina Mangiacapre), aparte de por el reconocimiento unánime de un público entregado a su directora y a su capacidad por contar lo incontable.