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Efectos del bombardeo sobre Dubrovnik, 1991 (foto de Peter Denton; fuente, wikipedia)

Efectos del bombardeo sobre Dubrovnik, 1991 (foto de Peter Denton; fuente, wikipedia)

    NOMBRE
Manuel López Blanco

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
La Coruña (España), 1948

    BREVE CURRICULUM
Licenciado en Ciencias Económicas (Santiago de Compostela) y PhD en Economía por Michigan State University. Funcionario de la Unión Europea, Comisión entre 1986 y 2010 y Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) 2011 y 2012

    CARGOS
Embajador y Jefe de Delegación de la Comisión Europea en México (acreditado en Cuba) entre 1998 y 2002 y en Senegal (Gambia y Cabo Verde) entre 2002 y 2006. Desde 2006 jefe de división África Occidental en la DG DEV y desde 2008, Director en la Comisión (DG DEV) y en el SEAE (Departamento África) con responsabilidad sobre África del Oeste y Central y en particular sobre el Sahel (Estrategia de Seguridad y Desarrollo de 2011). Jubilado desde el 1 de enero de 2013



Manuel López Blanco

Manuel López Blanco


Tribuna/Tribuna libre
El derecho a decidir. Las consecuencias estratégicas del secesionismo catalán
Por Manuel López Blanco, miércoles, 16 de octubre de 2013
Javier Cercas y Mario Vargas Llosas han clarificado con inteligencia estas últimas semanas los términos del debate sobre el “derecho a decidir”, desmontado las argucias argumentales y puramente ideológicas de los partidarios de la secesión de Cataluña del resto del Estado español. En esta nota, breve y no exhaustiva, se consideran las consecuencias estratégicas y de seguridad de una eventual secesión de Cataluña que constituyen razones poderosas por las que el “derecho a decidir” no puede circunscribirse únicamente a aquellos ya favorables a la secesión o a aquellos residentes en Cataluña, sino que concierne a todos los ciudadanos españoles.

Atreviéndonos con las analogías históricas, podemos apuntar a la experiencia histórica de la Guerra de Secesión de los EEUU que enfrentó a los Estados del Norte con los Estados del Sur, ambos grupos de Estados entidades democráticas cuyo conflicto ideológico, económico y estratégico se resolvió en la guerra civil. Haciendo un poco de historia-ficción nos cabe preguntar cuál hubiera sido el destino de los EEUU (y del resto del mundo), y las consecuencias estratégicas y geopolíticas en los siglos XIX y XX si los Estados del Sur hubieran ganado la guerra o hubieran asentado su independencia (quizás la guerra hispano-norteamericana y la derrota de 1898 no hubiera tenido lugar).  Hacia este tipo de consecuencias estratégicas potenciales apunta esta nota.

España, o más bien el Estado español, confronta actualmente abrumada un conjunto de crisis complejas de raíces diferentes pero que interaccionando entre ellas generan un entorno de alto riesgo para la estabilidad y la seguridad del país y el bienestar y la prosperidad de los «españoles» (incluyendo de manera neutra a todos los ciudadanos con pasaporte español).

Las crisis son de origen externo e interno, de naturaleza económica, política y cultural. Debilitan la capacidad de acción, y se diría también de reflexión, de la clase política (extremadamente dividida y sectaria) y de la población en su conjunto y generan profunda desconfianza, de nuevo en la población, sobre la capacidad de las clases políticas para encontrar soluciones.

La recientemente adoptada Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) tiene por ambición definir un “marco de referencia global y omnicomprensivo en materia de seguridad” garante del “bienestar de los ciudadanos y de la estabilidad del propio Estado”.

La ESN hace primero el inventario, que se pretende exhaustivo, de los riesgos y amenazas que España debe afrontar (doce tipos), esboza une estrategia de acción declinada en la identificación de entornos estratégicos del país y la elección de líneas de acción estratégica (doce líneas), y concluye  con el esbozo de un nuevo Sistema de Seguridad Nacional.

El punto de partida de la nueva ESN es la profunda y rápida mutación que experimenta el sistema de relaciones internacionales en el cual el momento unilateral americano deja paso a un sistema multipolar, caracterizado por la emergencia de los BRIC, en particular de China, y otros poderes menores, el desplazamiento del centro de gravedad del sistema hacia la zona Asia-Pacifico, al mismo tiempo que la globalización ofrece un terreno fértil y potencia a actores no gubernamentales (terrorismo, crimen organizado, movimientos identitarios y fundamentalistas)  y a lo que ciertos autores llaman nacionalismo populista. Ambas tendencias generan a escala internacional niveles crecientes de amenaza, inseguridad e inestabilidad (terrorismo, crimen organizado, radicalismo identitario, proliferación de armas de destrucción masiva, cambio climático, migraciones irregulares masivas, conflictos regionales, Estados fallidos).

El cálculo estratégico más elemental nos lleva a pensar que, en este entorno estratégico preñado de amenazas y riesgos, solo aquellos actores que reúnen talla, coherencia política y capacidades, es decir poder diplomático, económico y militar, serán capaces de asegurar la estabilidad, la seguridad, y la prosperidad de sus ciudadanías. Al contrario, a los actores que no alcancen la talla crítica no les queda más recurso que unirse, aliarse, integrarse en entidades que sí alcancen esta dimensión. Los fenómenos de regionalización en curso (UE, MERCOSUR, Unión Africana, UNASUR, ASEAN, etc) constituyen el reflejo de esta necesidad estratégica de aunar capacidades y hacer causa común. La integración europea, en sus objetivos de fundación de una supranacionalidad nueva, superpuesta a los antiguos Estados nacionales, es una respuesta de largo alcance a esta necesidad estratégica.

Sin embargo, a este entorno internacional crecientemente inestable y amenazante hay que añadir como factor de riesgo adicional la profunda crisis institucional, decisional, y de adhesión de las elites nacionales y de los pueblos (euroescepticismo en alza) de la Unión Europea, hasta ahora considerada el escudo, con la OTAN, ante las crisis,  choques y amenazas de la globalización. Crisis de confianza y de adhesión agudizada, pero no producida, por la incidencia de la crisis financiera internacional ante la cual los ciudadanos han percibido una gran fragilidad del sistema de gobernanza europeo.

Paradójicamente, cuando y cuanto más falta hace una acción concertada y ambiciosa de la UE, condición sine-qua-non de una participación relevante de los europeos en el nuevo concierto internacional, más los Estados Miembros, adoleciendo de una miopía histórica trágica, se inclinan por una defensa estrecha de sus intereses y por un nacionalismo primario que los conducirá irremediablemente a la irrelevancia internacional.  España, socio pro-integración europea desde su adhesión, no ha sido inmune a estas tendencias centrífugas, bien que la ESN identifique con lucidez que el futuro de España, su seguridad, estabilidad y prosperidad pasan por une Europa fuerte y más integrada.

A estas corrientes centrífugas a nivel europeo, vemos añadirse la agudización de las tendencias secesionistas en algunos viejos países europeos como el Reino Unido, Italia y España. El espectro de las recientes guerras balcánicas parece resucitar con la crisis económica en el viejo continente.

Lo que la ESN no menciona es que actualmente (y no en un hipotético futuro) las amenazas y riesgos más graves a la “estabilidad y seguridad del país” y al “bienestar y la prosperidad” de los españoles son de origen interno. Y que esas amenazas de orden interno, fragilizando las capacidades y la voluntad, potencian y vuelven más peligrosas las amenazas externas. Es esta relación entre la seguridad interior o la estabilidad interior y la seguridad exterior la que parece ser la gran olvidada en el debate en curso sobre el “derecho a decidir”.

La crisis más grave, de orden existencial para la integridad territorial y la soberanía del ente España, tiene su origen en la agudización reciente del desafío secesionista en Cataluña y su inevitable contagio hacia otras regiones. Desafío focalizado en el supuesto “derecho a decidir” de los catalanes, es decir el derecho a decidir, de preferencia solo para aquellos que están a favor, sobre la independencia de Cataluña. Desafío ilustrado de forma espectacular por la cadena humana formada por los partidarios de la independencia durante la Diada catalana.

Se supone, los secesionistas eso pretenden, que el resto de ciudadanos españoles no tienen ningún derecho con respecto a una decisión de tan enorme alcance y considerables consecuencias geopolíticas. Decisión que desgajaría del cuerpo político español porcentajes importantes de su base demográfica, económica, territorial, cultural.

La estrategia y la táctica secesionista, apoyadas en una narrativa excluyente, xenofóbica, agresiva y desleal con los intereses geopolíticos españoles (como se ha visto en la última calentura gibraltareña o en el fracaso de la candidatura de Madrid a los JJOO) persigue la polarización del conflicto con dos objetivos. Por un lado, busca generar en la población española un sentimiento de hostilidad hacia los catalanes. Por otro lado, apoyándose en esa supuesta (buscada y construida) hostilidad española hacia Cataluña persigue minorizar (culpabilizando) a los catalanes moderados y opuestos a la independencia que todavía son demasiado numerosos (desde el punto de vista secesionista), así como a aquellos no catalanes residentes en Cataluña cuya voz no se oye o no se quiere oír (implícitamente que no tienen “derecho a decidir”).

El desafío secesionista se alimenta de otras crisis que en paralelo se tejen y destejen. La crisis económica y financiara internacional que ha golpeado duramente a la economía mundial, europea, ha zarandeado fuertemente el sistema económico español que se encuentra actualmente sometido a un doloroso proceso de reestructuración con enormes costos sociales. Y con una gran pérdida de confianza del ciudadano medio en la capacidad de gobernación del sistema.

Esta crisis mundial ha puesto también en evidencia el declive económico y político de la Unión Europea en un momento de rápida mutación en el sistema de relaciones internacionales caracterizada por la emergencia de nuevos actores internacionales (los BRIC y otros emergentes), la multipolaridad y el desplazamiento del centro de gravedad geopolítico mundial hacia Asia.

Es este momento de crisis europea y española, ambas fragilizadas, que los actores de inseguridad escogen naturalmente para lanzar sus ofensivas (como en Mali AQMI escoge el momento de colapso del estado para ocupar el norte del país apoyando y manipulando el secesionismo tuareg).

Pero la independencia de Cataluña no es cosa que incumba únicamente a los catalanes. Las consecuencias de la secesión en materia de seguridad interna y externa para los españoles y los catalanes son considerables. Aunque es difícil de imaginar el proceso y las razones por las cuales el resto de España (y en particular bajo qué condiciones un referéndum en España sobre la adhesión de Cataluña a la UE daría un resultado positivo), así como los catalanes no secesionistas y los hispanoparlantes residentes estarían de acuerdo con la independencia de Cataluña, es útil hacer el inventario de algunas de estas consecuencias que serían particularmente graves.

¿Cuál sería la relación entre España y Cataluña post-secesión? ¿Serán dos Estados amigos, rivales o enemigos?

Teniendo en cuenta la polarización y hostilidad generada en el proceso, puesta ya de manifiesto actualmente por los partidarios de la secesión, cabe prever una situación similar a la de la desintegración de Yugoslavia. Relaciones tensas, violentas en las que las dos comunidades enfrentadas continúan su enemistad, alimentando percepciones negativas mutuas y estereotipos hirientes. El resultado es una situación de generación de dilema de seguridad que dominaría las relaciones entre ambas entidades. La experiencia reciente nos muestra que casi todo proceso secesionista lleva a una situación de hostilidad profunda y duradera (la guerra de secesión americana, el desgajamiento de Eritrea de Etiopia, el del Sur de Sudan del resto del país, la guerra civil en Costa de Marfil, las guerras balcánicas, etc).

Las causas objetivas de una relación hostil serían numerosas:

-el trazado de fronteras y el control de las zonas marítimas y aéreas contiguas
-la presencia en el nuevo Estado de una minoría, numerosa, hispanoparlante que sería amenazada de discriminación cultural y lingüística y que buscaría la protección de España eligiendo mantener la nacionalidad española (y europea) y su residencia en Cataluña
-la desconfianza mutua entre servicios de seguridad generaría discontinuidad geográfica e institucional en la gestión de las amenazas transfronterizas: lucha contra la droga y blanqueo, migraciones ilegales, control de fronteras
-el activismo de un nuevo poder fundado ideológicamente en una identidad excluyente que inevitablemente apoyaría las tendencias y movimientos similares en otras regiones españolas y extranjeras (catalanes franceses, país vasco español y francés, países valencianos y baleares, independentistas de todos los colores, gallegos, corsos, bretones, flamencos, padanos, etc.)
-la reacción inevitable del Estado español (o de sus servicios de seguridad e inteligencia) de apoyo abierto o encubierto a la minoría hispanoparlante empujada o justificada hacia  una acción de subversión del nuevo ente estatal

¿Cuáles serían las consecuencias sobre España de la secesión?

-en el concierto de las naciones, España sufriría una pérdida considerable de peso específico y de poder relativo, diplomático, económico y militar, convirtiéndose en una potencia secundaria o terciaria no solamente internacional (pérdida más que probable de presencia en el G-20 y otros foros de concierto internacionales), sino también dentro de la  UE y la OTAN
-la oposición de España en el terreno diplomático al no reconocimiento de la soberanía del nuevo ente generaría costes político para España que acentuarían su debilidad internacional
-esta disminución de poder relativo, diplomático, económico y militar, facilitará o potenciará agresiones, más o menos pacíficas o encubiertas, de actores externos a los intereses territoriales y estratégicos de España (Gibraltar, Ceuta y Melilla, Canarias), y mayores dificultades en la defensa de esos intereses
-pérdida de economías de escala en la generación de capacidades militares y de seguridad que empujarían al alza los costes de la defensa y la seguridad interior reduciendo las capacidades en estas materias y disminuyendo en consecuencia el poder militar del Estado
-alternativamente, el aumento en gasto militar de la nueva entidad estatal contigua al territorio nacional, puede provocar un aumento del gasto militar en una carrera armamentística en detrimento del gasto público social o puramente económico.

¿Cuáles serían las consecuencias para una Cataluña desgajada del tronco español?

-un Estado paria en el concierto de las naciones, excluido de la UE y de la OTAN, con un estatuto próximo al de Kosovo, de limitado poder diplomático, económico y militar
-un Estado débil diplomáticamente, abierto, necesariamente y para romper su aislamiento diplomático, a alianzas con actores internacionales rivales estratégicos de la UE (Rusia, China, Irán, Cuba, Brasil, Venezuela, Ecuador, Países  del Medio Oriente, Serbia, Sudáfrica) -aquellos en situación similar de dilema de seguridad (Eritrea, Sudan Sur, etc)
-un Estado con una fuerte fractura interna política y social entre una mayoría bajo influencia identitaria y una minoría substancial culturalmente hispana. Fractura generadora de inestabilidad política y terreno fértil para procesos de limpieza étnica y cultural y, en sentido inverso, de subversión del nuevo Estado
-un Estado débil con capacidades limitadas para hacer frente a las amenazas y riesgos del entorno internacional (terrorismo, crimen organizado, migraciones irregulares, catástrofes naturales, proliferación de ADM, etc.)
-un Estado que buscará, con toda probabilidad, generar poder militar y de seguridad interna que alimentarán el dilema de seguridad entre ambos entes. El alto coste de estas capacidades gravará el presupuesto del nuevo Estado, agravará su situación financiera y disminuirá su capacidad de gasto social
-un Estado que buscará explotar su situación al margen del sistema regulatorio internacional para constituir santuarios financieros y económicos que atraerán capitales de origen dudoso, lo que fomentará la desconfianza internacional y el aislamiento del nuevo ente

El listado de estas causas objetivas y procesos de (in)seguridad y mecanismos de escalada en la rivalidad y enemistad con consecuencias negativas y perjuicios para ambas entidades hacen que el supuesto “derecho a decidir” promovido por el secesionismo catalán, no puede limitarse a aquellos que  están a favor de la independencia sino que concierne al conjunto de ciudadanos e instituciones del Estado español. 

Para concluir, aunque hay razones objetivas para rechazar la versión estrecha y reduccionista del “derecho a decidir” de los secesionistas únicamente, hay abundantes razones para revisar y reformular el diseño institucional del Estado español proponiendo a la ciudadanía y las diferentes culturas (y no naciones) que componen el Estado español un nuevo modelo. Así, el “derecho a decidir” de todos, y no de unos cuantos, tendría por objeto varias opciones de modelo de Estado: centralizado, autonómico, federal o confederal. Naturalmente, este proceso “quasi-constituyente”, en el que deben participar todas las fuerzas políticas y sociales representativas, debería acompañarse de un proceso, liderado por la sociedad civil, de reconciliación entre las diferentes culturas políticas e identitarias que componen el paisaje español. Ante el estadio del conflicto generado por la ideología secesionista concomitante con la pasividad de los partidos políticos y los intelectuales de ámbito español, la discusión política no es suficiente para reducir la polarización y la hostilidad entre ciudadanos, condiciones necesarias para la reapertura de espacio político en el que una discusión política fructífera pudiera tener lugar. Hace falta un proceso, civil y ciudadano, de  pacificación entre españoles y de dialogo cultural que permita, tolere o aun promueva la superposición de identidades y culturas (catalana, española, europea) sin exclusión ni dominación  de unas por otras, lo que constituye el ideal europeo.

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