León Moré viajó a Mauritania en los 80, justamente cuando se estaba llevando a cabo la expropiación programada de las posesiones de unas etnias negras a favor del poder detentado por etnias blancas, fue testigo de una de tantas batallas desiguales entre la fragilidad de un adolescente de la etnia más pobre y la contundencia de toda una apisonadora social dirigida contra los suyos y decidió recoger el grito de rebeldía, convertirlo en un inolvidable mazazo literario.
Alpha, un adolescente de la etnia negra halpulaar se niega a secundar el destino de su familia que es trabajar día y noche en los resecos campos para malvivir, ha conocido a un europeo y sueña con Lyon. Intenta trabajar de temporero en el mar, pero la hostilidad contra los miembros de su etnia se lo impide. Alpha, menos condicionado por los dogmas religiosos de sus mayores ve con lucidez que, en nombre de Alá, pretenden despojar a su familia de la única fuente de supervivencia: sus posesiones en el campo.
La transparencia del estilo arrastra al lector al semidesierto mauritano con tal contundencia que a poco de comenzar a leer, siente el escozor de ojos del arenoso viento “harmatán” que vuela misteriosamente desde el desierto a las hojas del libro.
Toda la novela es un pulso entre la sumisión y la rebeldía, pero un pulso tensado por la sensación de que ambas posturas conducen por igual a la derrota
Pero no estamos ante una literatura maniquea al uso, ni tan sólo ante una novela de tesis, ni tan siquiera ante una literatura socio-política. El abrazo de Fatma es un retrato cristalino de una sociedad compleja, pobre de solemnidad en cuanto a recursos económicos, pero rica en matices religiosos. Una sociedad dividida entre decenas de etnias, pero unificada por un sentimiento de crisis total y una urgencia de huida por parte de los jóvenes. Toda la novela es un pulso entre la sumisión y la rebeldía, pero un pulso tensado por la sensación de que ambas posturas conducen por igual a la derrota. La habilidad narrativa traslada al lector la sensación claustrofóbica de una vida sin ventanas al futuro, más lacerante cuando es la inmensidad del desierto, la gran muralla de la pobreza extrema, la que impide cualquier tipo de salida.
Sin embargo la humanidad que fluye por los poros de todos los personajes, plasmada en el recuerdo de El abrazo de Fatma, una madre ausente, hace de la lectura de esta obra una experiencia plena de ternura. Los personajes, con su ignorancia y sabiduría, con su fuerza y fragilidad, comparten esa sensación de desamparo humano que todos hemos tenido más de una vez y que, por esa invisible solidaridad que produce el arte de muchos quilates, en vez de entristecernos nos produce una desbordante emanación sentimental.
Tan sólo hace unas décadas esta novela habría sido clasificada como literatura exótica, ahora, gracias a la globalización, todo cuanto acontece nos concierne, lo sentimos como propio, es por eso por lo que el destino de Alpha nos duele con tal cercanía. Ahora sabemos que Alpha es tan nuestro como cualquier otro adolescente. Por ello esta novela es tan conmovedora y altamente recomendable tanto para jóvenes como para mayores.