Madurar supone también admitir lo
que no hemos hecho, lo que no viviremos, los límites que se nos imponen. Y en mi
opinión al final del relato asistimos a la constitución de un sujeto psíquico,
de un sujeto dueño o guardián, ahora sí, del secreto
A través del protagonista de El dueño del secreto,
Antonio Muñoz Molina nos muestra toda la problemática adolescente de un modo
claro y diáfano que impregna el relato. Nos ilustra, a través de una ficción,
esa época agitada y tormentosa que es siempre el tránsito de la infancia a la
adultez. Su salida a Madrid puede ser leída como una metáfora de ese rito
iniciático donde el niño sale definitivamente del mundo maternal para adentrarse
en el mundo de los hombres, donde encontrará una identidad propia fuera de su
familia. Sin embargo, este tránsito no puede hacerse sin las identificaciones
con figuras parentales y sin el paso por una confusión inevitable que nuestro
protagonista expresa en estas palabras: “moviéndome como un sonámbulo por la
ciudad ilimitada, desconocida y hostil, sin saber del todo si estaba despierto o
dormido, si estaba soñando lo que tenía delante de los ojos, a través del
cristal ligeramente escarchado de la alucinación, escarchado unas veces y otras
opaco por el vaho” Este tránsito supone también realizar necesariamente unos
duelos por lo que se perdió o por lo que no fue posible.
En la búsqueda
de estos modelos identificatorios nuestro protagonista queda fijado a la
personalidad de Ataúlfo y de Ramón Tovar. Si bien estas voces aparecen en la
novela, es básicamente la voz del protagonista-narrador la única realidad del
relato. Nuestro protagonista se nos muestra cobarde, tímido, pusilánime, en un
conflicto permanente entre el pavor y el deseo. Además, por si estos rasgos de
su personalidad no fuesen suficientes para ilustrarnos la debilidad de su
carácter, es incontinente, sexualmente novato y “no sirve para los estudios”.
Ataúlfo Ramiro Retamar, abogado de profesión (aunque ningún signo
confirme al lector esa información, ni tan siquiera una placa en la puerta de su
domicilio) encarnará para nuestro protagonista el ideal de masculinidad y
valentía. Representará esa figura paterna que, en contraposición al padre que
dejó en el pueblo y que le recriminaba la debilidad de su carácter, confiará en
él lo suficiente como para hacerle partícipe de una importante conspiración.
Será una figura fuertemente idealizada desde el inicio: “Tuve entonces la
primera prueba del valor mágico del nombre de Ataúlfo: fue pronunciarlo y el
guardián hostil se convirtió instantáneamente en guía solicito”. A través de
Ataúlfo conocerá los clubs de alterne, y el despertar del deseo sexual, de esa
sexualidad más descarnada que poco tenía que ver con sus amores adolescentes,
también conocerá otros placeres como el whisky de malta, y la buena mesa pero,
sobre todo, el placer de derrochar en un tiempo en el que para nuestro
protagonista todo estaba medido. Ataúlfo representa el exceso de dinero, pero
también de placeres que un joven todavía no podía permitirse ni en el plano
económico, ni en el emocional. Este personaje, en sus peroratas impregnadas de
la inflamación emocional que produce el alcohol, acerca a nuestro narrador a las
ideas de democracia y libertad. El protagonista quedará impresionado por las
diatribas anarquistas que entre taxi y taxi “le suelta” Ataúlfo. Un Ataúlfo
también incontinente e imprudente que le revela ser miembro de las FAI y le
cuenta la existencia de una conspiración. Finalmente, Ataúlfo desaparece de la
vida del protagonista muriendo de sus propios excesos tras la huida por una
conspiración abortada.
En esta novela breve otro personaje importante es
Ramón Tovar, amigo del pueblo, asiduo a los futbolines de los locales de Acción
Católica e izquierdista radical. Será el personaje que encarne los fanatismos,
la manifestación de las contradicciones y el radicalismo ideológico más
irracional. Despertará en nuestro protagonista una mezcla de admiración por su
experiencia de la vida, y de vergüenza por su aire pueblerino, por sus formas
bastas y carentes de modales. Ramón Tovar un personaje que se identifica y se
mueve a través de emblemas, que se expresa con esa aparente claridad con que se
manifiestan las dictaduras en las que no hay lugar para la duda: donde los
buenos son sólo buenos y los malos, sólo malos Esta situación refleja
perfectamente esas identificaciones que se propician desde los autoritarismos. A
lo largo de la narración Ramonazo, convertido al maoísmo, será objeto de
numerosas idealizaciones y desidealizaciones por parte del protagonista y,
finalmente, cuando la conspiración fracase y la cédula maoísta sea
desarticulada, Ramón Tovar huirá a Barcelona con la intendencia que su amigo,
timorato, pusilánime y, al que él denostaba, le facilita. Huye muerto de miedo
no tanto por la represión policial como hacia lo desconocido. Es en este pasaje
de la novela donde se muestra la parte más debilitada de Ramonazo y los aspectos
de su pseudo identidad: sus sueños maoístas sucumbirán al capitalismo más feroz
convirtiéndose en gerente de una fábrica de calzados.
Como personajes
femeninos de la obra destacan la mujer de Ataúlfo y su amante. El narrador deja
bien patente la escisión que, desde un contexto católico y autoritario, se
realiza de la figura femenina. Esta figura femenina estaría representada
disociada en el imaginario social por una doble imagen. Por un lado nos
encontramos con el modelo de una mujer legítima que una vez cumplida su función
de procreación, ni despierta ni tiene deseo sexual alguno. El narrador nos la
muestra envejecida y de aspecto descuidado como una figura fantasmagórica
resignada a su suerte, con un estado de ánimo fronterizo “entre la amargura y la
burla”, con una función protectora y maternal. En el polo opuesto, nos
encontramos con la imagen de una amante capaz de despertar las fantasías más
lascivas y lujuriosas, cuyos favores se ganaban con billetes de mil pesetas y
champán. La amante de Ataúlfo dejará una huella indeleble en nuestro
protagonista. Él, que no despertaba en las prostitutas que frecuentaba con
Ataúlfo más que unas brevísimas y castas conversaciones, superado por su
sexualidad pecaminosa, autoerótica y solitaria, queda prendido al cuerpo de la
mujer “más hermosa de su vida” y a la que veinte años después convocará en sus
fantasías sexuales. En realidad, este modelo de feminidad escindido recuerda el
de las novelas galdosianas, que reflejan esos valores femeninos propios de la
nueva burguesía del ochocientos retratados por Galdós en Fortunata y
Jacinta, y que son rescatados en esta novela por Antonio Muñoz Molina.
El último capítulo del libro es crucial, pues en él se hace manifiesto
el mecanismo narrativo de la obra. En este capitulo se hallan los datos y los
hechos que nos hablan de la vida actual del protagonista, y en él descubrimos el
lugar desde donde éste nos ha narrado, a modo de una redención personal, los
hechos que acaecieron. El protagonista de El dueño del secreto vuelve a
su entorno familiar, retorno que él, de forma expresa, nos lo muestra como una
huida. Esta vuelta a lo familiar no está exenta de un sentimiento melancólico o
nostálgico en relación a lo que hubiera podido ser su vida de no haber huido.
“El pasado es lo que es, y no me quejo” dice Antonio Muñoz Molina en el
artículo citado al inicio de esta reflexión. Uno siempre se pregunta por lo que
hubiese sido su vida de haber vivido otras experiencias, de haber tomado otras
decisiones… Esa huida que significó en la existencia del protagonista un acto de
indignidad, es ahora al reescribir su historia cuando se resignifica.
Respecto del patetismo o no de este protagonista innominado mantengo
abierta una polémica con Justo Serna, hemos conversado durante horas en torno a
la importancia de esta novela, de su condensación y de las diferentes
interpretaciones que pueden hacerse de esta obra. Pero aún admitiendo que nada
hay de heroico en el protagonista y sí mucho de risible “no es un personaje
acobardado con el que ensañarnos”. Su cobardía nos despierta una empatía
inevitable porque nos guste o no, nos sentimos más próximos a lo humano que a lo
heroico, quizá para muchos españoles de aquella generación lo heroico y lo
patético iban de la mano.
Madurar supone también admitir lo que no hemos
hecho, lo que no viviremos, los límites que se nos imponen. Y en mi opinión al
final del relato asistimos a la constitución de un sujeto psíquico, de un sujeto
dueño o guardián, ahora sí, del secreto: del secreto de su propia historia
cargada de episodios quiméricos y proyectos frustrados, pero ¿qué historia no lo
está?
En definitiva, como puede apreciarse, este autor a través de un
entramado de personajes y de relaciones en una novela aparentemente menor,
muestra con gran habilidad y maestría el complejo proceso de construcción y
afirmación de la identidad. Nos habla de historias individuales, de
acontecimientos supuestamente banales que conforman nuestra existencia y que
esconden siempre la complejidad que tiene la vida humana.