En una de las solapas de
El antólogo se nos cuenta quién es
Nicholson Baker, un autor que de ninguna manera estaría incluido en una eventual
lista de grandes novelistas norteamericanos contemporáneos y que en nuestro país
no goza entre los aficionados de ningún predicamento. Nuestro autor nació en
Rochester (Nueva York) en 1957. Estudió música y filosofía y es autor tanto de
novelas como de ensayos. Su relativa fama en los EE.UU se debe a que ganó el
Premio Nacional de la Crítica por el ensayo titulado
Double Fold: Libraries
and the Assault on Paper. Otros de sus trabajos son
Temperatura
ambiente (1990),
Vox (1992),
Una caja de cerillas (2003),
Checkpoint (2004) y
Humo humano: los orígenes de la Segunda Guerra
Mundial y el fin de las civilizaciones, título este último que a mí desde
luego me ha resultado muy sugestivo.
Nada había leído hasta la fecha del
señor Baker, por lo que
El antólogo es mi primer acercamiento a su arte
de narrar. El protagonista absoluto del libro es Paul Chowder, presumo que una
especie de
alter ego del propio Nicholson. Paul habla todo el rato en
primera persona e incluso diálogo con nosotros los lectores, como si fuera por
ejemplo un personaje de una ópera de Mozart hablándole directamente al público
de la platea. El amigo Chowder es poeta. No es un poeta “excelso”, pero tampoco
es un poetastro inédito y sin el más mínimo reconocimiento. No, Chowder es uno
de esos poetas que tienen varios libros publicados, sobre los que alguien ha
escrito una crítica con aliento y que de vez en cuando son invitados a dar
lecturas y a participar en congresos. Es decir, Chowder sería uno de más de los
centenares de poetas publicados que atiborran las calles de las ciudades
españolas. Yo mismo soy un Chowder más, lo que no deja de ser profundamente
desasosegante.
Con El antólogo Nicholson ha
cocinado un plato de fast food añadiéndole perejil del bueno y sirviendo
el resultado con una servilleta de
hilo
Chowder es un poeta que atraviesa una
mala racha. Es un hombre de mediana edad que acaba de ser abandonado por su
novia a la que quiere. ¿La razón? Es un tipo inoperante, nada hábil para los
quehaceres y responsabilidades cotidianadas que conlleva la vida. Vive en un
lugar indeterminado de la costa Este de los EE.UU, no muy lejos de Boston. La
casa es un desastre, con todo disperso por los rincones y con un perro que es su
mejor compañía. Ha dado clases de poesía en la universidad, pero lo dejó porque
le parecía una impostura. Tiene evidentes problemas de dinero, y de vez en
cuando hace chapuzas caseras para sobrevivir. Un editor le ha encargado una
antología de poemas con rima, pero es incapaz de escribir el prólogo y de hacer
la selección.
Estos son los presupuestos argumentales y ambientales de
los que parte Nicholson Baker para escribir su novela. La trama narrativa es muy
sencilla. Paul Chowder, el protagonista omnipresente, nos va a contar en primera
persona sus reflexiones cotidianas y su vivir del día a día. Cuenta por ejemplo
lo que come, que ha paseado con su perro, que ha visto pájaros en el cielo, que
ha llamado a su amor para saber algo de ella, lo que ha hablado con su vecina,
qué libros a hojeado ese día, qué pemas ha recitado, cómo transcurre su trabajo
de antólogo… Y además nos cuenta sus opiniones en torno a la poesía en inglés
del XIX y del XX, sobre la transformación de la poesía tradicional, con rima y
métrica, a la “poesía moderna” del verso libre y los experimentos.
Nicholson ha unido en
El antólogo sus dos condiciones: la de
narrador y la de ensayista. Por un lado nos cuenta la historia del mediocre
poeta Paul Chowder, sus vicisitudes, miedos e ilusiones diarios. Y por otro, a
través de la voz de Chowder, Nicholson nos explica de manera muy esquemática y
sucinta su propias ideas en torno a la poesía y el fenómeno de lo poético,
circunscribiéndose siempre, eso sí, a la lengua inglesa y al marco temporal
localizado entre mediados del XIX y todo el siglo XX, etapa en la que se
materializa con total claridad la ruptura de la línea clara en poesía y su
creciente oscuridad y hermetismo, su creciente abstracción.
Pones fin a la lectura de El
antólogo y piensas que eres más sabio, que sabes algo más con respecto a la
verdadera esencia de la poesía. Ese es el truco de todos estos libros. Ojo, un
truco difícil de llevar a cabo con éxito
Los
dos caminos entrelazados por Nicholson son esquemáticos y están desarrollados
con un raquítica sencillez. La historia del poeta, por sí sola, en su delgadez,
no deja de ser un relato carente de musculatura y tensión. Las reflexiones en
torno a la evolución de la poesía van poco más allá de lo que uno puede toparse
en la wikipedia o en cualquier manual escolar. Las opiniones de Chowder/Baker
sobre la poesía de autores como Eliot o Pound son casi sonrojantes, y su
conservadurismo simplón y nada matizado a favor de la poesía rimada es un poco
de vergüenza ajena.
Sin embargo los dos senderos formando uno solo no
deja de tener cierta gracia literaria, el atractivo casi irresistible de lo
simple, de lo “entendible”. Que el poeta Chowder nos cuente que echa de menos un
determinado guiso de su amor, que en ese momento el cielo a través de la ventana
adquiere un matiz rojizo, que contempla cómo su vecina descansa en el porche y a
la vez nos explique la música interior de un poema de Tennyson, no deja de
resultar “agradable”. El truco es evidente: hacerle pensar al lector que está en
contacto con lo sublime y “difícil” por medio de un artefecto literario de una
linealidad de narración escolar. Con
El antólogo Nicholson ha cocinado un
plato de
fast food añadiéndole perejil del bueno y sirviendo el resultado
con una servilleta de hilo.
El caso es que el plato funciona. Quiero
decir que lo “tragas” con agrado y un gustito final en la boca que no es
desagradable. Es un alimento que no demanda masticar mucho, cuya ingesta es
sencilla y no produce ardores, el sabor es artificial, a la carne (si se observa
con algún detenimiento) se le ven las hebras y los nervios…, todos los
ingredientes se han mezclado en el mismo bol sin mucho cuidado ni gran
conocimiento, se han puesto al fuego rápido bien sazonados, para ofrecer un
sabor fuerte, y luego se han servido calientes, con una salsa inconsistente pero
dulce. El resultado es un alimento de fácil digestión y con sabor, que deja la
sensación de estómago saciado. A las pocas horas es evidente que vuelves a tener
hambre, que el plato degustado no te ha alimentado, que no has recibido el
aporte de nutrientes necesario. En las páginas de
El antólogo no hay
vitaminas, no hay aporte calórico, no hay “alimento” en el sentido pleno de la
palabra. Eso sí, es un libro rico y fácil de comer, agradable, y que incluso
deja buen sabor de boca. Además te salpica con poemas de Auden, Shelley,
Tennyson, Longfellow, Poe, Dorothy Parker, Kipling… Pones fin a la lectura de
El antólogo y piensas que eres más sabio, que sabes algo más con respecto
a la verdadera esencia de la poesía. Ese es el truco de todos estos libros. Ojo,
un truco difícil de llevar a cabo con éxito.
Si desean pasar por
lectores avezados y exquisitos ante su compañero de asiento en el avión, y
hacerlo sin devanarse los sesos en el intento, compren y lean
El
antólogo. Les resultará fácil y agradable y aprenderán alguna anécdota sobre
Poe para compartir en reuniones sociales con un toque de sofisticación
cultural.