Kaláshnikov, ritos violentos, picas (navajas), tatuajes... son los
elementos que caracterizan este libro de Lilin: la violencia como forma de
comunicación, como elemento para expresarse, como cotidianeidad y elemento de
fondo con la tendencia a estallar en el primer plano. Según el autor, los niños
urcas viven con naturalidad esta situación. Las páginas relatan con
fuerza esta realidad violenta y brutal, ofreciendo al lector unas imágenes de
una dureza escalofriante. Asimismo, la violencia es el lenguaje con el que se
expresan los personajes: en esta tierra parece que “la vida no vale nada”, donde
morir o matar se convierte en algo normal. Páginas crudas, historias brutales y
crueles en las que se pueden encontrar muchas analogías con la Nápoles descrita
por Roberto Saviano
en su libro
Gomorra: en ambos lugares “lo cierto es que aquí
sólo se aprende a morir”; en Río Bajo, donde se cría el protagonista, como en
las
calles de Nápoles y en su periferia, el concepto de la
vida está muy ligado a la muerte y, desde su infancia, los niños aprenden que el
riesgo y la muerte son elementos propios de la existencia. El contexto en que se
forma el autor moldea su carácter y su visión de la vida: realidades tan fuertes
influyen inevitablemente en la formación de su pensamiento y también en la forma
de narrar su existencia.
El lugar donde el autor de
Educación
siberiana se crió, la Transnistria (entre Moldavia y Ucrania), parece no
existir, una franja de territorio junto al río Dniéster sin dueño pero con
severas leyes, la ley urca. La población local lo considera independiente,
aunque por lo demás ni existe. Sus habitantes, deportados en esta zona por
Stalin en los años treinta, han cimentado su sociedad con el odio contra el
comunismo y el dictador soviético. Por eso, matar a soldados soviéticos se
considera una forma de rebelión al igual que robar un banco, guardián del dinero
del Estado que los reprimía. Pese a la naturaleza de sus actos, Lilin subraya
que no se trata ni de mafiosos ni de terroristas, sino de un pueblo que lucha
contra el “opresor” soviético y que aplica la justicia según su código (y mano):
se justifica la violencia para evitar abusos sobre los débiles y los indefensos,
se aplica como forma de venganza, sirve para la propia supervivencia, representa
una manera de comunicar y una forma de lucha contra la policía soviética.
A lo largo del libro, el autor sostiene (e intenta argumentarlo de forma
poco convincente) que se trata de “criminales honestos”, expresión por lo menos
curiosa: el oxímoron creado por el escritor encontraría su fundamento en el
código de los
urcas, donde la honestidad equivale a no ser egoísta, al
respeto hacia los débiles y los desafortunados. Sin embargo, según nuestras
reglas sociales y, quizá, la lógica racional, los códigos adoptados por este
pueblo muestran varias contradicciones. La defensa de la violencia como forma
justificada de reacción frente a un abuso parece pertenecer a una tradición
ancestral, inadecuada en la actualidad. La misma regla del “ojo por ojo” no se
puede considerar disculpable y explicable frente a la gravedad de la ofensa.
En esta novela autobiográfica, el
autor intenta rescatar su comunidad del posible (y probable) olvido, permitir
que sus tradiciones, su esencia, su existencia sobrevivan a través su narración,
un conjunto de memorias suyas, de sus mayores y de la gente que se las
contó
Leyendo este libro, el lector podría
ponerse la siguiente pregunta: ¿por qué escribir unaa memorias, una biografía
con apenas treinta años? La probable respuesta es la siguiente: con su libro,
Lilin muestra su preocupación por transmitir la memoria de su pueblo, anhela
perpetrar los hábitos, las costumbres y las expresiones dialécticas de sus
abuelos. En esta novela autobiográfica, el autor intenta rescatar su comunidad
del posible (y probable) olvido, permitir que sus tradiciones, su esencia, su
existencia sobrevivan a través su narración, un conjunto de memorias suyas, de
sus mayores y de la gente que se las contó. Además, en el libro, el autor
denuncia la problemática de su pueblo a través de su historia. Su experiencia
personal plasma la extraordinaria historia de estos bandidos siberianos que
hacen del honor su máxima y no reconocer otra autoridad que la de sus ancianos.
Este pueblo parece regirse en una ética muy peculiar, respetando un estricto
código de conducta, de honor, difícil de entender: exaltan valores como la
libertad, la humildad, la justicia y la generosidad, pero su aplicación resulta
“distorsionada” o bien, conforme a la espinosa situación en la que vivían. La
honestidad se determina no por la naturaleza de sus acciones sino por el
desprecio hacia el dinero: “los urcas siberianos delinquen por un ideal de
libertad”. Viven con arreglo a sus propias leyes, en lucha contra cualquier
poder gubernamental. La comunidad resulta unida por decenas de ritos,
supersticiones y costumbres, algunas curiosas, otras sorprendentes. Como en
cualquier sociedad criminal (narcotraficantes, camorristas, etc.), la religión
asidero ser un residuo cultural, una fuerza espiritual y una manera para unir
este pueblo.
El autor cuenta las aventuras de su infancia, épica y
violenta al mismo tiempo. Y vuelve el paralelismo con
la
tierra descrita por Saviano, “donde la crueldad se halla
ligada a los negocios, donde todo tiene el sabor de una batalla final”. Entre
tantas historias narradas, no cabe duda de que la más impactante, cruda y
apasionante resulta ser aquella descrita en el capítulo de la “cárcel de
menores”, donde el autor permanece detenido por algunos meses. Allí, Kolima (tal
es el apodo de Lilín de pequeño) se encuentra con un entorno cruel, furioso: los
niños, convertidos en verdaderas bestias, se someten a los peores instintos:
violan a los más débiles, torturan, someten a humillantes vejaciones a lo demás
huéspedes del reformatorio. La cárcel para menores se parece a un infierno para
adolescentes guerreros: no cabe la menor duda que su lectura no resulta idónea
para personas impresionables.
Igual que Roberto Saviano, Lilin,
treinta años, cráneo transparente y piel tatuada, está amenazado por su
participación en la guerra de Chechenia, por las críticas a la sociedad rusa,
por sus declaraciones críticas con el mundo musulmán y por su posición escéptica
respecto a esta religión
Igual
que Roberto Saviano, Lilin, treinta años, cráneo
transparente y piel tatuada (el valor de los tatuajes está ampliamente explicado
a lo largo del libro, ya que son una especia de diario de vida de una persona),
está amenazado por su participación en la guerra de Chechenia (argumento de su
segundo libro ya publicado en Italia el pasado 9 de abril), por las críticas a
la sociedad rusa (en el último capítulo), por sus declaraciones críticas con el
mundo musulmán y por su posición escéptica respecto a esta religión. El libro
que se está traduciendo a 14 lenguas, despierta el interés por un mundo tan
diferente, crudo y violento (a los 13 y 14 años, un chaval ya tiene antecedentes
penales por robo, homicidio o tentativa del mismo), relata una identidad lejana,
espiritual y, según su autor, agónica ya que los mismos
urcas están
olvidando sus costumbres.
Pese a ser su primera novela, Lilin tiene la
capacidad de introducir al lector en estos ambientes turbios y violentos,
describiendo detalladamente a los personajes y usando muchas expresiones de la
jerga
urca (de hecho, resultan muy interesantes las locuciones que
utilizan sus habitantes, su jerga y su manera de apodar a las cosas). Se pasa de
la ternura a la violencia extrema, desde las anécdotas a los episodios más
crueles. Se mezclan diferentes historias y muchos personajes en un ritmo
incesante. El resultado es un libro violento y duro, no apto para los lectores
más sensibles.
El libro trasuda crueldad y violencia, lugares a veces
parecidos al Infierno descrito por Dante, caracterizados por furiosas peleas,
violaciones, asesinatos, vejaciones continuas, sangrientas venganzas (tachadas
de “justicia siberiana”). Violencia como
leit motiv y normalidad.
Finalmente, se trata de un libro intenso y feroz, muy vivo, que relata historias
a veces difíciles de creer sobre todo si utilizamos nuestras categorías
racionales: un emocionante historia del aprendizaje del autor para convertirse
en un “criminal honesto”, para aprender respetar los complejos códigos que
regulan la vida de la comunidad. Ferocidad y altruismo, sabiduría y homofobia,
tradiciones arcanas y nuevas realidades conviven con naturalidad en un libro que
no puede dejar al lector indiferente.