Facebook ha dejado de ser un sitio para universitarios. En su número de 31
de mayo de 2010, la revista
Time señala que el grupo demográfico que más
está creciendo es el de mayores de 34 años. Facebook puede estar cambiando
nuestra relación con la intimidad y quizá rompiendo cautelas que debieran ser
guardadas. Facebook es interacción pero sobre todo un negocio que sabe mucho de
mucha gente.
En el entretanto del imparable desarrollo que está teniendo
Facebook se ha traducido al español un libro que apareció el año pasado en
Estados Unidos. Su autor es Ben Mezrich, un tipo oportunista que nació en Boston
en 1969 y que tras pasar por las universidades de Princeton y Harvard se dedicó
a escribir, con enorme éxito de ventas, sobre universitarios metidos en
problemas pero salvados por su excelente manejo de las nuevas tecnologías. La
especialidad de Ben Mezrich es novelar historias reales –así evita problemas
judiciales- y meterse en aventuras espectaculares pero sin demasiado riesgo
real. Aparte de que sus narraciones hayan inspirado películas como
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Blackjack, lo cierto es que todo lo que se escriba sobre Mark Zuckerberg, el
fundador y dueño de Facebook, tiene interés por sí mismo.
En este marco de excelencia y
ambición que es Harvard encuentra el lector al protagonista de
Multimillonarios por accidente. Mark Zuckerberg no tiene apenas
amigos, no es popular. Pasa desapercibido y las chicas guapas no le hacen ni
caso
Multimillonarios por accidente es
la historia real, novelada para evitar problemas legales, de un grupo de
estudiantes de la Universidad de Harvard empeñados en crear una red social que
acabará llamándose Facebook, relacionando a millones de personas y haciendo
multimillonario a su propietario.
Arranca la narración en octubre del
año 2003 sobre el escenario de la mejor universidad del mundo. Boston es la
ciudad más elegante de Estados Unidos. Todo es nieve, verdor y calidad. En sus
alrededores están los mejores centros universitarios y de investigación como el
MIT. Todo en Harvard destila la necesidad de triunfar. Sin embargo, para entrar
en la élite de la élite no basta con el éxito académico. Además de las buenas
notas es necesario destacar en algo, tener amigos, ser popular. Hacer algo más.
En este marco de excelencia y ambición encuentra el lector al
protagonista de
Multimillonarios por accidente. Mark
Zuckerberg es un
Bangui. No tiene apenas amigos, no
es popular. Pasa desapercibido y las chicas guapas no le hacen ni caso. Mezrich
lo describe como un chico delgado coronado por una mata de pelo claro y rizado,
castigado por una nariz voluminosa e ignorado por los profesores. Alumno de
segundo curso, Zuckerberg viene de un hogar judío de clase media acomodada:
padre dentista y madre psiquiatra. Ya en el colegio había destacado por su
habilidad con los ordenadores, y al final de la adolescencia era “una especie de
hacker estrella”. Se había hecho un nombre en los círculos de la
informática creando algunos programas para Internet, y en Harvard se rumoreaba
que Microsoft le había ofrecido uno o dos millones de dólares de sueldo al año.
Alrededor de Mark Zuckerberg y
Eduardo Saverin, Mezrich describe el privilegiado escenario que conforma la
Universidad de Harvard
Si Mark Zuckerberg era
un
nerd, un tipo como decimos sin habilidades sociales, obsesionado por
los ordenadores,
Eduardo
Saverin, el contra protagonista, la otra pieza clave en la
fundación de Facebook, era todo lo contrario. Sabe lo justo de informática,
tiene un padre empresario. Su empeño en la vida es ganar dinero y respetabilidad
social. Estudiante de último curso, no se conforma sólo con aprobar y graduarse:
quiere entrar en la élite de la élite. Con poco más de veinte años ya ha ganado
un buen dinero manejando un fondo de inversión. Su gran preocupación en 2003 era
ser aceptado en alguna de las superelitistas y exclusivas asociaciones de
estudiantes. Ese es el añadido que sólo unos pocos estudiantes de Harvard
consiguen y que luego, a todo lo largo de su, vida será su mejor tarjeta de
presentación.
Los Clubs Finales son en Harvard el núcleo duro de la vida
en el campus. Situados en mansiones centenarias repartidas a lo largo y ancho de
Cambridge, imponen respeto y admiración sin límites. Entrar en alguno de esos
ocho clubes exclusivamente masculinos significaba estar en la mejor línea de
salida para convertirse en un gigante de las finanzas, en un multimillonario
corredor de bolsa o en un político de primera línea. Eduardo Saverin había sido
ignorado por el Porcellian, el que había sido el club de Roosevelt o
Rockefeller, el más antiguo y excelente del campus. Sin embargo, aunque con
menos prestigio, el Phoenix parecía dispuesto a admitirle, siempre que, eso sí,
pasara las duras pruebas de admisión.
El punto de inflexión que marca el
nacimiento de una de las mayores fortunas de la historia se sitúa en octubre de
2003 (...) Zuckerberg revienta la seguridad informática de las nueve residencias
estudiantiles de la Universidad de Harvard, se apodera de las fotos de las
estudiantes, las junta y propone a los usuarios elegir a las chicas más
atractivas
Alrededor de Mark Zuckerberg y
Eduardo Saverin, Mezrich describe el privilegiado escenario que conforma la
Universidad de Harvard. Entra en escena la mítica Biblioteca Widener y el
majestuoso río Charles. En sus aguas hacen remo los gemelos Winklevoss, dos
atletas olímpicos, dos representantes genuinos de la América blanca y
protestante que con su gigantesco esfuerzo hizo a Norteamérica. Tienen en la
cabeza crear una red social para que los estudiantes se relacionen entre ellos y
sea más fácil ligar. Para ello se pondrán en contacto con Zuckerberg. Necesitan
que con sus conocimientos de informática les monte la infraestructura técnica
necesaria. Empeño inútil porque, como vemos en estas páginas, Saverin y
Zuckerberg estaban, en paralelo, en la misma idea: utilizar el capital social
acumulado en Harvard para distribuirlo entre sus estudiantes y establecer una
red comunicacional de utilidad para todos ellos. Como señala Mezrich, la
posibilidad de contactar con chicas estaba entre las prioridades de unos hombres
jóvenes sometidos a fuertes presiones hormonales.
El punto de inflexión
que marca el nacimiento de una de las mayores fortunas de la historia
contemporánea se sitúa en la noche de la última semana de octubre de 2003. Mark
vuelve a su cuarto de estudiante enfadado y provisto de unas cuantas latas de
cerveza Becks. Le ha rechazado una chica. Monta un blog y mientras llora y
lamenta su decepción revienta la seguridad informática de las nueve residencias
estudiantiles de la Universidad de Harvard, se apodera de las fotos de las
estudiantes incluidas en las fichas de registro, las junta y propone a los
usuarios elegir a las chicas más atractivas (Mark utiliza un término más
contundente:
hotter persons).
Ha nacido, entre éxito y protestas
feministas, Facemash. Se organiza el consiguiente follón, Mark es amonestado por
las autoridades académicas pero el periódico universitario
Harvard
Crimson le dedica mucho espacio, y es entonces cuando los gemelos Winklevoss
y un estudiante de origen indio, Divya Narenda, le proponen construir la red
social aludida líneas arriba, denominada HarvardConnection. Mark se deja querer,
es ambiguo y con el paso del tiempo, cuando es perseguido por los abogados de
los Winklevoss acusado de haber copiado su idea, les tendrá que pagar una
cuantiosa indemnización que no ha sido jamás desvelada.
En casos como éste el problema está
en la veracidad de las fuentes de información. Las fuentes utilizadas por
Mezrich han consistido en mucha documentación y numerosas
entrevistas
Desde finales de 2003 a Mark le
ronda la cabeza una red más compleja, más articulada. Está sin un duro, pero su
socio en la aventura, Eduardo Saverin, pone los primeros mil dólares. Se añaden
al grupo fundacional dos informáticos entusiastas y devotos, Dustin Moskovitz y
Chris Hughes. Se unen a un proyecto que ya en la primavera de 2004 se registra
como TheFacebook.com. Una red destinada a los estudiantes de Harvard que
rápidamente se extiende a las universidades de la Ivy League (las mejores del
este norteamericano) y después a otras muchas.
Con la llegada de las
vacaciones de verano, el grupo –con la excepción de Saverin, que está haciendo
las prácticas de fin de grado- se traslada a Palo Alto, California, e incorpora
a Sean Parker, un curioso empresario del que acabarán deshaciéndose tras haberle
exprimido como a un limón y que les presenta al millonario Peter Thiel. Al medio
millón de dólares aportado por Thiel, el cofundador de Paypal, le seguirán
cantidades cada vez mayores. Desechado el “the” inicial, Facebook crece de modo
vertiginoso. El grupo inicial, del que se ha descolgado Saverin, trabaja a un
ritmo enloquecido. Surgen conflictos, se hace necesario ampliar capital,
oficinas y personal, pero Zuckerberg es un iluminado y aguanta con tozudez. En
2005, cuando la red social MySpace es comprada por News Corp, se disparan los
rumores de una posible venta, pero Facebook sigue creciendo hasta convertirse en
el gigante que es hoy y del que Mezrich da cuenta en las últimas páginas del
texto y en el epílogo.
Como ya hemos señalado, Mezrich se ha establecido
como un autor de éxito en el difícil territorio situado entre el ensayo y la
ficción. El cruce de estudiantes con nuevas tecnologías, ambición, lujo y sexo
le está dando muchos lectores y buenas críticas de periódicos de referencia como
el
New York Times. Su efectivo estilo de escritura, muy cercano al
thriller, ha facilitado la adaptación de uno de sus libros al cine. La
versión cinematográfica de
Multimillonarios por accidente está en fase
avanzada de producción.
Google ofreció el mejor servicio
para encontrar información pero Facebook va más allá. Busca recrear en la red el
tejido social, construyendo un sistema basado en la identidad personal para
activar las relaciones entre la gente
En
casos como éste el problema está en la veracidad de las fuentes de información.
Las fuentes utilizadas por Mezrich han consistido en mucha documentación y
numerosas entrevistas. Conviene señalar que si en un primer momento Eduardo
Saverin se prestó a ser un informante privilegiado, posteriormente cerró todo
contacto con Mezrich debido a que su conflicto con Mark Zuckerberg –consideraba,
al igual que los Winklevoss, que sus aportaciones se habían despreciado- se
resolvió con una considerable indemnización, no desvelada en su cuantía, que
implicaba no difundir información sobre Facebook. A todo esto añadamos que
Zuckerberg no aceptó ser entrevistado. Pese a estos bloqueos, el relato de
Mezrich es rápido y potente.
Como apuntábamos al principio de esta
recensión, Facebook rastrea la actividad de quinientos millones de usuarios y es
evidente que quiere dominar la web. Google ofreció el mejor servicio para
encontrar información pero Facebook va más allá. Busca recrear en la red el
tejido social, construyendo un sistema basado en la identidad personal para
activar las relaciones entre la gente. Senadores norteamericanos, expertos de la
talla de
Francis
Pisani y usuarios de todo tipo están cada vez más alarmados. No se
fían de Zuckerberg, su afán de dinero y poder parece ilimitado.
No es
éste el lugar para analizar los peligros de Facebook y sus ataques a las reglas
hasta ahora vigentes relativas a la intimidad. Recordemos tan sólo la cantidad
de fotos que los usuarios envían a diario. Son tanto nuestras como de nuestros
amigos. A las fotos se añaden comentarios personales que permiten situar en el
espacio y el tiempo la circunstancia de la fotografía. Como señala
Time,
Facebook alberga 48 billones de imágenes, la colección más grande del mundo.
¡Uff!, y ese no es el único problema…