¿Qué
pasa por afuera cuando todo el mundo está pendiente de un gran suceso? ¿Cómo
narramos nuestro pasado? ¿Existe la Historia como tal? ¿Qué ficciones se filtran
en la narración de nuestras historias personales y universales? ¿Qué hacemos con
nuestros muertos como cultura? Estas son algunas de las preguntas que dispara la
trama en boca de Nito, el narrador, el eje de toda la historia.
“Nos educamos en un momento de la cultura y
vivimos en otro diferente” dice el muchacho en su adolescencia, dándose
cuenta del choque perpetuo de valores que define a una vida. A su propia
historia de iniciación. A su vida outsider, de niño casi autista que deviene en
una especie de genio esperpéntico. A su iniciación de joven ingenuo e indolente
siempre a los pies de persuasivos personajes el borde del colapso: el artista
plástico Pitu Carpanta, el pastor brasileño Trafálgar o su madre.
Todo
esa complejidad encarna la figura del protagonista, criado de una manera y
viviendo de otra, trazando su propio camino, negando a sus padres y trazándose
un futuro que, a pesar de ser arbitrario y sorpresivo, parece estar prescrito
por una cuestión trascendental que lo acompaña desde su mismo nacimiento: la
muerte.
La muerte como símbolo está presente en toda la novela, desde su
propio título, enigmático y, en apariencia, actuando como contrasentido. Nito
nace en Argentina el mismo día que muere Juan Domingo Perón. Un nacimiento
anónimo en el mismo momento de una de las muertes más populares del país, con
simbologías que marcaron, desde los ’70 hasta hoy, un sesgo necrófago en el seno
del peronismo: el robo de las manos de Perón, la lucha sangrienta entre la
derecha e izquierda por la herencia del nombre del líder muerto y el
enfrentamiento a tiros entre sindicalistas en la quinta de San Vicente cuando se
trasladaron sus restos.
Recién en la página 100 nos enteramos de que
Nito, en realidad, también se llama Juan Domingo, pero no por homenaje al líder
sino al contrario, como desprecio. Se llama Juan Domingo por pura ironía. Una
denominación cuyo origen es la muerte. Un nacimiento irónico. Un oxímoron dentro
del gran oxímoron: si Los Living
define a un proyecto que se ejecutará con muertos, el ejecutor de ese proyecto
será otro Juan Domingo (Nito) cuyo nombre nace en la burla, el humor negro y el
anti-homenaje.
Pero no se trata de una novela política. La política está,
claro, pero como telón de fondo, como un escenario más en el que Nito actúa. Lo
mismo que la historia cronológica del país, sobre la que se irá desgranando
la historia personal de Nito, transformada por Pitu Carpanta en una obra de
arte. El propio personaje de Carpanta lo define en una frase, cuando habla del
proyecto performático que tiene en mente: “El arte es robar con precisión o, mejor
dicho, descubrir qué recordar y qué olvidarse”.
Lo que Nito sabe de
su pasado se basa en supuestos o en relatos de otros, siempre puestos en duda.
Con esta frase, Caparrós nos dice cómo funciona la memoria selectiva del
narrador con respecto a lo que está contando. No hay seguridades. La muerte es
la única seguridad y, tal vez por eso, será el vector que irá moldeando todos
los pasos en la vida del protagonista hasta el final espectacular. Todo lo
demás, toda la historia de su vida, será puesta en duda. Sobre todo, los
testimonios con los que irá reconstruyendo su pasado y también su presente.
Carpanta, el Pastor, su amigo Ricky, Raggio (el tipo que supuestamente atropelló
y mató a su padre). Todos irán pasando bajo la vara indolente de un desencantado
innato.
Esta operación borra toda épica en la figura Nito y, por
decantación, en la propia historia cronológica y política del país. Al discurso
heroico sobre los desaparecidos, se le impone la figura de un padre desaparecido
cuya muerte no tuvo nada de épico ni mucho menos de heroico. Todo lo que pasó,
todo lo pasado en Los Living es
difuso. Los hechos concretos y digeridos como la Historia Oficial se difuminan y
adquieren el carácter de ficción. Lo mismo que la muerte, una ficción más de su
pasado que será decisiva para definir su presente y futuro de profeta de las
muertes ajenas. La muerte o el pasado en Los Living son narración y fluidez,
performance y retórica.
La novela se estructura en dos partes, lineales,
que se van concatenando. Las dos plagadas de elipsis y sobreentendidos que se
irán develando a cuentagotas a medida que avanza la narración. La primera, los diálogos en una
habitación insólita entre Nito, Carpanta y Titina preparando el proyecto de “Los
Living”. La segunda, Nito como narrador de su vida. Ambas entran en confluencia
en la fiesta multitudinaria en la que se anuncia la consumación de un proyecto
propio de una novela distópica: embalsamar a los muertos y tenerlos como un
adorno o un mueble más en nuestros livings.
La maestría de Caparrós llena
de claroscuros a la figura de Nito, que por momentos parece un joven superdotado
y por otros un pobre diablo, a veces un tipo decidido valiente y otras un pobre
sujeto sin personalidad colapsado por otras personalidades más fuertes que
él.
Está presente el eterno Caparrós cronista, el fino pulidor de
detalles (“siempre quise saber quién inventó que la Biblia no tiene trozos,
fragmentos, párrafos sino pasajes”). También hay escenas propias del género
fantástico, a pesar de tratarse de una novela realista, como cuando Nito cuenta
con lujo de detalles las cosas que hacía siendo un feto o la descripción del
momento preciso en el que nació. A medida que va avanzando la narración, este
relato tan horroroso como inverosímil, le servirá para augurar que en esa panza
se estaba gestando un monstruo que haría cosas terribles en el futuro.
A
estos cruces de géneros se le suman los juegos de narradores. Cuando cuenta su
infancia, el narrador maduro (el Nito del presente) parece confundirse con el
Nito niño. Como si estuviéramos leyendo a un niño adulto. De esta ambigüedad se sirve, por ejemplo, para
disfrazar de ingenuidad una descripción ácida e irónica sobre cosas como los
festejos en Plaza de Mayo cuando las tropas militares argentinas invadieron las
Islas Malvinas: “En la guerra había
señores con carritos que vendía cocacolas, cubanitos, gorros y otras cosas que
se necesitaban”.
Pero el toque definitivo que convierte a toda la
narración de Nito en una maquinaria compleja llega hacia el final, cuando nos
enteramos de que todo es fruto de los apuntes que toma el propio Carpanta tras
largas horas de escuchar al muchacho contándole su vida. La narración de Nito en
primera persona se convierte, entonces, en la narración de una narración. ¿Quién
narra? ¿Caparrós, Nito o Carpanta? Pues, los tres. O los dos personajes con
Caparrós como médium.
En suma, Los
Living cumple y sobrepasa las expectativas que conlleva toda obra premiada
con el Herralde de Novela. Un proyecto ambicioso y completo sobre el que el
propio Caparrós nos da detalles sobre su factura en esta entrevista
exclusiva para Ojos de
Papel.