Matrix es una magnífica metáfora que ilustra un nuevo mundo
intercomunicado en el que los consumidores rastrean y consumen fragmentos de
historias destinados a crear nuevos mundos narrativos cuyo fin es construir
espacios persuasivos que están redefiniendo muchos espacios culturales. Si los
primeros espacios en ser redefinidos son los de la cultura popular, los
siguientes son los del consumo y las marcas, y no resulta difícil suponer que
las nuevas formas retóricas y persuasivas acabarán por modificar la forma de
hacer negocios, elegir a los políticos y, en definitiva, transformar la
educación.
Entramos en una era en la que debido a la proliferación de
canales de comunicación y a la portabilidad de las nuevas tecnologías
informáticas y de telecomunicaciones los medios se están convirtiendo en algo
omnipresente. El desarrollo de los teléfonos móviles constituye un excelente
ejemplo. No son únicamente aparatos de telecomunicaciones. Permiten jugar, bajar
información de Internet, hacer y enviar fotografías o mensajes de texto. Muchos
permiten ver tráilers e nuevas películas, bajar entregas de relatos y
telenovelas o contemplar la retransmisión de conciertos.
El storytelling o “arte de contar
historias” surge en Estados Unidos a mediados de los años noventa y desde
entonces su uso no ha hecho sino aumentar en el mundo del management, en el de
la comunicación y en el de la política
Al
tiempo que la comunicación se extiende, se está produciendo un interesante
cambio en el contenido y la propiedad de los medios, como ha señalado con
acierto Henry Jenkins en
Convergence Culture. El viejo Hollywood se
centraba en el cine, pero desde hace unos años los nuevos conglomerados
mediáticos tienen participaciones mayoritarias en toda la industria del
entretenimiento. La Warner Bros., por poner un ejemplo, produce películas,
televisión, música, juegos de ordenador, sitios web, juguetes, visitas a parques
de atracciones, libros, periódicos, revistas y cómics
Asistimos así a
una expansión tecnológica de la comunicación a la vez que los medios se
diversifican en su oferta y su propiedad se concentra en gigantescos
conglomerados. Por si ello fuera poco, esta transformación se acompaña de un
profundo cambio en nuestra manera de consumir los medios. Ahora se consumen
mezclando polivalencia, multiparticipación e interactividad. Un joven que hace
los deberes en su cuarto puede, casi a la vez, navegar por la red, escuchar y
descargar archivos MP3, chatear con los amigos, escribir un trabajo escolar con
el procesador de textos, responder el correo electrónico o ver sus series
favoritas de televisión.
Christian Salmon ha escrito
Storytelling
con este horizonte en su cabeza. Multiplicación de productos comunicativos,
abaratamiento de los costes de producción y distribución, mayor protagonismo del
consumidor y una alarmante concentración de la propiedad de unos medios que en
gran medida son transnacionales y dominan todos los sectores de la industria de
la comunicación y del entretenimiento. Sobre este panorama de fondo, la
preocupación de Salmon va más allá. Lo que inquieta a este miembro del
prestigioso Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje (CNRS) es la
utilización y el aprovechamiento malintencionados que desde las instancias de
poder se hace de la situación.
Estaríamos en un estado de cosas en el
que la fuerza, extensión y variedad del bombardeo comunicativo, unido a la
falacia de un consumidor que como participa e interacciona se autoconvence de
que controla su entorno mediático, proporcionan las condiciones para que
aparezca una nueva forma de manipulación del individuo y de las masas que se
denomina “storytelling”.
En opinión de Salmon, el
storytelling es una forma de discurso que se ha impuesto en Estados Unidos
permeando todos los sectores de la sociedad más allá de la política, la cultura
o el consumo. La capacidad centrífuga de todo lo norteamericano habría
convertido el storytelling en un fenómeno internacional gracias a unas élites
que en todo el planeta comparten la visión estadounidense del
mundo
El storytelling o “arte de contar
historias” surge en Estados Unidos a mediados de los años noventa y desde
entonces su uso no ha hecho sino aumentar en el mundo del management, en el de
la comunicación y en el de la política. Considerado durante mucho tiempo como
una forma de comunicación destinada a los niños, el storytelling resurge,
adaptado a los nuevos tiempos, como un instrumento de persuasión y propaganda en
manos de quien dispone del poder para ello.
En opinión de Salmon, el
storytelling es una forma de discurso que se ha impuesto en Estados Unidos
permeando todos los sectores de la sociedad más allá de la política, la cultura
o el consumo. La capacidad centrífuga de todo lo norteamericano habría
convertido el storytelling en un fenómeno internacional gracias a unas élites
que en todo el planeta comparten la visión estadounidense del mundo. Salmon
apoya su argumentación analizando, en primer lugar, las pautas de consumo de
grandes marcas mundiales. Analiza sus estrategias narrativas como nuevas formas
de movilización del consumidor adaptadas a un mundo cada vez más líquido. En un
segundo tramo, Salmon muestra cómo los discursos políticos de la Administración
norteamericana han adoptado el storytelling como una eficaz forma de propaganda
que ha visto aumentada su potencia persuasiva gracias a la creciente
convergencia entre Hollywood, la industria mediática y el poder político. Por
último, Salmon examina el storytelling que desde el 11-S ha difundido al resto
del mundo la Administración Bush para justificar la invasión de Afganistán, Irak
o Guantánamo.
Las técnicas narrativas tendrían en el capitalismo
emocional del que nos habla la socióloga Eva Illouz una perfecta adecuación a la
estructura en red de la sociedad actual. Los presidentes norteamericanos
tendrían en común la construcción de un storytelling creado a partir de sus
orígenes familiares, de su propia vida y de su relación con el mundo. Para
Salmon, Ronald Reagan fue el gran narrador. Las falsedades de su estilo
discursivo no impidieron que Bill Clinton sorprendiera a su entorno nombrando
director de comunicación de la Casa Blanca a David R. Gergen, que ya había
ocupado el mismo cargo con Reagan. El problema, por si no hubiera quedado claro,
no es el cultivo del arte del relato; la cuestión está en cómo el Estado, y
subsidiariamente otras formas de poder, utilizan el storytelling como
instrumento de persuasión y dominio.
La última campaña electoral
norteamericana ha sido un gran festival narrativo en el que los medios han sido
a un tiempo actor, corazón y público del espectáculo. Los medios, como señala
Salmon, interpretan la historia, utilizan los relatos reinterpretados para ello
por los políticos y satisfacen el deseo del público de nuevos relatos. “Las
campañas son duelos de historias a gran velocidad que duran meses”, escribe
Salmon. El ganador es el candidato cuyas historias están en conexión con el
mayor número de electores.
Los intentos de manipulación y de
persuasión se han ido haciendo cada vez más sutiles y, por otro lado, como ya
señaló Paul Ricoeur hace treinta años, la identidad personal y la social están
constituidas de forma narrativa. No obstante, el ser humano es un sujeto
reflexivo capaz de reaccionar a los intentos orwellianos de
dominio
Concluye Salmon este volumen
señalando que el storytelling es la muestra más evidente de lo que él denomina
un “nuevo orden narrativo” cuyo objetivo es domesticar a la opinión pública y
adueñarse de las prácticas sociales, los saberes y la memoria del individuo.
Este “nuevo orden narrativo” originado en Estados Unidos habría alcanzado Europa
en el año 2000. La campaña electoral francesa de la primavera de 2007 que acabó
con la victoria de Sarkozy sería el ejemplo más evidente de la aplicación, con
éxito, de las “técnicas del storytelling made in USA”.
El cambio más
notable de la campaña francesa fue el hecho de que los políticos, los medios de
comunicación y los analistas cambiasen bruscamente su manera de expresarse.
Comenzaron a contar historias. Por primera vez, la derecha ya no hacía hincapié
en la independencia nacional ni la izquierda en el progreso social. La prensa se
adueñó del relato de la vida de los candidatos. La opinión pública entró al
trapo y se encandiló enseguida con los rumores de disputas conyugales, rupturas
e infidelidades.
El marketing de Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal marcó
un profundo cambio en la cultura política francesa. Asesorado por sus expertos
en storytelling, Sarkozy venció claramente en ese terreno, deslegitimando la
vieja idea política de la Ilustración e inaugurando una nueva era que podría
calificarse de postpolítica. Salmon interpreta la estrategia de Sarkozy para
atraer a representantes de la izquierda mitológica francesa como Jack Lang o Max
Gallo como una evocación de la serie televisiva “El ala oeste de la Casa
Blanca”, en la que Santos, el presidente electo, llama a su contrincante para
ofrecerle el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Resulta evidente que la
tesis central de este libro es cierta. “Las formas, los ritos y los lugares del
debate democrático están cada vez más sometidos a las nuevas tecnologías del
poder”, escribe Salmon. Los intentos de manipulación y de persuasión se han ido
haciendo cada vez más sutiles y, por otro lado, como ya señaló Paul Ricoeur hace
treinta años, la identidad personal y la social están constituidas de forma
narrativa. No obstante, el ser humano es un sujeto reflexivo capaz de reaccionar
a los intentos orwellianos de dominio. Buena prueba de ello es este mismo libro,
el cual alerta y previene frente a las nuevas técnicas persuasión y de
manipulación. Estamos avisados, no tanto del intento de utilización de los
efectos persuasivos, algo tan antiguo como la historia del hombre, sino de la
potencia que los nuevos medios de comunicación brindan a quien se proponga
utilizarlos para manipularnos.