Si deseamos emplear este nuevo término (de sabor un tanto academicista) de
“postpoesía”, que utiliza Fernández Mallo, se diría que la iluminación poética
adviene a estos textos con posterioridad al enunciado de los mismos. Lo poético
sobreviene al texto después del texto. Lo más interesante del libro es
precisamente esta suspensión del significado. El poeta es lo que le rodea, y lo
que le rodea es confuso. En el poema
Invocación, viene a decirse esto
mismo: “Siente el gris que alude a la materia, acepta el incienso luminoso de la
arena e inclina sonriendo la cabeza, pues serás testigo de esta herida que
afirma por dentro mi empeño, que exalta mandíbulas y verbo y al final lo adorna
todo con su ancho cauce, con su roto yermo de azul primero”. El ánima del poeta
va a ser testigo de la herida interior del empeño narrativo que deviene, al
final, un ancho cauce, una avenida rota de azul primero. Esta es la
significación: la significación no precede a la construcción verbal sino que
emerge de ella en su oscilante magma que aspira de lo indecible a lo decible. La
realidad poética y la realidad real se presentan como resultado de la hercúlea
tarea inventiva del poeta. Los poemas de
La lengua ciega serían “un
tiempo encendido de palabras que acaso no son nada, o son fuga sólo de una nada
clara y en voz tan baja, que apenas se escucha, perdida, húmeda y como ausente”.
Nos encontramos pues, ante un original poeta que ayuda al lector a
desembarazarse del trillado lenguaje de la tribu para purificar los sentidos y
las significaciones de lo que, por estar aún por decir, resulta muy difícil de
extraer y de decir de una vez por todas. Un excelente poeta de lo oscuro.
Por Álvaro Pombo
***
PAISAJE
a Rogelio López Blanco
Respiro azul de
luminaria en recuerdo leve. Y el bosque igual, preciso en su profundo cambio,
ajeno sin nadie al castigo que puede verse, que puede volcarse quebrando el
orden de las cosas, de la vida que está sencillamente sin arrancar de su
paisaje.
CAMINO ALTO
a Alberto Santamaría
Se hace eco el
fragor ajeno ungido bajo la hierba. Y sin orden posible, se torna olvido el
presente en la certeza que viene impresa tras el juego dado por la nube
venidera.
Pero trazo a trazo nada es el
aliento que consume un vendaval ardiente y sin estirpe, esa luz del azogue que
arranca azul de su flecha, y luego alcanza para siempre la réplica alzada de un
camino alto, impávido y ciego por condena.
CAE LA NOCHE
Al caer la noche
chasquean al viento las banderas en voz baja, y con levedad tranquila tiene
piedad la hora en el bosque sin viajero, sin riachuelo dulce y circense en la
carne enajenada y de rasgos marcados que no detiene su marcha.
Y en la noche se revela el silencio que
no pregunta por otras voces recordándose eco en la tierra. Mas pienso ahora que
quizá sólo sean las hojas secas las que murmuran con azul y rojo la calma que se
nace luz, esa riqueza que es nuestra como un día interminable en un viejo
cementerio, caja de música con hábito de lengua, oxígeno sobre el vacío que se
encoge dejando atrás la irónica tormenta.
LA MISMA
NIEVE
a Manuel Arce
En la mano sólo la curva
de la hierba que se mece viva con su brillo interno, con la distancia desnuda de
esa frontera que negando amanece en la expresión vulnerable de su límite, y que
nada, nada sabe de sumarse a la tregua, al camino hondo sobre la traza muerta
que acoge siempre la misma nieve.
LUZ SEVERA
Esta luz severa, la forma conocida
de un camino triste que se hace silueta y sombra en una habitación vacía.
Esta luz, y digo bien, fresca hoguera
en la que arden sin destello alguno la estación de simiente oscura (apenas un
universo por dentro), o el astro de la angustia y justo su contrario, y quizá,
sólo tal vez, el absorto temblor de un mar improbable, ajado al sol de la
última, de la más doméstica de las mareas.
MEDIODÍA
Mediodía. La materia interior del
verano. Aquello que significa el clima claro del mundo, sus llamas oscureciendo
palomas y lenguaje, el temblor que aprende a respetar la prueba e intimidad del
horizonte.
TIEMPO NUEVO
Se desvela, en el peso imprevisto
de la arena, esa mano que quiebra el pan y la cal alzada por el surco sonoro de
los días.
Y es ahora cuando pongo en
cuestión que el temblor cerrado del envés de la ruina inunde la inclinación de
la hierba, que la obligue a ser medida de distancia y arrobo frente al mundo
ahíto de tijeras, de mansas dunas que hierven y desean sólo morir en incendio y
humareda, en esa vastedad insomne de tiempo nuevo que aún no sabe cómo hacerse
llamar en la espera.
OÍR DEL ECO
a Pureza Canelo
De no sé dónde llega este
oír del eco que con ojos de alba humaniza el árbol y bebe en el poema y escucha
la música de todo; esa música que llega al final andando la forma (agua) del sol
por el sol: azar de hombre que se promete en escarcha.
La ley del infinito en el minuto
atolondrado de la nieve afónica, sin afueras o gozo insondable, rima esperada
con jardín cerrado y sin oficio de números que silban, que dañan el servicio
gratuito de las nubes que ahora somos, hijos nosotros mismos de una voz
minúscula, casi oculta, que no sirve al revés y retraída a la tregua, que no es
útil para ganar nunca en los más breve que nos da la piedra.
LLUVIA DE ENERO
Le trazas venas a la geografía
digital de un atlas que se comprende sólo ante los otros. Me dices ahora que
sustituyes el mar por los ecos vistos de las últimas navajas. Escribes luego un
temblor en el azogue tibio de mi pecho, y filtras en el significante de la
acidez inédita de tus labios abiertos, la sangre que ahora elijo en la orilla
que te acostumbra plural a esta lluvia de enero.
NADA
RESPONDE EL AZUL…
Nada
responde el azul al peso del aire que tan alto devuelve pájaros de música y
esperanza rendida a la memoria nueva.
Y
ahora, tras el cristal confuso de los campos desnudos, da de beber la arena un
cuerpo que es motivo triste de agosto mío bajo un sol de plata pura.
Todo fluye entonces sobre el nivel
geográfico de lo pequeño, ejercicio sin límite para llegar hasta aquí: la
distancia en pie del árbol claro.
EL MISMO MAR
a Álvaro Pombo
El mismo mar, otra vez el
mismo mar, el mismo mar del norte y su olor mendigo a humo; esa clase de amor
iluminada a lo lejos por el calor de la piedra más sumisa.
Por delante y de mi hacia fuera el mar
tenía sed. Pero para entonces se encontraba demasiado lejos de nosotros. Y así
lo recuerdo al final de la mañana blanca, lejos, en el silencio que se pronuncia
alto, cuando luce el sol y muere la voz sobre la voz sin sangre, voces hasta el
cauce nuevo de la voz callada, vencidas por la música de un naufragio en otro
mar que ya no es mío.
FILO DE PIEDRA
No parece arcilla el aliento que se
agota asomándose a un pozo y a la mirada cambiante del trébol. Pues es su
firmeza quien acaba el día para que no haya ya inviernos en morada ajena o en
fuga de verdad, esa sed que se agrieta sin pedir a cambio nada, nada para
sí.
Mientras, en los campos
estalla marcial la escarcha tomándose la mano en primer plano, juntando fruta
sobre las líneas finales del tiempo caído en desuso.
Luego, el jardín renace confinado como
una mosca microscópica dispuesta al vuelo, y comienza la nieve a caer para
siempre proclamando su riqueza de plumas, estableciendo el camino ahí, al fondo
del cielo, en el lado de aquello que es razón abierta para el canto, para el
sosiego hiriente que aún predice luz y verano, el origen, se dice pronto, en el
filo aéreo de la piedra.
Nota de la Redacción: agradecemos al autor del poemario,
Juan
Antonio González Fuentes y a
DVD
Ediciones en la persona de su director,
Sergio
Gaspar, la gentileza por permitir la publicación de esta selección de
poemas del libro,
La
lengua ciega (DVD, 2009).