Se buscaba un castigo ejemplar por las múltiples y variadas atrocidades
producto de la expansión alemana: los bombardeos sobre población civil, las
matanzas indiscriminadas, la explotación de la mano de obra esclava, la muerte
por hambre y desatención de prisioneros de guerra, la destrucción de las
infraestructuras productivas, etcétera . Los norteamericanos en particular
estaban empeñados en castigar a los principales culpables, los elementos más
representativos de cada rama de la urdimbre político-administrativa que perpetró
la hecatombe mundial: la Wehrmacht, la Luftwaffe, la Marina, las SS y SD
(servicio de seguridad e inteligencia del partido nazi), la Gestapo, el Gabinete
del Reich, la diplomacia, la malla financiera, el aparato de propaganda, la
maquinaria armamentista, los empresarios, la red de gobernadores de los países
ocupados, aquellos que gestionaron los campos de trabajo y exterminio... Para
ese castigo ejemplarizante se buscó a un representante significado de cada rama
u organización con el consiguiente problema de encontrar gentes con el perfil
adecuado en un momento en que muchos se habían suicidado, estaban
desaparecidos o muertos.
En general, el planteamiento norteamericano, que
pretendía enfrentar los valores de las democracias frente al despotismo fascista
y personificar la condena global de todo un aparato de Estado y de la nación que
le daba sustento, aparte del espinoso asunto de la culpa colectiva, era bien
intencionado pero poco práctico. Ante un tribunal ad hoc, compuesto por
ocho jueces de las potencias aliadas, sin ninguna intervención alemana, y con un
componente dominante de carácter anglosajón, la cuestión de las pruebas era
crucial y el tema ideológico estaba de más. Pese a eso, los fiscales americanos,
encabezados por el juez Jackson se empecinaron en la línea más débil, demostrar
la acusación con más endeble base jurídica y probatoria, la de conspiración o
conjura.
El libro de James Owen, Nuremberg,
constituye una primera lectura muy provechosa para todos aquellos que no han
querido o podido aproximarse a la cuestión del primer juicio por su complejidad
e implicaciones polémicas. El autor no pretende simplificar el fondo de las
cosas, pero las muestra de forma dosificada y amena
Todas estas objeciones, y muchas otras, son meridianas y están bien fundadas,
pero también es cierto, como señala James Owen, que ante la evidencia de los
terribles crímenes cometidos y la magnitud de la matanza desatada por la
agresión alemana, a nadie se le pasaba por la cabeza que no respondieran por sus
crímenes. Las alternativas, como el fusilamiento de las cúpulas política,
militar, etc., de la que inicialmente eran partidarios los soviéticos y
Chuchill, aunque éste a menor escala, hasta incluso los propios alemanes hartos
de la duración del proceso y de la humillación de lo que estaba saliendo a la
luz, encerraban una arbitrariedad y similitud con el comportamiento nazi que
vedaba esta salida.
La alternativa más lógica, pues, era un juicio, un
consejo de guerra, en realidad, y, dentro de este marco, los Estados Unidos
impusieron el criterio, como se ha mencionado antes, de que debería ser juzgado
el sistema nazi en su conjunto y que, por primera vez, personas físicas deberían
de responder por los actos llevados a cabo por un Estado. Todo esto tenía
implicaciones, según se ha mencionada más arriba, muy insatisfactorias y a su
esclarecimiento está destinado el libro de James Owen. Nuremberg,
constituye una primera lectura muy provechosa para todos aquellos que no han
querido o podido aproximarse a la cuestión del primer juicio por su complejidad
e implicaciones polémicas. El autor no pretende simplificar el fondo de las
cosas, pero las muestra de forma dosificada y amena. Proporciona un análisis
inicial para dejar la casi totalidad del espacio del volumen, mediante la
técnica de intervenciones cortas, salpicadas de comentarios orientativos, para
ubicar a cada personaje, situación y antecedente, a los protagonistas y sus
opiniones. Así, jueces, acusadores, abogados defensores, guardianes, testigos,
acusados, periodistas, traductores, psicólogos... son los verdaderos
protagonistas de esta narración histórica.
Con este método, va trazando
un cuadro casi integral de lo que allí ocurrió. Expone la atmósfera de la sala,
unas veces dramática y estremecedora por los conmocionantes testimonios de las
víctimas supervivientes de los campos, las masacres, como la del gueto de
Varsovia o la destrucción de ésta capital y su población en 1944, o los
diabólicos experimentos médicos. No obstante, no sólo impactaron los detalles de
quienes sufrieron y vieron las atrocidades, más espantosos si cabe fueron los
testimonios de alguno de los verdugos. Sobresale el de Rufolf Hoess, a cuyo
cargo estuvo el diseño y la dirección del campo de Auschwitz-Birkenau, quien
detalló con orgullo profesional la concepción y funcionamiento del mismo. Sin
embargo, la mayor parte de las sesiones se caracterizaron por el tedio, un
oceánico e inacabable aburrimiento producto de la acumulación de pruebas, las
reiteraciones, las lecturas de la enorme documentación compilada, las tácticas
dilatorias y un sinnúmero de detalles que dilataban el proceso. No en vano duró
diez meses, las sesiones comenzaron el 20 de noviembre de 1945 y las penas se
leyeron a los acusados el 16 de octubre de 1946.
Las críticas al juicio de Nuremberg suelen
adolecer del análisis de las penas y su justificación, ya que fueron muy
desiguales. En esto destaca el libro, al poner en primer plano ante los lectores
la labor de los jueces, en especial británicos y estadounidenses, sin
menospreciar la labor de los franceses. Hubo absoluciones notorias (Von Papen),
condenas a cadena perpetua y otras limitadas en años (de 10 a 20), frente a las
11 penas capitales
En la recreación a base de las intervenciones de los protagonistas y
los fugaces comentarios del autor, también destaca el pugilato entre acusadores
y acusados, los sentimientos y deseos que afectaban a unos y otros, en términos
profesionales y de ambiciones los primeros, en temores, reacciones orgullosas y
de asunción o no de culpas por parte de los segundos. Fragmentos de memorias y
recuerdos, entrevistas y testimonios conforman el relato de esta pugna que luego
continuaba en las rígidas condiciones de encarcelamiento que, con objeto de
impedir suicidios (como el de Goering en el último momento, poco antes de
proceder a su ejecución), experimentaban los dirigentes nazis en sus celdas, y
en los ratos de esparcimiento de jueces y la parte de la acusación.
Hay
un detalle de anacronismo que en parte desequilibra el libro, aunque es de rango
menor. El autor hace demasiado hincapié en la cuestión de la Solución Final, en
que abunda en testimonios sobre este asunto, cuando en realidad, como él mismo
reconoce en el prefacio, no fue esa atrocidad sin parangón el centro del
proceso, en tanto en cuanto lo demostraba el hecho de que el genocidio por orden
de importancia era la cuarta y última imputación (crímenes contra la humanidad,
que además abarcaba más capítulos que el genocidio).
Las críticas al
juicio de Nuremberg suelen adolecer del análisis de las penas y su
justificación, ya que fueron muy desiguales. En esto destaca el libro, al poner
en primer plano ante los lectores la labor de los jueces, en especial británicos
y estadounidenses, sin menospreciar el trabajo de los franceses. Hubo
absoluciones notorias (Von Papen), condenas a cadena perpetua y otras limitadas
en años (de 10 a 20), frente a las 11 penas capitales. Quiere esto decir que
fueran cuales fuesen las intenciones de las potencias vencedoras y las
cortapisas que pusieron a las defensas, los jueces, con excepción de los
soviéticos, trataron de impartir justicia, de ceñirse a los hechos, llegando al
caso de que el juez norteamericano Biddle se puso de parte de los franceses
contra un evidentemente débil concepto de conspiración, el primer y fundamental
cargo.
Este es el punto más destacado de la obra, hay que volver a
subrayarlo, que pone de relieve que, pese a los enormes defectos de fondo y de
forma del proceso, el juicio contribuyó a dar un salto de gigante en el avance
del Derecho Internacional, en la tipificación del delito de genocidio. Gracias a
la sombra de Nuremberg, son unos cuantos hasta hoy los asesinos de masa que no
pueden dormir tranquilos o que ya han sido juzgados. No significa que no sigan
ocurriendo atrocidades, sólo que les es y será muy difícil tener impunidad a
quienes las perpetren.