Dicho lo cual, quizá sea necesario señalar también que la nueva novela de
Álvaro
Pombo no supone ningún avance perceptible en sus
planteamientos narrativos, ni siquiera presenta cuestiones novedosas desde un
punto de vista temático en los asuntos más habituales tratados por el escritor
en sus historias. En este sentido estamos ante unas páginas pura y estrictamente
pombianas, unas páginas que no establecen ningún punto y aparte dentro del
universo
narrativo del santanderino. Entonces, ¿qué hace de esta
novela una cumbre dentro de la obra de nuestro autor y de la novela española del
presente?
Voy a intentar responder a la pregunta, lo que en principio no
me parece muy complicado.
Virgina o el interior del mundo es,
sencillamente, la destilación más perfecta hasta la fecha de la manera de
novelar pombiana, es el fruto más decantado y sofisticado de su forma de
escribir y entender las novelas, de su arte de novelar, de levantar estructuras
narrativas.
Referentes esenciales para
establecer un paralelismo con las intenciones narrativas de Pombo serían, por
ejemplo, Jane Austen, Henry James y Virginia
Woolf
Como narrador Álvaro Pombo no inventa
absolutamente nada, y además está en las antípodas de pretenderlo. Pombo, el
contador de historias, asume y continúa una herencia con árbol genealógico
claramente establecido, que hunde sus raíces principales en la novela burguesa
anglosajona del siglo XIX y en la narrativa modernista inglesa. Referentes
esenciales para establecer un paralelismo con las intenciones narrativas de
Pombo serían, por ejemplo, Jane Austen, Henry James y Virginia Woolf. En efecto,
no muy distintos a los de estos autores del pasado son los ingredientes que
Pombo introduce en su particular alambique de novelista con la intención de
destilar una historia: personajes muy complejos a los que se accede a través de
una detallada introspección psicológica, riqueza concentrada en las
descripciones, pasajes protagonizados por la reflexión y el pensamiento,
ausencia casi completa de acción materializada en movimientos y sucesos,
diálogos circulares construidos como fórmulas de tanteo e introspección y como
herramientas eficacísimas para desnudar el alma de los personajes, aliento
lírico en determinados momentos clave, preponderancia de los personajes
femeninos como impulsoras de la historia, prosa de raíz clásica y cuidada
perfección formal, singular riqueza del lenguaje, presencia sustancial de la
mirada irónica del narrador como palanca impulsora de situaciones o como fórmula
resolutiva, omnisciencia del narrador en tercera persona...
En el caso
que nos ocupa viajamos en el tiempo hasta la pequeña ciudad de Santander,
capital de provincia del norte de España en la que los reyes pasan el verano en
aquel tiempo que discurre antes de la proclamación de la II República y después
de los primeros grandes desastres de la guerra en Marruecos. Santander en los
años 1920. La sociedad santanderina está perfectamente jerarquizada: por un lado
está la alta burguesía comercial y
cuasi aristocrática que habita las
casas del muelle, frente a la bahía; por otro la gran masa de población
conformada por jornaleros, trabajadores de todo tipo, sirvientes...; y en medio,
una pequeña elite de profesionales liberales situados en terreno de nadie y que
ideológicamente tiene veleidades socialistas, republicanas y regeneracionistas.
Este es el concreto marco geográfico, histórico, social y cultural
(conocido muy de primera mano por el autor, habitante en su infancia
precisamente de un gran piso del muelle) en el que Pombo sitúa a su
protagonista, Virginia, un personaje felizmente redondo en su construcción
literaria, que le sirve al autor para con él y desde él elaborar nada más y nada
menos que un intento de comprensión total y globalizador del mundo, tanto en su
conformación exterior, como en su complejidades interiores. Virginia, así, viene
a servirle a Álvaro Pombo como personificación del mundo (al menos de un mundo),
tanto por dentro como por fuera.
Un mundo (una forma de entender el
mundo mejor dicho), todo un universo social, político, económico, cultural que
Pombo pone en escena, materializa literariamente en la geografía física y
espiritual de la ciudad española que le vio nacer,
Santander
Un mundo (una forma de entender el
mundo mejor dicho), todo un universo social, político, económico, cultural que
Pombo pone en escena, materializa literariamente en la geografía física y
espiritual de la ciudad española que le vio nacer, Santander. Sí, Santander es
el mundo, una representación del mundo en un momento histórico muy determinado,
el del máximo esplendor de una forma de vivir y de entender la vida encarnada
por la familia Montes, un remedo nada disimulado de la propia familia Pombo.
Harineros y comerciantes de la provincia palentina que, establecidos en el
puerto de Santander, se enriquecen con el comercio en pocas generaciones
llegando a convertirse en aristócratas con título, en un poder económico y
político de estructuras en principio inalterables, en toda una forma de ser y
estar en el mundo.
La primera parte de la novela es una honda y sutil
descripción analítica y sentimental de todo ese mundo externo e histórico al que
pertenece Virginia desde el rechazo espiritual, desde la clara conciencia de su
decadencia, de su decrepitud, de su caducidad inexorable, de su necesaria,
cercana, implícita desaparición. El deambular por el piso del muelle y sus
alrededores de Virginia lo utiliza Pombo para dibujarnos el atlas preciso y
concretísimo de la geografía física y moral de Santander años 20, de España años
20, del mundo años 20, de la burguesía como ámbito físico y metafísico, como
cosmovisión.
La segunda parte supone la ruptura queda, no verbalizada,
de Virginia con el mundo exterior, y su apartamiento geográfico y espiritual del
mismo, preparándose así para la inevitable inmersión en el interior del mundo.
Virginia Montes, en esta segunda parte del relato, abandona Santander para
establecerse en la mansión de su difunta abuela situada a las afueras de la
ciudad, en un lugar con algo de fantasmal, de escenografía victoriana propicia a
las apariciones, a los espectros, al contacto con otras realidades.
Quien quiera saber más que lea la
novela (...) No saldrá defraudado de la experiencia, al contrario, entrará de
lleno en contacto con la narración poderosa, fuerte, excelente de un escritor
construido a sí mismo en una de las tradiciones más poderosas de la novelística
occidental
En este particular espacio
Virginia intentará adentrarse en el interior del mundo (de su propio mundo hecho
conciencia e inconsciencia de sí misma y de sus circunstancias), explorarlo con
la ayuda ridícula, bufonesca del teósofo Cayo Bárcena y de su mujer, la alocada
espiritista y médium Leonora, dos personajes también redondos y ya me atrevo a
decir que imprescindibles para la novela española de este siglo.
Virginia, a través de la irracionalidad como medio de religarse a la
vida, intentará explorar ese espacio de lo posible improbable en el que pretende
encontrar la/s razón/es que no le otorga para su supervivencia la carnalidad
cotidiana y manoseada del mundo. Virginia se sabe condenada de antemano al
fracaso, pero no desiste aceptando la tragedia de golpearse contra la dureza
agreste de lo no posible. Y esta tragedia presumida y anunciada por los
elementos del contorno, por los grises plomizos, azules y verdes de la
escenografía levantada por Pombo, no tiene ni mucho menos latidos de vulgar y
consabido melodrama decimonónico, sino que está resuelta con el lirismo
brillante de la propia vida, la que dejó atrás otra Virginia, Woolf, remedo
adecuado, preciso, ajustado de nuestra Virginia santanderina.
Quien
quiera saber más que lea la novela, que conozca de primera mano a Virginia
(Montes, Woolf), a los Bárcena, al doctor Anselmo, a Gabriel Montes, a Manuela,
a Casimiro (el fantasma Casimiro, un espectro que recorre toda la novela y hace
de puente entre mundos para Virginia)... No saldrá defraudado de la experiencia,
al contrario, entrará de lleno en contacto con la narración poderosa, fuerte,
excelente de un escritor construido a sí mismo en una de las tradiciones más
poderosas de la novelística occidental, y tomará necesariamente distancia con la
narrativa débil y “moderna” que ahora nos habla de nocillas, pixels, y otras
moderneces bastante insultas, pesadas y en último término aburridas.
Lean lo último de Pombo con urgencia. Llenarán su mente, ¿podrá decirse
dejando a un lado el cinismo universal, “y también su corazón” con los aires
exigentes de la gran novela universal.