Poeta judía, comienza a
escribir prácticamente en el mismo momento en el que Hitler alcanza el poder; se
ve obligada a exiliarse en Estados Unidos en 1938. Regresa a Alemania en 1955,
aunque el resto de su vida reside entre Jerusalén y Zurich. Despojada de un
espacio cotidiano, de un lugar natural para su lengua materna, su poesía
combinará la percepción irónica de la realidad con la contemplación melancólica,
y el amor como tabla de salvación (como
patria me elegí el amor) y hábitat de la soledad: ¿Están tan solos todos los que aman?
Describe muy bien Inmaculada Moreno
los vértices que configuran el cosmos poético de Kaléko; en el prólogo
comenta: En sus versos hay un profundo
sentimiento de soledad dolorida, sí, pero con pellizcos de sorna y de
escepticismo que viste con regular proporción sobre sí misma y sobre la realidad
cotidiana a la que asiste.
De esta forma, la
edición se estructura en esos tres núcleos temáticos: La reflexión y la ironía; La nostalgia y Los
amores.
La ironía como elemento
de reflexión de lo que está aconteciendo es el rasgo característico de los
poemas de la primera parte, si bien es algo natural en la poeta. Se sirve de
ella para criticar a la burguesía, al materialismo y para reflexionar sobre esa
constante del creador: la soledad. Dice así el poema "Versos para ningún libro
de visitas":
No, Madame, ya no juego al bridge,
debe perdonarme.
Yo me entretengo viviendo
con otros desmanes
como con honduras
sobre la existencia.
Opción de ganar: ninguna.
Además es un juego insocial,
se juega en soledad.
No desaparece nunca de
Kaléko la sensación de exilio, la siente a través de su hijo, que habla en
inglés, a través de la extrañeza de sus visitas a Berlín, esa continua sensación
de no pertenecer a un tiempo y a un espacio. El tiempo está parado/ somos nosotros los
que huimos, dirá, asumiendo un tiempo mutilado.
Y la nostalgia será
inseparable de esa sensación, una nostalgia de lo que pudo haber sucedido. En el
poema "Quisiera ir un día" escribe:
Quisiera ver un día aquella tierra,
la que me desterró a
mundos ajenos,
ir por las calles
consabidas,
pararme ante las ruinas
de mi adolescencia
furtiva, abandonada,
anónima.
No he podido evitar
recordar, leyendo estos poemas, la estremecedora narración de la escritora
contemporánea de Kaléko, Anna Seghers, La
excursión de las muchachas muertas. La adolescencia, la convivencia, de
pronto amputadas por las barbaries de la historia. Lo que una vez fue exilio
físico, se convierte en exilio interior durante toda la vida, la literatura del
siglo XX nos ha dejado muchas muestras de ello.
En Kaléko, como lo fue
en Machado o en Louis Aragon, o en su compatriota Paul Celan, y en tantos poetas
que vieron de cerca el rostro más atroz del siglo pasado, la temática amorosa
quiere erigirse en voluntad de perspectiva, capacidad delimitadora del vacío.
Escribe en Sin
título…
(…)
¿Te dolió? ¿es que nos
ha cambiado el otoño?
Sí, nuestros sueños se
mustian con el tiempo,
y con la realidad se va
una conformando
si es que por los años
transita honestamente.
--- ¡Qué calma! Si
callamos sólo se oye el reloj.
Ante nuestra ventana
susurra el único árbol.
Y, si alguien en el
patio escucha atentamente,
suena a lo lejos como
si tocaran a Chopin.
(…)
El amor es añoranza que
no puede explicar las hostilidades del tiempo. También lo percibirá por la misma
época Ingeborg Bachmann: Explícame amor, lo que no sé puede explicar:/
¿trataré durante este tiempo corto y hostil/ únicamente con pensamientos y sólo
yo/ no conoceré ni haré nada afectuoso?
(1)
La poesía es ese espejo
que se oculta en la trastienda de los tiempos. Mascha Kaléko es una poeta de
verso diáfano, cercano a la circunstancia cotidiana, rítmico, que pone palabras
al destierro de una lengua, de una religión, de unas ideas… La traducción de
Inmaculada Moreno nos deja ese sentido del ritmo y esa capacidad evocadora de su
palabra. Como la buena poesía siempre es indagación en la educación sentimental
de los pueblos, vía de regreso del exilio del logos que provocan las grietas de
la historia, merece la pena acercarse a esta poeta para aprender a estructurar
parte de nuestra memoria. Herida que sigue abierta, como muestra el último poema
recogido en la antología, El final de la
canción:
(…)
Yo quería leer
nuevamente tus cartas,
las palabras que sólo
aquél que ama comprende.
Sin embargo parece que
es demasiado tarde.
¡Qué despiadadas son
las palabras “Ha sido”!
NOTA
(1) Bachmann, I. Invocación a la Osa Mayor. Ed. Hiperión,
2001. Trad. Cecilia Dreymüller y Concha García. p. 87.