Juan Antonio González Fuentes
Confieso que he robado pocos libros en mi vida y que ahora, en cierto modo, lo lamento. Probablemente no necesite los dedos de las dos manos para contarlos. Como pueden ustedes imaginar, no voy a decir dónde los he robado ni a quien se los he robado, por si las moscas. Tengo algún conocido, sin embargo, que tiene una hermosa y cuantiosa biblioteca levantada sólo con los libros que ha robado a lo largo de su vida. Muchos de esos libros fueron sustraídos de una librería proetarra de San Sebastián, con lo que mi amigo nunca tuvo ningún remordimiento: era su particular impuesto revolucionario, aseguraba.
Uno de los escasos libros que he distraído en una de esas malas tardes que tiene cualquiera, es el que reúne textos autobiográficos de
William Saroyan, un libro de tapas duras y azules que no recuerdo ahora mismo de memoria qué editorial editó en español. Sí recuerdo que lo distraje de donde lo distraje porque nunca había leído nada del escritor norteamericano, y al hojear el volumen todo en él despertó mi curiosidad y las ganas de leerlo. Imagino que en aquel instante mis fondos eran más bien escasos, y que cuando uno roba un libro parece que tiene muchos menos delito que si roba un jamón, pongo por caso.
William Saroyan:
Me llamo Aram (Acantilado)
El libro sustraído no me defraudó en absoluto, pero he de anunciar que tampoco me robó ni el alma ni la mente ni el corazón. Sin embargo mi aprecio por Saroyan quedó definido desde aquel momento y nunca ha dejado de asentarse lectura tras lectura del hijo de armenios.
Saroyan nació en California en 1908 y murió en la misma geografía en 1981. Como ya he escrito, era hijo de inmigrantes armenios, y siguiendo una senda nada inhabitual entre los grandes escritores de los EE.UU., dejó de estudiar a edad temprana para dedicarse a escribir abandonado por completo a la fiebre del folio en blanco. Subsistió ejerciendo sin pasión en esos trabajos precarios y raros que tanta mano de obra demandan en las sociedades desarrolladas occidentales, y no fue hasta los primeros años de la década de 1930 cuando comenzó a publicar sus primeros relatos. En 1934 publicó un libro de título magnífico,
El joven audaz sobre el trapecio volante, y a partir de ese momento la crítica y el público reconocieron en él un escritor de ley, de auténtica ley.
Quien no haya leído nada de Saroyan, tiene una magnífica oportunidad de acercarse con provecho a su narrativa con el libro
Me llamo Aram (Acantilado), un conjunto de relatos que vieron la luz en Estados Unidos en 1940 y que supusieron el verdadero despegue internacional de su autor. En concreto son 14 relatos protagonizados por Aram Garoghlanian, un poco disimulado ego del propio Saroyan.
Aram, nacido en Fresno (California) de padres armenios, exactamente igual que Saroyan, recuerda y narra su infancia y adolescencia sabiendo extraer de cada experiencia vital que le depara su tiempo, una lección inolvidable. Aram recuerda los escenarios de su infancia cargando su recuerdo a la vez con dosis de crudo realismo y de lirismo no disimulado y a tumba abierta. Escenarios en los que tienen lugar sucesos de carácter iniciático muchas veces protagonizados por personajes absolutamente pintorescos y originales, configurando un mundo construido con materiales extraños y mágicos, que bajo la atenta y despierta mirada del joven Aram se convierten en eslabones de una aventura inagotable.
El joven Aram confirma a través del uso indeleble y abarcador de la palabra que la vida siempre es una aventura cargada de emociones, sólo hay que tener la mirada del interior dispuesta. Saroyan se llamó Aram, y es él quien rubrica la teoría aquí expuesta.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.