De él escribió nada más y nada menos que el gran
Thomas Mann: “es uno de los narradores más extraordinarios, enigmáticos, secretamente audaces y excepcionalmente apasionantes de la literatura universal”. Puede añadirse algún comentario más para intentar subrayar la importancia de nuestro autor. ¿Pero quién es nuestro autor? Se llamaba
Adalbert Stifter, nació austriaco en 1805 y murió el 25 de enero de 1868.
Adalbert Stifter fue un tipo singular. Estudiante bastante mediocre, trabajó eventualmente como profesor, y al final de su existencia desempeñó el cargo de consejero escolar y de inspector de educación en la Alta Austria y por encargo del gobierno imperial de su majestad
Francisco José.
Antes que escritor nuestro hombre quiso ser pintor, vocación en la que fracasó, siguiendo así una vía muy transitada a lo largo de no su no muy larga vida. Stifter, sin embargo, gozó de la amistad de grandes figuras de su tiempo y su país (
Franz Grillparzer, Joseph von Eichendorff o los músicos
Robert y
Clara Schumann), siendo conocido en el complejo y rico ambiente intelectual de la Viena imperial, en el Burgtheater, los cafés... Su drama personal está unido a sus dificultades para ganarse la vida sin pasar estrecheces penosas y dificultades. Buena parte de su existencia la empleó en ocuparse como tutor de los hijos de la aristocracia vienesa, desempeño ingrato que le acarreó un importante deterioro físico y mental, dolencias (cirrosis), malestar vital que le llevaron al suicidio, cortándose el cuello la noche del ya mencionado 25 de enero de 1868, muriendo dos días más tarde.
Adalbert Stifter: El sendero del bosque (Impedimenta)
Traducida por
Carlos d’Ors Führer, llega a mis manos
editada por Impedimenta su pequeña novela
El sendero en el bosque, unas páginas que vieron la luz por vez primera en 1845, y que muestran hasta dónde puede llegar un gran escritor con una historia sencilla contada con palabras cotidianas.
El sendero en el bosque es un relato a la antigua usanza en el que no deja de entreverse algunos síntomas de la enfermedad del hastío melancólico, quizá inevitable en una obra en la que aún respira a sus anchas el romanticismo centroeuropeo.
El sendero en el bosque tiene algo semejante a lo que aún destilan las colecciones de canciones (lieder) de
Schubert o Schumann: la esencia del mundo entero, atrapada en una estructura expresiva sencilla, fresca, candorosa, palpitante, viva, seria y alegre, alejada por completo de lo aparatoso, y plena de sentido, inocencia, conocimiento y sentimiento.
¿Puede presentar un relato a su protagonista de una forma más deliciosa, enigmática y compleja que esta?:
“Hay que advertir que el señor Tiburius, de joven, era un gran mentecato”. Difícilmente. Así habla por vez primera Stifter de Tiburios Kneight, el “héroe” de su historia, un tipo neurasténico, solitario y misántropo que cansado de su vida lujosa y vana, visita un balneario siguiendo los consejos de un alocado médico, para curarse en él de su hastío vital pero no tomando fármacos u otros medicamentos artificiales, sino dedicándose a disfrutar del paisaje, los bosques, la naturalezas, es decir, paseando por el sendero del bosque. Una lección histórica, por tanto, de ecologismo, de modernidad, de progresismo inteligente.
Un escritor genial este Adalbert, un escritor que en lengua alemana es toda una referencia clásica y que, sin embargo, no deja de ser un gran desconocido incluso para muchos de los más refinados e impenitentes lectores en español. Lean las aventuras del señor Tiburios, ese mentecato de joven. Paseen con él por el sendero del bosque. Es un paseo que jamás se olvidará.