El gallego
Ramón María del Valle-Inclán dejó en su obra varios personajes míticos y prototípicos en la historia de la literatura española. Uno desde luego es el Marqués de Bradomín, y otro, tampoco pudiendo dudarlo, el célebre Max Estrella de
Luces de bohemia.
Max Estrella se llamó en la vida real
Alejandro Sawa, y ahora se cumple un siglo de su muerte. Sawa (Sevilla, 1862-Madrid, 1909) fue el molde en el que se vertió el material del bohemio español, de la bohemia madrileña hecha de buhardillas en corralas, cafés con leche templada sorbidos poco a poco en rincones de oscuros cafés cantantes, poemas autoeditados en papel del water, artículos en las esquinas más difíciles de periódicos intonsos, libros suntuosos y de maestría indómita que jamás vieron la luz, sabañones, ropajes de trapero, y mucha labia, y mucha literatura en la boca hambrienta y sin dientes.
Alejandro Sawa, antes de cumplir la treintena, en 1889, viajó al París capital mundial del arte y los artistas. Allí trabajó para la casa editorial Garnier, trabó amistad legendaria con
Verlaine, frecuentó a todos los simbolistas, parnasianos y simbolistas del momento, e incluso le dio tiempo a tener una hija con una actriz francesa de la misma France. Aquellos fueron sus “años dorados” por propia confesión, los años de abrazar farolas y poetas:
Mallarmé, Daudet, el ya mencionado Verlaine machadiano y rimbaudesco.
Alejandro Sawa (foto de wikipedia)Luego regresó a la España garbancera y con olor, en el mejor de los casos, a repollo y a coliflor hervida, la España de
Galdós, nacional y episódica. Llegó a inmiscuirse de lleno en lo que él llamó un tiempo estupendo de vulgaridad y grandeza. Un tiempo en el que definitivamente Sawa vivió de París y un cúmulo de leyendas urbanas que él fue ensanchando a su antojo y según las necesidades inminentes. Tuvo el acierto y la decencia Sawa de plasmar esa época en páginas de novelas como
Crimen legal, Declaración de un vencido o
Criadero de curas, y también en decenas de artículos que encontraban hueco en cualquier diario madrileño que pagase algunos céntimos por párrafo.
Sin haber cumplido medio siglo, pero logrado ya en leyenda callejera y bohemia más que literaria para varias generaciones (incluida la del 98), Alejandro Sawa se entregó a la muerte sin verla, pues la miseria congénita y la locura cultivada lo hallaron además ciego de luces. Por eso, quizá, su último trabajo lleve un título tan cegadoramente luminoso:
Iluminaciones en la sombra.
Estas son sus mejores páginas, una miscelánea póstuma que a la vez es dietario cotidiano, novela, relato, autobiografía, memoria, poema, libro de historia, diario de viajes y sorpresas. El libro apareció en la editorial Renacimiento en 1910 con prólogo y admiración del gran parisino de Nicaragua que fue
Rubén Darío. Del libro dijo el genial Valle-Inclán (un autor imposible de traducir a ningún idioma, un autor por eso alejado de los cánones occidentales al uso y abuso de intelectuales neoyorkinos), algo así como que era lo mejor del escritor, todo un diario de esperanzas y tribulaciones. Palabra de Valle. Amén.
Ahora, casi un siglo después, Nórdica Libros reedita las palabras póstumas del gran bohemio español de toda la historia. La hermosa edición incluye el prólogo de Darío y una presentación del más grande autor español contemporáneo de diarios,
Andrés Trapiello.
Una joya preciosa.