Yo tengo una amiga que es escritora. Se llama Carmela, Carmela Greciet. Esta oventense de nacimiento es desde hace años profesora de literatura en institutos de Cantabria. Mi amiga Carmela es una maestra del relato breve, del también llamado microrrelato. Ella y mi amigo
Miguel Ibáñez Cuesta son
maestros del género, y leerlos es siempre un placer cargado de ironía, incertidumbre, suspense, humor, melancolía... Merece mucho la pena leer a Carmela Greciet. Por eso voy a darles a ustedes, amigos lectores, algunas pistas para que sigan sus cuentos, los pesquen y los devoren tal y como están, sin añadirles ningún condimento. Son un placer para el paladar del espíritu, y alimentan de verdad. Carmela es autora de un libro de relatos,
Descuentos y otros cuentos (1995), y sus trabajos han sido incluidos en diversas y muy respetables antologías dedicadas a la narrativa breve:
Pequeñas resistencias (2002), de
Andrés Neuman;
Ciempiés. Los microrrelatos de `Quimera´ (2005), de
Neus Rotger y
Fernando Valls, y
Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos (2010).
Carmela Greciet
Carmela acaba de escribir otro microrrelato más. Lo ha titulado “Túnel de lavado” y como todos los suyos presenta en apenas unas líneas unas trama que vuela hacia arriba, hacia arriba hasta estallar en un final inquietante, absolutamente imprevisto, demoledor. Lean a Carmela Greciet. Nunca me lo echarán en cara. Como principio de esa lectura futura, adéntrense en este túnel de lavado e inquiétense.
Túnel de lavado Como todos los sábados, mi padre vino a buscarme a casa de mi madre en su Volkswagen. A menudo, empezábamos el día lavando el coche en la gasolinera. Lo hacíamos a mano, con lanza, y a mí me gustaba apuntar el chorro espumoso hacia el capó, los cristales, las llantas. Luego aspirábamos la moqueta y frotábamos la chapa hasta que salía brillo, tirábamos los trapos que se habían quedado más ennegrecidos, y nos íbamos a tomar una hamburguesa como premio. Me gustaba el olor de gasoil y grasa en nuestras manos.
Aquel sábado, mi padre parecía cansado:
-Hoy probaremos con el túnel de lavado -me dijo-. Puedes quedarte dentro. Cierra bien las ventanillas.
Era extraño estar en el interior de aquella burbuja de espuma, ver venir hacia mí como amenazas los gigantescos rodillos girando, escuchar el fuerte rugido de la máquina al echar el aire…
Por fin, una luz verde al salir del túnel indicó el final de lavado. Entonces, un hombre que yo jamás había visto entró en el coche y ocupó el asiento del piloto. Se dirigió a mí en un idioma extraño y arrancamos.