La presentación en Salamanca del libro
El léxico del Quijote del doctor y cardiólogo don
Juan Hernández Herrero me llenó de optimismo y me confirmó que el humanismo que su Universidad, pionera en occidente, importó, cultivó y recreó sigue oxigenando el corazón de sus gentes y constituye el arma básica para el relanzamiento social en todos los aspectos.
El humanismo plasmado en la Italia del Alto Medievo, en realidad había sido cocinado en la Grecia y Roma clásica y precocinado en Egipto y África, como demuestra
Eugenio Nkogo en su libro
Síntesis sistemática de la filosofía africana (Ediciones
Carena) y constituye la columna vertebral de la Civilización humana. Las bases de conocimiento matemático, astrológico y humanista que cimentan las primeras civilizaciones africanas se extendieron a la cultura mesopotámica, que se irradió hacia China y, desde allí hacia América, y floreció a occidente a través de Egipto, Grecia y Roma. Allí estaban en germen todo el cuerpo teórico sobre el que se asentó no sólo una civilización, sino un concepto de dignidad humana que se plasmó en el arte y en el pensamiento renacentista.
Pero el humanismo nace como un delicado germen en un mundo estructurado bajo parámetros de nuestros ancestrales abuelos, los primates, en donde el individuo es impensable al margen del grupo y éste se constituye en doble campo de batalla: una interna en la disputa del caudillaje y otra externa, en la disputa territorial.
En su germen, el humanismo proclama la legitimidad de la autonomía personal para indagar y decidir su propio destino. Frente a las armas mortíferas anteriores, el humanismo esgrime el arte como materia de indagación y, al mismo tiempo, de seducción. Para el humanismo la única guerra válida para salir adelante es la ético-estética. Y el viaje a Salamanca me ha confirmado no sólo la vigencia, sino la urgente necesidad de oponer el humanismo a tanto despropósito y mezquindad de este “desarrollo” que, cuanto más avanza, cuanto más riqueza genera y acumula, más hambre y pobreza expande entre las amplias capas de la población.
La poesía fue y está destinada a ser la punta de lanza del humanismo y éste es la base, la columna, el sostén irrenunciable de nuestra civilización, pero el humanismo se plasmó en dos escuelas poéticas, la salmantina y la sevillana, dos formas de entender la vida,
Fray Luis de León frente a
Fernando de Herrera: concisión, realismo, llaneza, frente a esteticismo recargado. La primera desembocaría en la mística y en el conceptismo, la segunda en el culteranismo. Ambas, en su evolución, acabaron por asfixiarse. Ni el neoclasicismo ni mucho menos el romanticismo con su tópico exotismo lograrían resucitar la poesía humanista hasta que en el siglo XX (hablo siempre del ámbito hispano), a través de
Rubén Darío, los
Machado,
Juan Ramón Jiménez y la brillante generación del 27 que llevarían la poesía a sus originarios cimientos humanistas.
Esta excesiva introducción se justifica para argumentar mi intuición salmantina de que del actual
marasmo social y mental en el que se debate la sociedad sólo puede salirse apelando al humanismo, principalmente en su vertiente salmantina de profundidad de pensamiento, sencillez vital y expresiva y retorno a la naturaleza, o lo que es lo mismo al cultivo de la intimidad, de la fortaleza interior.
Juan Hernández Herrero: El léxico del Quijote (Ediciones Carena, 2010)
En fin nada nuevo en la historia. Ante la hipercorrupción del imperio romano, la fuerza de la razón de las primeras comunidades cristianas no pudo impedir la razón de la fuerza de las tribus germanas y eso costó a occidente diez siglos de oscurantismo. Pero lo que no permite nunca la naturaleza es que un cuerpo social o físico se mantenga siglos y siglos en estado de descomposición permanente: siempre que un organismo se debilita hay otro acechando para ocupar su lugar. Frente a la corrupción medieval nace un humanismo, tal vez uno de los primeros en reaccionar fuera
San Francisco de Asís, oponiendo el espíritu de la pobreza, de la sencillez, del amor, al afán de lucro desmedido que afectaba a todos los estamentos sociales.
La sensación es que estamos viviendo otra “edad de hierro” en la que una mentalidad cretina, enloquecida por su desmedido afán de lucro, ha calado en
unos cuantos impresentables que no dudan en fortificar sus paraísos fiscales a costa de convertir el resto del planeta en “infiernos laborales”. La
crisis económica es una mera consecuencia de la pérdida de la brújula humanista.
Y todo esto viene a cuento porque en Salamanca, a quien artísticamente yo nunca había entendido (¿Cómo se puede hacer arte sublime con palabras sencillas? ¿Cómo se puede aspirar al bien, renunciando a los bienes? ¿Cómo puede retirarse del mundo aquel que busca conocerlo indagando en las verdades?), encontré de nuevo el hilo de Ariadna que me podía sacar de mi propio marasmo.
Juan Hernández Herrero, autor de
El léxico del Quijote, tuvo la culpa, culpa que comparte con
Asunción Escribano, Catedrática de Lengua y Literatura Españolas en la Facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia de Salamanca, autora, entre otros del poemario
Metamorfosis, que ofició como presentadora del libro, con el editor
Fernando Benito y con los numerosos asistentes, en su gran mayoría lectores de
Cervantes que era el ausente oficiante del masivo encuentro.
Juan Hernández es un eminente cardiólogo que intuyó que el
Quijote, el gran corazón de la cultura humanista hispana, comienza a padecer alguna dificultad a la hora de impulsar su sangre humanista a todos los tejidos sociales y decidió intervenir con un libro en el que trata de lubricar las palabras, expresiones y refranes que el paso del tiempo ha cubierto de robín. Es una idea muy práctica, no se adentra en los grandes enigmas de la metafísica quijotesca. Es una persona inteligente que, en sus vacaciones, se pone a darle vueltas al
Quijote y a extraer conceptos que el tiempo ha deteriorado para reflotarlos, hacerlos comprensibles y, si cabe, incorporarlos, con su antiguo brillo, al lenguaje de la actualidad. Es un libro que viene muy bien a cualquier lector del
Quijote, incluso un libro que puede leerse en sí mismo para ampliar vocabulario y acercarnos al mundo y a la obra cervantina.
Pero eso es solo una parte del gran autor, la otra está por escribir: su humanismo pleno, contagioso, sencillo, profundo… salmantino en definitiva. Después del acto, un cervantista me decía que había llegado el momento de la dignidad, de que alguien, sin consultar encuestas, se lanzara al ruedo social con la dignidad de Don Quijote… que habíamos llegado, como sociedad, a cuotas de infamia insostenibles, pero que Cervantes seguía vivo. Fue en la cena con la familia de Juan, cuando me sentí partícipe de una familia grande, una familia de un humanismo desbordante y allí estaba el hilo de Ariadna para salir del enésimo laberinto: el humanismo, vivo, radiante, pasado, presente y futuro. El humanismo en versión salmantina afila sus armas para la cuarta salida del
Quijote. Esta vez su campo de acción es el planeta y
sus escuderos seremos muchos. No habrá una nueva derrota en la playa de Barcino, porque por ahí pasea Juan Hernández.