Respuesta de Eugenia Rico: "Soy muy ingenua y siempre creo que todo el mundo
es bueno". Y quizá por ingenuidad se creyó lo que escribía (y sobre todo lo que
dejaba de escribir) Michiko Kakutani en The New York Times.
Más premiada y reconocida por sus novelas (Premio Azorín 2002 por La
muerte blanca y Premio Ateneo de Sevilla 2006 por El otoño
alemán), la Rico ha querido ahora volver al cuento: "Yo nunca he dejado de
escribir cuentos. La escritura de relatos me ha acompañado toda mi vida, incluso
puedo decir que los cuentos están más cerca de mí porque no los he escrito para
publicarlos sino para buscar la verdad —explica la escritora asturiana—. Los
cuentos mienten para decir la verdad. A nuestro lado la sociedad es una ficción
y en la ficción está la verdadera realidad. Mis cuentos iluminan mis novelas.
Son parte de un proyecto de obra literaria que tiene pasadizos entre sí y a
veces túneles al final de los cuales espero que el lector encuentre luz
y un mundo propio en el que pueda decidir sus propias
reglas".
—¿Qué le aporta la narración corta que no le permite desarrollar la
novela?
—El cuento es el territorio de la Epifanía tal y como la reveló Joyce en su
relato "Los muertos": una revelación súbita de una verdad que la vida nos había
escondido tras las apariencias.
—Cielo, Purgatorio e Infierno son las tres partes de El fin de la
raza blanca. De nuevo tres elementos en su obra, como en la trilogía "Eros
y Kafka". ¿Por qué esta afición por el tres?
—El tres es el número de la perfección y el de la narrativa. Según la
Poética de Aristóteles: planteamiento, nudo y desenlace. En el Cielo
mis personajes se buscan, en el Purgatorio se encuentran y en el Infierno se
quitan las máscaras.
—Locura, pedofilia, asesinatos, maltrato... ¿El fin de la raza
blanca es algo más que un título? ¿Asistimos al fin de nuestra sociedad
como la conocemos?
—Es el fin de una era. Durante los últimos sesenta años en la Europa
Occidental (ese lugar donde alguna vez existió una raza que nunca fue blanca) se
vivió una prosperidad que la Humanidad no había conocido nunca antes. Al oeste
del Muro de Berlín el miedo al comunismo extendió a un gran número de personas
grandes conquistas sociales y las masas con un mayor nivel de vida instauraron
niveles de consumo y bienestar material nunca soñados. Ahora con la caída del
Muro parece no haber alternativa a un sistema que ya no es el capitalismo sino
el "financierismo" y el "dumping" social, las hordas de los hambrientos parecen
a punto de acabar con el Sueño Europeo. Y sólo la verdad y la imaginación, un
cambio de modelo hacia un desarrollo sostenible impedirán "el fin de la raza
blanca". El mundo tal y como lo conocimos en el siglo XX ha dejado de existir
pero nuestra sociedad no se destruye, sólo se transforma. Ahora la generación
mejor preparada de la historia se enfrenta a la posibilidad cierta de que ya no
vivirá mejor que sus padres. El fin de la raza blanca cuenta ese mundo
en perpetuo cambio donde los malos tratan de ganar siempre.
—Es la primera novelista española que consigue ser "Escritora en
Residencia" en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. ¿Qué
ha aprendido allí?
—Vivir al lado de la casa de Kurt Vonnegut, asistir al taller de James
McPherson en el mismo edificio donde Carver escribió sus primeros cuentos, leer
en "Prairie Lights" donde leyó tantas veces Flannery O'Connor. Fui invitada al
mismo programa al que invitaron a Orhan Pamuk, algo así hay que asumirlo con
muchísima humildad, pero quizá el haber vivido esa experiencia en ese Harvard de
los grandes escritores americanos que fueron, todos y cada uno, grandes
cuentistas es lo que me ha impulsado a sacar ahora un libro de
cuentos.
—Pero, ¿a escribir se aprende o uno es escritor y se va
puliendo?
—El escritor nace porque todos los escritores nacieron, pero el arte de
escribir se puede aprender y se debe aprender. Leer es la mejor manera de
hacerlo aunque los talleres tienen un papel similar al de los salones literarios
del pasado. Estimulan y difunden las nuevas corrientes
literarias.
—Abre el libro con una cita de Isak Dinesen. ¿Cuáles son los autores
que más le han influido?
—Karen Blixen fue una gran cuentista, pero en el cuento creo en la Guerra
Fría: los rusos con Chejov a la cabeza y los americanos: Poe, Cheever, Alice
Munro y por supuesto Cortázar y Borges, pero más Cortázar que
Borges.
—"Sabido es que los jóvenes siempre quieren ser poetas: se hacen
mayores cuando no lo consiguen" (p. 27), escribe. Según esta cita, ¿se considera
usted joven o mayor?
—Yo escribo poesía para que se publique después de mi muerte, como soy
conocida como novelista y narradora supongo que para la literatura tengo ya
varios siglos.
—"Las mujeres débiles les molestan más que las moscas y la bondad,
señora, para los malos es sólo debilidad" (p. 83). ¿Ha tenido que ponerse muchas
veces la careta de chica dura?
—Yo defiendo que hay que ser lo que en Estados Unidos se llama un "perdedor"
y en España "un buen hombre". Defiendo la bondad como forma de inteligencia y la
maldad como forma de torpeza o de locura. Tengo un libro inédito que se titula
Siempre ganan los malos pero los malos ganan a corto plazo. La cultura
del "todo vale" de los 80 nos ha conducido a la situación actual. La revolución
hipster reivindica la bondad y la vuelta a una vida más sencilla. No soy una
chica dura, aunque a veces me gustaría serlo.
—Para completar Los Cuatro Elementos", que inició con El otoño
alemán (Agua) y Aunque seamos malditas (Fuego) le quedan Tierra y
Aire. ¿Para cuándo?
—La literatura no es una ciencia exacta. Lo importante no es producir deprisa
ni seguir al mercado sino esperar a ser el mejor escritor que puedes ser. Eso
lleva su tiempo. En mi caso, mucho tiempo.
—¿Escribir mejor es vender más?
—Bueno, si uno piensa que Melville dejó de escribir porque apenas vendió unos
centenares de ejemplares de Moby Dick, creo que debemos llenarnos de
humildad. Cuando Valle-Inclán vendía trescientos ejemplares, en los quioscos de
una España casi analfabeta Rafael Pérez y Pérez vendía cientos de miles. En
aquel tiempo Valle-Inclán no tenía que competir en la librería con títulos que
poco o nada tienen de literarios. Hoy en día nadie recuerda a Rafael Pérez y
Pérez y Valle-Inclán se sigue leyendo. Creo que esta es una buena
respuesta.
—Eugenia, ¿en qué es usted rica?
—En el amor de mi hija y de la gente a la quiero, en las palabras que todavía
no he dicho, en los libros que aún no he escrito, en todo lo que no ha sido
nunca y por lo tanto, en cualquier momento, podría hacerse realidad.