En un café vienés, allá por los años sesenta o setenta del pasado siglo XX, estaban reunidos los que eran considerados los cuatro mejores directores de orquesta del mundo: el italiano Carlo Maria Giulini, el húngaro-británico sir Georg Solti, el estadounidense Leonard Bernstein y el austriaco Herbert von Karajan
Juan Antonio González Fuentes
En un café vienés, allá por los años sesenta o setenta del pasado siglo XX, estaban reunidos los que eran considerados los cuatro mejores directores de orquesta del mundo: el italiano Carlo Maria Giulini, el húngaro-británico sir Georg Solti, el estadounidense Leonard Bernstein y el austriaco Herbert von Karajan.
Giulini confesó que el mismísimo Dios le había llamado para comunicarle que él era el más grande director de orquesta del mundo. Lo dijo sin inmutarse, sin dejar que su rostro transmitiese emociones. A esta confesión respondió extrañado Solti. El músico nacido húngaro aseguró que Dios se le había aparecido la noche anterior, y le había asegurado que él era el director número uno del mundo, calidad a la que había que sumar otra: era un pianista mayúsculo.
Herbert von Karajan dirige a la Filarmónica de Berlin: Simnfonía nº 7 de Bethoven (vídeo colgado en YouTube por themusicdreams)
Bernstein se mostró extrañado, desconcertado. Esa noche Dios se había puesto en contacto con él para anunciarle que era el mejor director de orquesta del mundo, un pianista excepcional y un compositor genial. Sin duda él era el mejor, el más completo.
Y entonces intervino Karajan con cara de asombro: ¡qué raro!, no recuerdo haberos dicho nada ninguno de estos días.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, creación, historia, artes, música y libros) como cronológicamente.