“Porque los catalanes no se contentarán con que puedan publicar sus libros en catalán, lo que es enteramente justo, sino que en una nueva etapa, cuando llegue, si es que llega, la democracia, querrán que toda la enseñanza en Cataluña se dé en catalán, y el castellano quede completamente desplazado y se estudie como un idioma más, como el francés. A esa desmembración lingüística me opondré siempre, como se opusieron
Unamuno y
Ortega en el Parlamento de la República”.
Esta reflexión tan premonitoria está realizada en España el 6 de julio de 1952, trece años después de acabada nuestra última Guerra Civil. Pero a pesar de la fecha y el contexto político y social en el que nació, no es el pensamiento verbalizado de un falangista o de un acérrimo franquista; tampoco lo es de un cafre iletrado o un juntaletras de estómago agradecido. No, quien pensaba así, con tal clarividencia, era uno de los
mejores poetas españoles del siglo XX, un poeta de la
Generación del 27 que llegó a ser nada más y nada menos que premio Nobel de Literatura. Me refiero a
Vicente Aleixandre.
Vicente Aleixandre (1898-1984)
El apunte pertenece a la fecha ya subrayada y está recogido en las páginas 27 y 28 de la edición que ahora mismo manejo del libro de
José Luis Cano,
Los cuadernos de Velintonia, conversaciones con Vicente Aleixandre (Seix Barral, Barcelona, 1986).
Vicente Aleixandre: poeta y, a todas luces, preclaro visionario de lo que iba a ser la política idiomática del intransigente y radicalizado nacionalismo catalán.