Pero bueno, en realidad de los
títulos de estos relatos no me interesan los números si no como determinantes. A
ver qué le digo: si juntamos el siete (7 número güeno, “¡ay numeriiito, numerito
guapo!”, que hubiera podido cantar El Fari, si en en vez de en el torito bravo
se hubiera fijado en el siete), si juntamos el 7, repito, con las sirenas,
deduciremos que lo mejor que incuba dentro de sí el ser humano, es su yo
ficcional, pues no hay nada más ficcional inocente, y poco práctico, que una
sirena.
Si cogemos el seis, número diabólico
donde los haya y lo mezclamos con “club”, no puede salir nada bueno. Un club
significa exclusividad y gente, y con lo mala que es la gente, que no inventa
nada bueno, pues ahí tenemos unas cuantas perversidades como las que se
describen a propósito de las obras de seis los refinados sádicos de “El club de los seis”, que viven tan
contentos con su arte (y sus grandes fortunas).
Y si el veinte lo pegamos con
cianocrilato, (o Loctite por citar una marca comercial) a “robots”, pues nos
sale “10110 de robots” (pasado a binario). Como una de las leyes de la robótica
es que un robot nunca puede dañar a un humano, y teniendo en cuenta que los
robots pintan los coches, manejan materias peligrosas, y desactivan bombas,
pues ya tenemos que el 20 podría
ser el número de la sinergia (queda inaugurado este pantano, y el 20 como
guarismo de la sinergia).
Siete (que no Veinte), es desde luego un
libro sinérgico, es un sumatorio de esfuerzos orientados a la consecución de
un/unos objetivo/s común/es. Me figuro que en este volumen los citados objetivos
serán los de toda la vida: entretener, impactar al lector en la forma, e
impactar al lector en el fondo para que reflexione.
Veintiséis relatos (26) dan para
cubrir todo el espectro anterior. Y si el fondo de todo es el entretenimiento,
base de pizza sobre la que esparcimos el resto de los ingredientes, la base está
en cada uno de ellos, no los sostiene el aire. Entretenimiento convencional,
tranquilo, hasta cierto punto no carente de poesía, de cierto aire de añoranza
de una paz, de un orden intuido, es el que transpira “Se ha perdido una niña”. Pero para
entretener hay que captar la atención del lector. Y ganar su complicidad. Por
ejemplo a través de un guiño del tipo “seguro que a usted también le gustaría
ser así de transgresor y escandalizador de los bienpensantes de su
entorno”. “Kink” responde a lo
anterior.
Sin que por ello produzcan
sueño, algunos de estos relatos entretienen a partir de situarse a medio camino
entre el perverso espacio de lo onírico vivido y lo onírico real. Ya sé que son
dos expresiones imposibles, pero así de indescriptibles son algunas de las
habilidades de las que se sirve Chimal para ir un paso más allá del actual
estado del arte en lo formal-temático: en “Corredores”, Leonardo di Caprio es un
hombre que se hundió con el Titanic pero que no ha muerto. Buena prueba de ello
es que reaparece 100 años después en el sueño de un empresario japonés. El
editor de este texto aquí y allá quita exactamente 70.000 palabras que según su
criterio son explicaciones tediosas. O “La vida perdurable”, que recuerda a
esos cuentos chinos en que los protagonistas viajan a reinos mágicos, y de paso
se atisba una ridiculización del
sentido absoluto de “fama”, la que
algunos protagonistas se atribuyen, siendo la fama una situación tan relativa
por dependiente del entorno: nadie conoce al más famoso de los constructores de
iglús del mundo, lo que no quita que eso sí, sea el más famoso del mundo en un
reducido círculo de habitantes en torno al Círculo Polar Ártico (¡Ejem! no es
esa la temática del relato, si no un ejemplo que me ha
servido).
Chimal es un tío listo, y por
eso da una de cal y otra de arena. Sabe que lo experimental-modernísimo
terminaría cansando, y por eso echa mano de lo tradicional-socorrido, ya sea a
través de la fórmula del manuscrito encontrado en “La balanza”, o recurriendo a la
artimaña temática de la difícil ubicación/determinación de lo real a través de
la modalidad del amigo/a invisible (me refiero al amigo inventado, no a la
últimamente implantada modalidad del regalo sorpresa e inútil). “Mogo” es el relato que abunda en ese
tema de toda la vida con las formas de toda la vida, pero que a pesar de todo,
por ese gusto nuestro de volver a escuchar las mismas historias atemporales, se
lee con la comodidad del camino transitado. Y si no, pues se va a beber de las
fuentes del cuento antropológico y no trata de ocultarlo. “Los justos”, con su clara moraleja
ejemplarizante sobre la irreversibilidad del castigo y un sutil fondo de
película de juicios, es uno de
ellos. Y viniendo Chimal de un país en el que según dicen “se teme más a la vida
que a la muerte”, donde la noche de los difuntos se celebra por todo lo alto con
“cuhetes” y balaceras de cuerno de chivo, tampoco podía faltar el tributo a los muertitos a través de “La mujer que camina para
atrás”.
Para no aburrir con el tema del
entretenimiento, ya lo último que digo es que la madre de todos los anzuelos con
que Chimal mantiene al lector enganchado en un libro tan largo es la variedad y
lo divergente. “Álbum” puede parecer
un ejercicio tallerístico, eso da igual, pero no cabe duda de que es correcto,
aprovechable, y moderno en el formato. “Capo de capos” es ultramoderno, pero
eso en su ironía y su fluir disparatado, en el narrador, en sus disgresiones. Y
además crónica social en clave de soap opera de los Hermanos Marx, reflejo fiel
del México desangrado por el narco.
Pues eso, que ese necesario
batiburrillo formal de relatos (el contundente y perfecto “El
señor de los perros” sigue el modelo de Rashomon, la película
de Kurosawa, con personajes que hablan a un interrogador invisible), está
trufado de alusiones, de guiños que son reproches al cristianismo como en “Navidades alrededor del mundo”, donde
unos cocoteros con cocos parlantes profesan un cristianismo profundo que no
puede ser reafirmado por la comunión (aunque los cocos son parlantes no tienen
boca para tragar la ostia y el oficiante los rocía en su lugar con agua bendita
expelida por una pistola de agua). Otros son ficciones que recrean
monstruosidades paradigmáticas reales como en “Acerca del alma”, que
además encierra una paradoja. Monstruosidades modernas y posibles gracias a
las redes sociales y las nuevas tecnologías, “Manuel y Lorenzo”. A El señor de los perros” no lo
incluiremos en el lote porque esas monstruosidades suyas provocan más
escándalo que dolor.
Ya que la cosa iba de números,
si me preguntan por la cantidad,
que qué relato sobra, yo diría que no por largo, en el libro sobre alguno.
Ahora, si me preguntan cuál representa mejor el espíritu predominantemente
gamberro del volumen, respondería que “Variación sobre un tema de Coleridge”,
que empieza: “Recibí una llamada: era yo, desde un teléfono que perdí el año
pasado. Me pregunté dónde se había quedado el aparato; me contesté que en tal y
tal cafetería, que yo ni siquiera recordaba”.
Una vez más Siete confirma su fama de número
afortunado, porque simboliza o reporta una buena lectura. Si usted no es de los
de lectura, sino de bingo, pues qué se le va a hacer, eso que se pierde. “El
siete… te la mete”.