El
último libro de Luis Mateo Díez confirma que el pulso narrativo del académico de la lengua, cómodo en su
madurez personal y literaria, sigue felizmente intacto. La cabeza en llamas, editado por Galaxia Gutenberg, es una maravilla de
ésas que malacostumbran a los lectores en busca de historias bien contadas y
confirma una vez más que Luis Mateo Díez
es uno de los mejores narradores españoles de la actualidad, un escritor
capaz de desenvolverse con éxito en diversos géneros narrativos como la novela,
el relato, el cuento, el microrrelato o, en este caso, la novela
corta.
La
cabeza en llamas
reúne cuatro nouvelles o novelas
cortas: La cabeza en llamas, Luz del Amberes, Contemplación de la desgracia y Vidas de insecto. Se incluye además un
esclarecedor epílogo, Incendios,
secretos, infelicidades, metamorfosis. (Una contabilidad), en el que Luis
Mateo Díez ajusta cuentas con su obra y comparte con el lector el origen y
motivaciones que dieron a luz los relatos que componen el libro, cuya creación
fue fruto, según el escritor, de un periodo de reflexión, de evaluación e
inventario de lo hecho hasta ahora.
La
primera de las novelas, La cabeza en llamas, que abre y da
título al volumen, nos descubre un Luis Mateo Díez más humorístico de lo
habitual, cuyo protagonista, Camil Molera, es una de sus creaciones más
disparatadas. La historia de este huérfano de mente y lengua inquieta que trae
de cabeza a sus tíos y abuelo destaca por ser un relato en el que la construcción del personaje, siempre
a punto de “írsele de las manos”, moldea el tono y el peso de la novela.
También
huérfanos son los protagonistas del segundo relato, Luz
del Amberes, quizá el mejor de los que componen el libro. Se trata de
una historia en la que dos primos adolescentes son invitados por su tío Viro a
comer a un lujoso restaurante, siendo el poder evocador de los recuerdos que con
ellos rememora la principal sustancia de la historia. Pero, ante todo, la fuerza del relato reside en la
recreación de la atmósfera emocional y en la sugerencia de los recuerdos,
envueltos y tamizados en esa evocadora luz que entra por los cristales del
restaurante, una ambientación lumínica que tiene algo de ese Largo viaje
hacia la noche de Eugene O’Neill.
Contemplación
de la desgracia
juega, por su parte, con dos personajes
unidos por la infelicidad y con el análisis de emociones y sentimientos. Es,
más que una narración, una reflexión sobre la condición de una pareja de amantes
que viven la desdicha como un sentimiento placentero. La historia es mínima y
basa su tonalidad es la recreación psicológica de los personajes, un relato que,
como ha declarado el propio escritor leonés, tiene un carácter muy “ruso” y, para
él, se trata de la historia más perturbadora.
La
nouvelle que cierra La cabeza en llamas, Vidas de insecto, se construye como
unas particulares y surrealistas memorias escolares de un chico que, en la misma
línea de personajes solitarios de los relatos anteriores, manifiesta su
percepción del mundo, esta vez mediante la comparación con insectos que
transmiten la idea de la catadura de cada uno de los personajes que pasan por
sus recuerdos. El narrador evoca el Saltolcide, un colegio religioso cuyos
delirantes profesores y anécdotas tienen mucho de experimentación, en su proceso
de metamorfosis y rebeldía hacia la adolescencia.
Infancia,
soledad, lenguaje
Pese
a sus diferencias temáticas y formales, las novelas reunidas en La cabeza en llamas tienen sutiles
puntos de conexión. Como sucede en gran parte de la narrativa del leonés, casi
todas sus obras son relatos de antihéroes, en los cuales un viaje, una búsqueda,
proporcionan sentido o aclaran la existencia de los protagonistas. Sus
personajes son seres solitarios en busca
de una identidad o de una explicación vital y, en muchos casos,
desamparados. Asimismo, el mundo infantil también tiene un peso notable, siendo
la infancia perdida (esa “patria del
hombre” que dijera Rilke) el matiz que engarza la mayoría de las historias de
este volumen. Reaparecen, como es habitual, los escenarios del imaginario del
escritor (Doza, Saldaña, Borela, Armenta…), esas ciudades de provincia ficticias
que concentran en sus calles la personalidad de sus habitantes. Y, envolviéndolo
todo, un lenguaje de regusto clásico y
perfección formal que evidencia que en los buenos escritores y en los buenos relatos, además de lo que se
cuenta, importa el cómo se cuenta.
Junto
a esos puntos en común, lo que diferencia a las cuatro historias son sus
distintas tonalidades, su “variedad de escritura y procedimientos”, como señala
el propio Luis Mateo Díez, que tienen unas intenciones y texturas específicas.
El académico de la lengua cree en un escritor no complaciente con el lector,
capaz de recrear la vida, de contar la vida, intentando narrar el sentido de la
misma. Por eso, en realidad, las nouvelles de La cabeza en llamas plantean al lector
cuatro puntos de vista sobre las edades
en la vida del hombre: la niñez (los escolares de Vidas de insecto), la adolescencia (el
delirante protagonista de La cabeza en
llamas y los primos de Luz del
Amberes), la juventud (los infelices personajes de Contemplación de la desgracia) y madurez
(el tío de Luz del Amberes). Ese
acercamiento literario a la realidad y a la vida es consecuente con los
intereses de Luis Mateo Díez, que encuentra en el propio acto de escribir el sentido de la vida:
“…vivo en la novela lo que la vida ya no
me reclama, esa otra existencia que
van resolviendo las tramas y los personajes, y donde encuentro la intensidad y
el placer, y la zozobra y el desvelo, que la escritura de ficciones proporciona.
Escribir es lo único que me interesa para que la vida no decaiga, y en la
escritura está el único aliciente que me queda para acabar de resolverla.”
No se puede expresar mejor con otras palabras.
La
cabeza en llamas
es un nuevo ejemplo de la robustez narrativa de Luis Mateo Díez, un escritor que
retuerce y modela el lenguaje con la precisión de un orfebre que fabrica
filigranas de metal capaces de la mayor de las sugerencias con el más mínimo
matiz. Cuatro maravillosas nouvelles
en las que importa tanto como la historia como el acto de narrar y la reflexión sobre la
condición y emociones humanas. Una deliciosa obra maestra para paladares
exigentes.
Quien
tenga curiosidad y quiera acercarse a la narrativa de Luis Mateo Díez sólo tiene
que esperar hasta primavera: La editorial Alfaguara publicará las doce novelas
cortas que durante diez años el académico de la lengua ha ido trazando en lo que
ha dado en llamar Las fábulas del
sentimiento, coincidiendo con el centenario de las novelas cortas de
Cervantes. Aguardamos expectantes.