Juan Antonio González Fuentes
En estas mismas páginas electrónicas, muy recientemente, publiqué unas líneas dedicadas a
Pavarotti en las que aseguraba con bastante desparpajo que el más importante tenor (cantante, preciso ahora) de la historia de la ópera grabada es de momento
Plácido Domingo.
La verdad es que esperaba un aluvión de comentarios protestando ante dicha afirmación, pues en más de una ocasión he podido comprobar que el tenor madrileño despierta bastantes antipatías, desdenes y fobias entre los aficionados a la ópera españoles. De momento no ha habido respuesta a la provocación, y mejor así, pues es muy fácil de demostrar la veracidad contrastada de lo dicho.
Entiéndase bien que en ningún momento que se ha afirmado la estupidez de que Domingo sea o haya sido el mejor, el único, el más..., ni ninguna otra zarandaja semejante, pues ya se subrayó en el anterior trabajo citado dedicado a Pavarotti que tales categorías y adjetivos son inútiles e idiotas cuando se habla de actividades con muchísima historia detrás, con muchísimos nombres propios que sumar, y muchas variedades y estilos.
Plácido Domingo
Lo que sigo afirmando es que Plácido Domingo es el más importante cantante de ópera de la historia de la fonografía, de la historia del disco, y que lo es por el incomparable número de grabaciones realizadas, el inmenso repertorio temporal, estilístico e idiomático que abarcan, y la calidad media de los trabajos. Procesando estos tres factores de análisis, las comparaciones son imposibles, pues nadie ha grabado tanto como Plácido Domingo, nadie ha grabado tantas cosas distintas, y la calidad media de todas estas grabaciones suele ir de lo meramente interesante a lo sencillamente excepcional.
En este sentido Plácido Domingo es parecido al célebre jugador de baloncesto de los
Boston Celtics,
Larry Bird. De este jugador se decía que no hacía nada especialmente bien. No era el mejor reboteador, ni el mejor anotador, ni el mejor defensor, ni el mejor pasador, ni el mejor técnicamente, ni el más fuerte, ni el más inteligente..., pero que lo hacía siempre todo bien: rebotar, anotar, defender...
De Plácido Domingo puede decirse algo semejante: no tiene la voz más hermosa, no tiene ni mucho menos agudos memorables, no tiene la voz más flexible y potente, no tiene deslumbrantes “pianos”, su voz en sotto voce no impresiona..., pero todo lo canta bien, todo lo interpreta bien, en todo ha dejado su sello inconfundible y con una altura difícil de igualar en tantos papeles distintos.
Sí, estamos de acuerdo, quizá no haya ningún papel que haya logrado hacer completamente suyo por encima del resto de cantantes que lo abordaron. Quizá no sea el mejor Otello de la historia, el mejor Cavaradosi, el mejor Lohengrin, el mejor Rodolfo, Calaf, Ramadés, Tristán, Alfredo, Manrico, Nemorino, Werther, Don José, Hoffman, Parsifal, Sansón, Duque de Mantua, Tannhäuser, Barbero, Don Carlo, Canio, Turiddu, Siegmund, Enzo, Fausto, Don Álvaro, Edgardo, Pollione, MacDuff, Andrea Chenier, Ricardo, y más, y más papeles que podríamos seguir añadiendo en francés, italiano, ruso, alemán, español, inglés... Todos estos personajes los ha encarnado Plácido Domingo en disco y muchos, casi todos, sobre los escenarios de medio mundo, logro cuantitativo (valga la palabreja) que jamás ha sido ni siquiera seguido de cerca por ningún otro cantante de la historia de las grabaciones en disco.
Domingo ha cantado en todos los grandes teatros del mundo, incluido el escenario del wagneriano
Festival de Bayreuth, hito cuyos precedentes pueden contarse con los dedos de una mano. Muy pocos tenores de la historia han sido estrellas de la ópera cantando los principales papeles protagonistas de
Puccini, Verdi, Donizetti, Massenet, Bizet..., y también han encarnado en Bayreuth y otros teatros algunos de los principales papeles para tenor escritos por
Wagner. Menos, puedo asegurarlo, son los que han logrado grabar discos de alta calidad artística haciendo de Radames y de Lohengrin, de Cavaradosi y de Tristan, de Manrico y de Parsifal, de Otello y el papel de cantante italiano en la ópera de Richard Strauss El caballero de la rosa. Sencillamente es asombroso, prodigioso, o como diría el simpático personaje secundario de
El hombre tranquilo de
John Ford: ¡Homérico!
Buena muestra de todo lo escrito son los tres recientes discos que ha editado el
sello Orfeo (Diverdi),
Plácido Domingo Wiener Staatsoper. Live recordings 1967-1999, con una selección de fragmentos, grabados en vivo, de las actuaciones del prodigioso tenor madrileño en la
Ópera de Viena (una de las plazas operísticas más tradicionales y fuertes de la historia) durante el periodo 1967-1999.
Son tres discos absolutamente emocionantes e imprescindibles para los aficionados en los que Plácido Domingo demuestra, un corte tras otro, el por qué es sin duda el tenor más importante de la historia del disco, y por qué gana además tanto sobre un escenario escuchándole en vivo (Domingo es un notable actor sobre las tablas de un teatro de ópera). Las grabaciones van desde su primer
Don Carlo verdiano en 1967 hasta su
Parsifal wagneriano de 1999, pasando por papeles de ópera francesa y prácticamente todos los más importantes que integran parte de su repertorio. También se le puede escuchar como director de orquesta.
Plácido Domingo en estado puro, sin reservas, entregado por entero al público (incluso regalando bises), y mostrándose como lo que es: un artista en sentido pleno, de una sinceridad y una grandeza sobrecogedoras.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.