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Jorge Carrión: <i>Los muertos</i> (Mondadori, 2010)

Jorge Carrión: Los muertos (Mondadori, 2010)

    TÍTULO
Los muertos

    AUTOR
Jordi Carrión

    EDITORIAL
Mondadori

    FICHA TÉCNICA
ISBN: 9788439722328. Barcelona, 2010. 176 páginas. 16,90 €



Laureano Debat es escritor y periodista (en Twitter: @laureanodebat)

Laureano Debat es escritor y periodista (en Twitter: @laureanodebat)


Reseñas de libros/Ficción
Jorge Carrión: Los muertos (Mondadori, 2010)
Por Laureano Debat, jueves, 1 de marzo de 2012
Luego de ponerse muy triste con la muerte de Nate Fisher en la quinta temporada de “Six Feet Under”, Jorge Carrión (Tarragona, 1976) empezó a preguntarse qué rol estaban ocupando en nuestras vidas cotidianas ya no las teleseries como productos culturales, sino concretamente los personajes de esas ficciones. Entonces, se dio cuenta de que seguimos sus vidas como si fueran las nuestras, nos involucramos como espectadores activos, los sentimos cercanos durante 2, 3 o 4 temporadas. Los necesitamos. Y cuando mueren, tenemos que estar preparados para elaborar el duelo.
La gestación de Los muertos (Mondadori), entonces, deriva de una pregunta que Jorge Carrión comenzó a hacerse primero como telespectador y, finalmente, como escritor (o todo a la vez): cómo gestionamos el duelo ante la muerte de “nuestros” personajes. Así nace una de las pocas novelas en lengua castellana que intenta problematizar sobre el contenido ético y estético de un fenómeno bastante reciente: las nuevas series de TV norteamericanas que han tomado lo mejor del cine de autor y su impacto como fenómeno de consumo teleadicto.

La mayoría de los personajes de la novela se basan en personajes de estas ficciones. Por ejemplo, aparecen mafias italianas integradas por chinos y negros que se hacen llamar Tony Soprano, Richie Aprile o Michael Corleone. Y todos viven en una especie de limbo multipantalla e hiperconectado llamado Nuevo York (un limbo destinado a los muertos televisivos), en donde la gente no nace sino que se materializa, y no sueña sino que evoca su pasado a través de interferencias. Todo bajo la tutela de un aparato estatal siempre vigía pero impotente ante una pandemia de gente que no muere sino que, simplemente, desaparece. En una ciudad descrita desde una faceta sórdida y apocalíptica, tierra de nadie futurista, avatares y violencia gratuita, entre “Blade Runner” y “La naranja mecánica”.

A través de un juego de cajas chinas, Carrión termina configurando una novela breve, autorreferencial y sumamente compleja

Los personajes deben luchar contra la imposibilidad de un certero conocimiento sobre su pasado y recurrir a adivinos para inventarse uno y, a partir de allí, afiliarse a determinadas comunidades. Es decir, una ficción dentro de la ficción original, aunque uno de los personajes diga, paradójicamente, que “aquí la ficción no existe”. Cada nuevo materializado llega con una cicatriz, testimonio físico de su pasado, pero, por definición, cerrada. Y ahí entran los adivinos, que interpretan las interferencias (como los psicoanalistas interpretarían los sueños) y crean nuevos avatares, adjudicando nombres. “Es curioso como algo tan arbitrario como un nombre nos ayuda a confiar en nosotros mismos; tener un nombre significa poseernos. Aunque sea una ficción”, dice el Nuevo, en la Primera Temporada.

Carrión escribe cada párrafo con la meticulosidad de una secuencia cinematográfica, haciendo una particular utilización de la écfrasis, influenciado por la estética narrativa de las teleseries y también inspirándose en comics y videojuegos. A través de un juego de cajas chinas, el tarragonés termina configurando una novela breve, autorreferencial y sumamente compleja.

El comienzo desconcierta, sobre todo por su estilo aséptico y por la aparición ininterrumpida de diferentes encuadres, focalizaciones y personajes. El narrador pareciera no tener mayor corporeidad que la provista por el lente de una cámara filmadora que se acerca y se aleja de las escenas, pero Carrión va más allá y narra a través de cámaras de seguridad, juegos de espejos y pantallas de computadoras que pixelan las imágenes. Aunque lo que termina de enriquecer al texto son los elementos poéticos que logran el artificio literario del lenguaje audiovisual. Si en el comienzo aparecen “ocho manzanas de edificios; cuatro; dos; una; en su lateral izquierdo: un callejón sin salida y, en él, un charco”, luego se verá que “el helicóptero parece de juguete, una mosca sobrevolando una fruta abierta, incandescente”. El narrador, por momentos, pareciera no ser del todo omnisciente y situarse en el mismo punto de vista del lector-espectador, como si fuera un espectador más de esa teleserie que está narrando: “Tras la cortina de plástico, con manchas de hongos, se podría imaginar que se está masturbando”.

Carrión expone aquí ciertas ideas que tiene con respecto a la escritura de ficción en el siglo XXI. Y en lo que hace a la novela en su conjunto

Cada párrafo es una escena de una teleserie denominada Los muertos, creada por los autores apócrifos George Carrington y Mario Alvares, un párrafo literario escrito con ritmo cinematográfico, sin digresiones, entretenido, con tramas y temáticas inspiradas en teleseries reales: la elaboración del duelo (“Six Feet Under”), peleas de mafias (“The Sopranos”), conspiraciones y espionajes por cámaras (“The Wire") ambigüedad entre universos paralelos y limbos (“Lost”).

Intercalados entre la narración ficcional, hay ensayos y estudios culturales sobre la serie y sus repercusiones. Se trata de textos atribuidos a académicos apócrifos que sirven para consolidar el carácter metanovelesco borgeano del libro, para que la novela dialogue consigo misma. Además, Carrión expone aquí ciertas ideas que tiene con respecto a la escritura de ficción en el siglo XXI.

En el primer ensayo, adjudicado a una tal Martha De Santis para The New Yorker, Carrión presenta sus herramientas, el ornamento desde donde coger la trama: “Es un hábil equilibrio entre el capítulo de novela, la secuencia narrativa, la entrega folletinesca y el capítulo televisivo”. Y abre el debate sobre el estatuto que adquieren en nuestras vidas los personajes de la ficción, mencionando a la web Mypain.com en la que supuestamente se puede resucitar a cualquier personaje de ficción que haya muerto y crear un avatar a medida del usuario, dándole una nueva oportunidad y afianzando mejor los lazos con el personaje gracias a la interactividad. Una cuestión que el autor expondrá posteriormente en Teleshakespeare (Errata Naturae), un ensayo sobre teleseries en el que dice que el espectador es un creador activo que no solo mira, sino que critica, selecciona, discute y produce. Mypain serviría para abrir nuevas y múltiples líneas argumentales que exceden la voluntad de los creadores. Como sucede con la buena literatura.

Los muertos nos trae a la mente esa clásica frase de que “novela es todo aquello que leemos como tal”

De hecho, él mismo hará este ejercicio en la Segunda Temporada de Los muertos, materializando a Richie Aprile, uno de los personajes que muere en “The Sopranos”. Aquí, Carrión usa su rol de escritor para jugar con su avatar, lo resucita como una persona de raza negra y le da la oportunidad de redimirse al colocarlo en el puesto que tanto ansiaba en su otra vida ficcional: ser Tony Soprano. Como un usuario más de eso a lo que denomina Mypain.com.

En el segundo ensayo, “Los muertos o la narrativa postraumática”, los apócrifos Jordi Batlló y Javier Pérez dan las claves de cómo leer las temporadas de acuerdo a las teleseries que le sirvieron de inspiración. Y también, se meten en la vieja discusión de la écfrasis, diciendo que en “la tensión entre la palabra y la imagen quizá radique el enigma del arte”, un tema que en estos años ha adquirido más vigor gracias al aluvión de nuevas teleseries y a intentos como los de esta novela de proponer un nuevo artificio literario con el lenguaje audiovisual planteando, en este cruce palabra-imagen, no sólo un debate estético sino también ético.

Convencido de que el escritor actual es un performer que interactúa con los lectores a través de los múltiples canales que ofrece la web, Carrión promocionó su novela con tráilers en Youtube en los que aparecía leyendo partes del texto, con cómics y pantallas pixeladas de fondo, presentando su libro como si fuera un estreno de cine en “la era de Facebook, Matrix y Lost”. Teniendo en cuenta su compleja factura y estos aditivos audiovisuales que la enriquecen y que amplían sus significaciones, Los muertos nos trae a la mente esa clásica frase de que “novela es todo aquello que leemos como tal”. Juan Goytisolo ha dicho que “puede ser vista como un videojuego o leída como un complejo y articulado objeto literario”. El catálogo libresco obliga a ponerla en los anaqueles bajo el rótulo de “novela de ficción”, pero será el lector quien tenga la última palabra. Y es, justamente, esta ambigüedad genérica la que cautiva y la que termina de armar un juego multidimensional al que Carrión nos invita a participar con todos nuestros sentidos.
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