La gestación de Los muertos (Mondadori), entonces, deriva de una
pregunta que Jorge Carrión comenzó a hacerse primero como telespectador y,
finalmente, como escritor (o todo a la vez): cómo gestionamos el duelo ante la
muerte de “nuestros” personajes. Así nace una de las pocas novelas en lengua
castellana que intenta problematizar sobre el contenido ético y estético de un
fenómeno bastante reciente: las nuevas series de TV norteamericanas que han
tomado lo mejor del cine de autor y su impacto como fenómeno de consumo
teleadicto.
La mayoría de los personajes de la novela se basan en
personajes de estas ficciones. Por ejemplo, aparecen mafias italianas integradas
por chinos y negros que se hacen llamar Tony Soprano, Richie Aprile o Michael
Corleone. Y todos viven en una especie de limbo multipantalla e hiperconectado
llamado Nuevo York (un limbo destinado a los muertos televisivos), en donde la
gente no nace sino que se materializa, y no sueña sino que evoca su pasado a
través de interferencias. Todo bajo la tutela de un aparato estatal siempre
vigía pero impotente ante una pandemia de gente que no muere sino que,
simplemente, desaparece. En una ciudad descrita desde una faceta sórdida y
apocalíptica, tierra de nadie futurista, avatares y violencia gratuita, entre
“Blade Runner” y “La naranja mecánica”.
A través de un juego de cajas
chinas, Carrión termina configurando una novela breve, autorreferencial y
sumamente compleja
Los personajes deben luchar contra la imposibilidad de un
certero conocimiento sobre su pasado y recurrir a adivinos para inventarse uno
y, a partir de allí, afiliarse a determinadas comunidades. Es decir, una ficción
dentro de la ficción original, aunque uno de los personajes diga,
paradójicamente, que “aquí la ficción no existe”. Cada nuevo materializado llega
con una cicatriz, testimonio físico de su pasado, pero, por definición, cerrada.
Y ahí entran los adivinos, que interpretan las interferencias (como los
psicoanalistas interpretarían los sueños) y crean nuevos avatares, adjudicando
nombres. “Es curioso como algo tan arbitrario como un nombre nos ayuda a confiar
en nosotros mismos; tener un nombre significa poseernos. Aunque sea una
ficción”, dice el Nuevo, en la Primera Temporada.
Carrión escribe cada
párrafo con la meticulosidad de una secuencia cinematográfica, haciendo una
particular utilización de la écfrasis, influenciado por la estética narrativa de
las teleseries y también inspirándose en comics y videojuegos. A través de un
juego de cajas chinas, el tarragonés termina configurando una novela breve,
autorreferencial y sumamente compleja.
El comienzo desconcierta, sobre
todo por su estilo aséptico y por la aparición ininterrumpida de diferentes
encuadres, focalizaciones y personajes. El narrador pareciera no tener mayor
corporeidad que la provista por el lente de una cámara filmadora que se acerca y
se aleja de las escenas, pero Carrión va más allá y narra a través de cámaras de
seguridad, juegos de espejos y pantallas de computadoras que pixelan las
imágenes. Aunque lo que termina de enriquecer al texto son los elementos
poéticos que logran el artificio literario del lenguaje audiovisual. Si en el
comienzo aparecen “ocho manzanas de edificios; cuatro; dos; una; en su lateral
izquierdo: un callejón sin salida y, en él, un charco”, luego se verá que “el
helicóptero parece de juguete, una mosca sobrevolando una fruta abierta,
incandescente”. El narrador, por momentos, pareciera no ser del todo omnisciente
y situarse en el mismo punto de vista del lector-espectador, como si fuera un
espectador más de esa teleserie que está narrando: “Tras la cortina de plástico,
con manchas de hongos, se podría imaginar que se está
masturbando”.
Carrión expone aquí ciertas ideas
que tiene con respecto a la escritura de ficción en el siglo XXI. Y en lo que
hace a la novela en su conjunto
Cada párrafo es una escena de una teleserie denominada
Los muertos, creada por los autores apócrifos George Carrington y Mario
Alvares, un párrafo literario escrito con ritmo cinematográfico, sin
digresiones, entretenido, con tramas y temáticas inspiradas en teleseries
reales: la elaboración del duelo (“
Six Feet
Under”), peleas de mafias (“
The
Sopranos”), conspiraciones y espionajes por cámaras
(“
The
Wire")
ambigüedad entre
universos paralelos y limbos (“Lost”).
Intercalados entre la narración
ficcional, hay ensayos y estudios culturales sobre la serie y sus repercusiones.
Se trata de textos atribuidos a académicos apócrifos que sirven para consolidar
el carácter metanovelesco borgeano del libro, para que la novela dialogue
consigo misma. Además, Carrión expone aquí ciertas ideas que tiene con respecto
a la escritura de ficción en el siglo XXI.
En el primer ensayo,
adjudicado a una tal Martha De Santis para
The New Yorker, Carrión
presenta sus herramientas, el ornamento desde donde coger la trama: “Es un hábil
equilibrio entre el capítulo de novela, la secuencia narrativa, la entrega
folletinesca y el capítulo televisivo”. Y abre el debate sobre el estatuto que
adquieren en nuestras vidas los personajes de la ficción, mencionando a la web
Mypain.com en la que supuestamente se puede resucitar a cualquier personaje de
ficción que haya muerto y crear un avatar a medida del usuario, dándole una
nueva oportunidad y afianzando mejor los lazos con el personaje gracias a la
interactividad. Una cuestión que el autor expondrá posteriormente en
Teleshakespeare (Errata Naturae), un
ensayo
sobre teleseries en el que dice que el
espectador es un creador activo que no solo mira, sino que critica, selecciona,
discute y produce. Mypain serviría para abrir nuevas y múltiples líneas
argumentales que exceden la voluntad de los creadores. Como sucede con la buena
literatura.
Los muertos nos trae a la
mente esa clásica frase de que “novela es todo aquello que leemos como
tal”
De hecho, él mismo hará este ejercicio en la Segunda
Temporada de
Los muertos, materializando a Richie Aprile, uno de los
personajes que muere en “The Sopranos”. Aquí, Carrión usa su rol de escritor
para jugar con su avatar, lo resucita como una persona de raza negra y le da la
oportunidad de redimirse al colocarlo en el puesto que tanto ansiaba en su otra
vida ficcional: ser Tony Soprano. Como un usuario más de eso a lo que denomina
Mypain.com.
En el segundo ensayo, “Los muertos o la narrativa
postraumática”, los apócrifos Jordi Batlló y Javier Pérez dan las claves de cómo
leer las temporadas de acuerdo a las teleseries que le sirvieron de inspiración.
Y también, se meten en la vieja discusión de la écfrasis, diciendo que en “la
tensión entre la palabra y la imagen quizá radique el enigma del arte”, un tema
que en estos años ha adquirido más vigor gracias al aluvión de nuevas teleseries
y a intentos como los de esta novela de proponer un nuevo artificio literario
con el lenguaje audiovisual planteando, en este cruce palabra-imagen, no sólo un
debate estético sino también ético.
Convencido de que el escritor actual
es un performer que interactúa con los lectores a través de los múltiples
canales que ofrece la web,
Carrión
promocionó su novela con tráilers en Youtube en los que aparecía leyendo
partes del texto, con cómics y pantallas pixeladas de fondo, presentando su
libro como si fuera un estreno de cine en “la era de Facebook, Matrix y Lost”.
Teniendo en cuenta su compleja factura y estos aditivos audiovisuales que la
enriquecen y que amplían sus significaciones,
Los muertos nos trae a la
mente esa clásica frase de que “novela es todo aquello que leemos como tal”.
Juan Goytisolo ha dicho que “puede ser vista como un videojuego o leída como un
complejo y articulado objeto literario”. El catálogo libresco obliga a ponerla
en los anaqueles bajo el rótulo de “novela de ficción”, pero será el lector
quien tenga la última palabra. Y es, justamente, esta ambigüedad genérica la que
cautiva y la que termina de armar un juego multidimensional al que
Carrión nos
invita a participar con todos nuestros
sentidos.