Reseñas de libros/No ficción
Enrique de Angulo: "Diez horas de Estat Català" (Encuentro, Madrid, 2005)
Por Rogelio López Blanco, lunes, 6 de febrero de 2006
Esta obra, publicada por primera vez en 1934, tiene un valor testimonial innegable, aunque cuente con la carga de subjetividad que pueda tener un testigo presencial de hechos que fueron determinantes en la historia de España, un enfoque compensado por la frescura de lo visto en primera línea y por el saber hacer del buen periodista que fue Enrique de Angulo.
El largo reportaje describe los sucesos que tuvieron lugar tras la proclamación por Lluis Companys, presidente de la Generalitat, del Estado Catalán, el sábado 6 de octubre de 1934, a las ocho de la tarde. La mayor parte del volumen se ciñe al relato de los sucesos con el mayor detalle posible: la rebelión contra la legalidad constitucional, el desarrollo de los acontecimientos, desde los preparativos de los sublevados hasta la forma que adoptó la respuesta del Gobierno a través de la actuación del general catalán Domingo Batet.
Enrique de Angulo, un periodista vocacional con una larga y agitada vida de la que da cuenta Vicente Alejandro Guillamón en el prólogo y el epílogo, era corresponsal en Barcelona del diario católico El Debate. En su trabajo destaca que, salvo contadas excepciones, los líderes políticos y militares del levantamiento secesionista se comportaron de manera vergonzosa, lo mismo que la mayor parte de los miembros del “ejercito” que pusieron en pie de guerra, especialmente los escamots de Esquerra Republicana. La rebelión tuvo uno de sus episodios tragicómicos cuando los jefes, Miquel Dencás y Josep Badía, a espaldas de sus hombres, huyeron por la red de alcantarillas de la ciudad, una vía de escape que llevaban meses preparando.
La rebelión hubiese sido neutralizada tarde o temprano, pero el trabajo de Enrique de Angulo pone en evidencia que, dadas las fuerzas, pertrechos y planes que disponían, y de haber tenido algo de arrestos y decisión, los insurrectos podían haber levantado un movimiento que hubiera sido difícil de parar en los primeros días y hasta semanas
En contraste, sobresalió el arrojo y la inteligencia con que actuaron las fuerzas leales a la República, que se resumen en la sagacidad del general Batet para sofocar a los facciosos intentando causar el menor número de víctimas y de daños, estrategia coronada por un éxito absoluto. Con menos de 300 oficiales y soldados, y antes de emplear sus recursos a fondo, tras declarar la ley marcial e iniciar los primeros movimientos de tropas y contadas descargas de artillería, los insurrectos se vinieron abajo. En diez horas, poco después de las seis de la mañana del domingo día 7, el presidente Companys, uno de los pocos que conservó la dignidad pese al desmoronamiento moral en el que estaba sumido, anunció la capitulación por radio.
La rebelión hubiese sido neutralizada tarde o temprano, pero el trabajo de Enrique de Angulo pone en evidencia que, dadas las fuerzas, pertrechos y planes que disponían, y de haber tenido algo de arrestos y decisión, los insurrectos podían haber levantado un movimiento que hubiera sido difícil de parar en los primeros días y hasta semanas. Batet no contaba con suficientes efectivos para hacer frente al potencial de un dispositivo tan vasto como el que se había organizado. Que hubiese ocurrido algo similar en sus dimensiones a lo de Asturias no fue precisamente una posibilidad remota.
Las represalias fueron ínfimas en proporción a los desmanes y la magnitud del conflicto creado. Al contrario de lo que advertían la izquierda y los nacionalistas, ni el acceso de los tres miembros de la CEDA al Gobierno formado el 3 de octubre supuso la liquidación de la Constitución y de las instituciones republicanas ni el movimiento secesionista y la revolución asturiana fueron aprovechados para excluir, y muchos menos exterminar, a las fuerzas desleales e imponer un régimen autoritario. Tal como han interpretado voces autorizadas (Stanley Payne, Raymond Carr, Salvador de Madariaga, Gerald Brenan y otros), parece razonable llegar a la conclusión de que el asalto al sistema, que reflejaba la intención de imposibilitar cualquier alternativa democrática que no estuviera de acuerdo con los intereses de las fuerzas que instauraron la nueva legitimidad de 1931, constituyó el preludio de la Guerra Civil.