Reseñas de libros/No ficción
Memorias de un hombre decente
Por Rogelio López Blanco, lunes, 29 de noviembre de 2004
El libro, originado por el atentado que sufrió José Ramón Recalde en septiembre de 2000, es una suerte de certificado de supervivencia expedido por el propio autor, quien constata que su vida ha transcurrido con el telón de fondo de la violencia, primero la de la dictadura franquista y luego la practicada por el nacionalismo terrorista. Fue, ha sido y sigue siendo su compromiso ético con la libertad y la justicia lo que le ha colocado, en ambas etapas, en el lugar de las víctimas.
Aunque hay algunos saltos muy oportunos para situar al lector ante la perspectiva que pretende, Recalde es fiel al orden cronológico en la presentación de una vida que comienza a relatar desde su implicación en la política. Antes de la Transición, cabe destacar importantes aspectos de la lucha antifranquista que fueron muy representativos de quienes militaron en ella. El paso del compromiso religioso al político, origen y final de una evolución presidida por la ética como causa básica de la militancia. La caracterización del Felipe (Frente de Liberación Popular), las fases por las que atravesó y la descripción y composición de la militancia, todo un desafío para un régimen que veía cómo se rebelaban los vástagos de las clases acomodadas. El despliegue de la represión en toda su amplitud e intensidad. La evolución ideológica por la que pasó una generación clave en la vida política española hasta hoy mismo. Por último, pero no lo menos importante, las personas: familia, maestros, amigos, compañeros,...
Dos asuntos son centrales en esta etapa, el de la conceptualización de la violencia, en particular cuando ETA comienza los asesinatos, y el del significado de la lucha antifranquista y su equívoca conexión con el combate por la democracia, temas que se entrecruzan. Sobre ambos efectúa Recalde una reflexión sincera de la que ni él, que nunca respaldó la actividad terrorista, ni su generación salen muy bien parados. La causa, que no la justificación, estaría en una excesiva ideologización y romanticismo, aunque, ciertamente, no se olvida de las circunstancias cuando manifiesta que “me resulta difícil tener que hacer perdonarme mis fallos democráticos por los que no han luchado contra la dictadura en el momento en el que deberían haberlo hecho...”.
El conflicto vasco, que para el autor no es otro que la existencia de la violencia etarra, es la gran cuestión que recorre el libro
Mientras que esa puntualización tiene todo el sentido, carece de él sostener que en 1982 llegan al poder los “demócratas de origen”, afirmación que pone de relieve una de las principales disfunciones actuales de la democracia española, la creencia de la izquierda en su superioridad moral sobre una derecha que es identificada con el franquismo. Esta percepción, que se observa en el texto de Recalde, tiene su raíz en la hiperlegitimidad de la que se siente revestida la izquierda desde la dictadura, impresión que es compartida con los nacionalistas. Es algo contradictorio que más adelante el autor se indigne por la injusticia que siente cuando el PNV, que tantas veces despreció y burló la mano tendida del PSOE, se crea en posesión de la legitimidad absoluta como encarnación de lo vasco. Al fin y al cabo, los socialistas, que en tiempos pretéritos se opusieron frontalmente al PNV (Indalecio Prieto), llegaron más tarde al vasquismo, como la derecha a la democracia.
El conflicto vasco, que para el autor no es otro que la existencia de la violencia etarra, es la gran cuestión que recorre el libro. Recalde analiza con penetración la evolución del mismo y el papel del PNV, sobre todo con la insurrección popular tras el asesinato de Miguel Angel Blanco y su giro hacia posiciones exclusivistas. Uno de los puntos más interesantes es su apreciación del papel de las víctimas como subvertidoras fundamentales de la supremacía nacionalista.
Estas memorias constituyen un instrumento imprescindible para comprender la vida política española y vasca del último medio siglo. Late en ellas un impulso moral, el de alguien que siempre ha estado animado por una voluntad orientada a la búsqueda de la convivencia y la negativa a aceptar el silencio impuesto por los totalitarios.