Reseñas de libros/No ficción
La izquierda ante el espejo
Por Rogelio López Blanco, jueves, 14 de octubre de 2004
Uno de los fenómenos más desconcertante del siglo XX fue la aceptación de la colosal impostura soviética por parte de la gran mayoría de los intelectuales occidentales. Resulta enormemente difícil explicar que gente de gran talla, con acerada capacidad crítica hacia los males de las sociedades occidentales y dispuesta a mantener la libertad de pensamiento a cualquier coste, se hubiera tragado semejante experimento de ingeniería política y social que causó tamaña barbarie.
Es este el fondo sobre el que discurre la reflexión y el análisis de Martin Amis. Él mismo, desde una posición distante en el tiempo, se pregunta por la aquiescencia de los intelectuales de la generación de su padre, el escritor Kingsley Amis, hacia el estalinismo. Y destaca que, aunque muchos fueron los que renegaron a lo largo del tiempo, en general la URSS contó con las simpatías de la izquierda hasta bien entrada la década de los setenta.
El autor comienza con el estudio del fenómeno de la implantación y desarrollo del bolchevismo en Rusia. No es un historiador, sus descripciones son impresionistas, con admirables aciertos por su agudeza, pero resulta esclarecedor porque, aunque vaya a trompicones y construya a base de grandes trazos, persigue la presa y la cobra. Obviamente descubre al lector la barbarie en toda su intensidad y amplitud. En el capítulo dedicado al estudio del sistema como tal, aprecia que todo se resume en el hundimiento del valor de la vida, ese es el eje en el que sustenta un experimento en el que el terror era el combustible que alimentaba el movimiento.
Para Martin Amis el conflicto es más profundo y oscuro, la pugna entre la esperanza y la desesperación que acompaña a los que no tienen fe en la naturaleza humana, siempre imperfecta, frágil, dubitativa, caprichosa, pero libre
El otro gran capítulo está dedicado al análisis de la figura de Stalin, su condición humana y su forma de actuar en política, las decisiones que adoptó y las circunstancias que las rodearon. Amis encuentra una continuidad de Stalin respecto a sus antecesores, Lenin y Trotski, que ya habían montado un eficiente estado policial y empleado a fondo la eliminación en masa de los adversarios y el hambre como arma represiva. En realidad Stalin, con sus singularidades --descubrió que un nuevo enemigo lo constituían los propios compañeros del partido--, era un producto de las ideas bolcheviques y sólo ahondó en la perfección negativa hasta unos límites racionalmente inconcebibles con el gulag.
En el capítulo final, trata de desenterrar las raíces de esa afinidad de los intelectuales con la URSS y el estalinismo. ¿Por qué? Su padre, Kingsley, cuando abandonó la Idea a los 45 años, habla de conflicto entre sentimientos e inteligencia, una necesidad emocional que hacía imposible no creer en otra cosa que no condujera a la ilusión colectiva de la justicia social y la fraternidad, pero para Martin el conflicto es más profundo y oscuro, la pugna entre la esperanza y la desesperación que acompaña a los que no tienen fe en la naturaleza humana, siempre imperfecta, frágil, dubitativa, caprichosa, pero libre.
En el fondo, el proyecto comunista, según Amis, es una guerra librada contra la naturaleza humana: “el utopista activo, el perfeccionador, desde el comienzo mismo, siente una furiosa animadversión por la ineludible realidad de la imperfectibilidad humana”. De la lectura cabe una pregunta final, ¿cuánto hay de las manifestaciones de ese poso ideológico, como las pretensiones de superioridad moral, el desinterés selectivo (Iraq vs Sudán) y la sordera moral (Cuba), en la actual izquierda?