Reseñas de libros/No ficción
El terror en el otro bando
Por Rogelio López Blanco, jueves, 9 de octubre de 2003
César Vidal ha presentado durante la primera mitad de 2003, junto a otro libro de divulgación dedicado a desentrañar enigmas históricos, una investigación sobre un tema tan apasionante como fue el de la represión organizada por el bando republicano desde la rebelión de los militares el 18 de julio de 1936. El trabajo tiene puntos débiles pero, en conjunto, plantea una cuestión de enorme interés y llega a unas conclusiones de gran impacto.
El gran objetivo de este libro es mostrar la organización del sistema represivo en el Madrid republicano, el grado de compromiso e implicación de las autoridades en ese proceso y la identificación de los responsables inmediatos de las acciones de exterminio. Sus conclusiones están bien demostradas por medio de una bibliografía amplia y una documentación exhaustiva
El principal reparo que cabe poner a la obra es de cierta entidad, aunque marginal en lo que se refiere al tema central de la obra. Considero muy endeble la parte dedicada a presentar los antecedentes de la revolución que estalló en julio del 36 en el interior del bando republicano, en concreto cuando se refiere a la coalición revolucionaria que cuajó a finales del siglo XIX y que acabó liquidando a la monarquía. El que las organizaciones se propusieran acabar con la monarquía no indica que hubiese tal coalición. Las endémicas riñas entre los distintos grupos republicanos, la negativa de Pablo Iglesias a aliarse con los sectores más radicales de la burguesía (republicanos) o el miedo de los nacionalistas catalanes de signo conservador a los excesos inhabilitan el argumento de la coalición. por otra parte, ¿cómo se explica que Cambó y otros miembros de su partido, la LLiga Regionalista, se convirtiesen después de 1917 en ministros de Alfonso XIII?
En segundo lugar, el autor atribuye implícitamente a la monarquía española unas cualidades democráticas de las que carecía, no siendo ecuánime en la valoración del sistema. Habla de monarquía parlamentaria de la época de Alfonso XIII, dándole un contenido democrático a la expresión pues la equipara al sistema británico, sin precisar que ésta última sí era democrática mientras que en España subsistía todavía un sistema de corte oligárquico donde las elecciones estaban manipuladas y eran controladas por los grandes electores que dominaban la poplítica del país. Los únicos reductos democráticos estaban en las grandes ciudades y en unas cuantas capitales de provincia donde las citas electorales se desarrollaban con competencia entre partidos, con campañas políticas modernas y presentación de programas. Aunque hubo casos de fraude, como en Estados Unidos, Francia o Reino Unido, se trataba de uno de nuevo tipo, típico de los países avanzados.
La entidad del montaje represivo y la amplitud de las complicidades a todos los niveles y organizaciones hacen inaceptables los conocidos argumentos de la reacción espontánea de algunos ante la innegable represión en el otro lado
Por eso, los resultados de la elecciones municipales de abril de 1931 tienen tanta importancia. Los resultados de las zonas agrarias estaban falsificados, como había venido ocurriendo desde el inicio de la Restauración (y mucho antes), pero eso ya no ocurría en las ciudades, como todo el mundo sabía. Cualquiera que rastree en la historiografía de la época lo puede comprobar.
En tercer lugar, si bien es cierto que los grupos de oposición eran débiles e inconsistente en sus proyectos, también lo es que la monarquía no supo reformarse para adaptarse a los nuevos tiempos de política de masas debido al obstáculo que presentaba la pieza angular del sistema canovista, el Rey. Fue Alfonso XIII el principal causante de su caída al violar la Constitución de 1876 y avalar el golpe de estado de Primo de Rivera, dándole la oportunidad a una oposición bisoña y, como bien dice Vidal, sectaria, incapaz y soberbia. Con esos mimbres, la vida de la Segunda República sólo podía ser tortuosa.
Salvado ese apartado, el trabajo es interesantísimo en las conclusiones a que da pie la investigación. En la represión que tuvo lugar en Madrid entre julio y diciembre del 36, en la que se pasó de las sacas individuales al exterminio de masas que culminó en las matanzas de Paracuellos, fueron responsables las más altas magistraturas del Estado republicano (ministros, directores generales...), muchos de sus aparatos (prisiones, seguridad...) y todas las organizaciones que componían el Frente Popular que avalaban las políticas de exterminio de los prisioneros. Además de esto, las operaciones de torturas, saqueo y asesinato estuvieron respaldadas con el silencio cómplice cuando no del aplauso (Alberti, Mª Teresa León,...) de muchos de los intelectuales republicanos.
Aunque, como queda dicho, todas los partidos y sindicatos del FP estaban implicados en las acciones, fue el PCE quien alcanzó el protagonismo principal
Esto tuvo importantes repercusiones políticas a escala internacional. Ya desde 1934 las potencias occidentales, en particular Gran Bretaña, recelaban de una izquierda que no había aceptado el resultado arrojado por las urnas, una desconfianza que se vio acrecentada con el comportamiento de los seguidores del FP tras la victoria electoral de febrero del 36 que desbordó la autoridad del gobierno para sostener el orden público y otros abusos, para finalmente, ver constatada la negativa impresión con el completo desplome de la legitimidad republicana en julio del 36, manifestada en su forma más aguda en la multiplicación a escala soviética del terror revolucionario.
Ante estas circunstancia, no es extraño para el autor que los países democráticos abogasen por una política de no intervención. De hecho, fueron los servicios diplomáticos de Madrid, además de constituir, junto a otros actores individuales, el valladar más importante para paliar la extensión y continuación de las matanzas, la principal fuente de información sobre los hechos.
Por lo tanto, la entidad del montaje represivo y la amplitud de las complicidades a todos los niveles y organizaciones hacen inaceptables los conocidos argumentos de la reacción espontánea de algunos ante la innegable represión en el otro lado. Como señala uno de los personajes de la memorable novela que José Mª Pérez Prat escribió bajo el seudónimo de Juan Iturralde, Días de llamas (Debate, 2000), se trataba de una auténtica "competición en atrocidades". Aprovecho la ocasión para recomendar encarecidamente esta obra para aquellos que quieran conocer, casi sentir, de primera mano el ambiente político y social de aquel Madrid en los primeros meses de la Guerra Civil.
Por último, aunque, como queda dicho, todas los partidos y sindicatos del FP estaban implicados en las acciones, fue el PCE quien alcanzó el protagonismo principal. Dominaba la consejería de Orden Público en la figura de Santiago Carrillo y controlaba el organismo encargado de la represión. Para César Vidal no hay duda de que fueron los principales responsables directos de las matanzas de Paracuellos, seguridad que se apoya en la documentación contenida en los archivos de la antigua Unión Soviética.
Según el autor, el plan del PCE no era distinto del practicado por los bolcheviques en la Rusia de 1917. Primero aplastar a las fuerzas “reaccionarias”, operación culminada en Madrid a principios de diciembre de 1936, luego ir contra las organizaciones de izquierdas que no se plegaran a los criterios de los comunistas (sucesos de mayo de 1937 en Barcelona), mientras que, en paralelo, se iban infiltrando en el aparato de seguridad y copando los mandos de las fuerzas armadas. Con Negrín culminó el proceso. De nuevo la documentación de los archivos soviéticos confirma que ni el presidente del gobierno ni los comunistas contemplaban la vuelta a la democracia en caso de victoria y que el sistema se organizaría en torno a un partido o frente único controlado por el PCE, algo similar a los sistemas que se implantaría en el este de Europa después de 1945.
En resumen, el trabajo de César Vidal saca a la luz un asunto fundamental de la guerra civil española que afecta a uno de los mitos principales que se han mantenido a lo largo del tiempo, el de que existía una democracia asediada por el fascismo. Para Vidal no había democracia, lo demuestra la forma que revistió la represión y la implicación de todas las fuerzas políticas, junto con la ausencia de cualquier legalidad una vez que las organizaciones del FP tuvieron las armas. Más bien, como ha señalado con agudeza Stanley G. Payne, se trató de un lucha entre dos bandos, uno revolucionario y otro contrarrevolucionario.