“Se puede decir
que todos los enfoques caben dentro de la Poética de Aristóteles, al
considerar la literatura mimética, pero también la que acepta otra realidad.
Desde ese planteamiento, en Murakami se observa una tensión permanente entre la
realidad y la ficción. Su estética posee una base sensorial que, a veces,
prescinde de soluciones racionales. Sus historias son posibles, aunque no
sucedan realmente, como mundos posibles que se expresan a través de la
literatura. Murakami construye mundos y los llena de habitantes que pertenecen a
una naturaleza distinta. Sus objetos, personas, acciones e ideas son semejantes
a la realidad, pero también hay otros que no imitan ese modelo, y son
maravillosos e imposibles a la vez que verosímiles y convincentes. Su mundo lo
constituyen multitud de imágenes que se convierten en metáforas porque tienen un
mundo simbólico detrás, basado en mitos orientales y occidentales. Están las
obras fundadoras de la literatura japonesa (Kojiki, Kokinshū, El libro de la
almohada, Genji monogatari, Heike monogatari, la literatura del
apartamiento, los cuentos fantásticos, el teatro ritual, las obras de Natsume
Sȏseki, como Botchan y Kokoro, las de Mori Ȏgai, como El
ganso salvaje y Vita sexualis, y las del propio Yukio Mishima, con
Confesiones de una máscara y El color prohibido), pero también las
de la mitología occidental, sobre todo griega y romana –con el indiscutible
dominio de las tragedias de Sófocles y Eurípides–, y las mejores novelas de la
literatura actual, desde la novela policíaca a las posmodernas, pasando por la
psicológica. Las obras japonesas son románticas, sensitivas, musicales,
ingenuas..., mientras que las occidentales son más racionales, deudoras de la
Ilustración del siglo XVIII. Murakami mezcla ambos mundos con habilidad y
sutileza, igual que hace con el tiempo, que sigue tanto las coordenadas
orientales como las occidentales”. (Capítulo 2, pp. 41 y
42.)
“El carácter
incompleto de los mundos posibles de Murakami (con infinidad de vacíos) adquiere
un valor estético. Ése es su estilo, dominado por los convencionalismos del
género, así como por el momento que atraviesa la novela, lo que acentúa la
simbología de la mayoría de sus personajes y situaciones. En épocas de mayor
estabilidad, los escritores tienden a precisar con multitud de detalles los
elementos narrativos de su mundo creativo, lo que no ocurre en épocas de
inestabilidad; por eso, entre otras razones, la ficción realista no encuentra
tanto sentido en las épocas de crisis. Eso no significa que, desde el punto de
vista pragmático, el lector no busque una literatura con pocos huecos.
Seguramente K, el protagonista de Sputnik, mi amor, seguirá seduciendo a
las madres de sus alumnos, Hajime continuará la búsqueda de sí mismo
persiguiendo a todas las mujeres cojas que se cruza por la calle y Takahashi se
licenciará en derecho y tal vez se reúna con una Mari licenciada en filología
china que no ha dejado de cuidar de su hermana Eri, después de que ésta haya
perdido su belleza. A decir verdad, todo eso nunca se sabrá debido al carácter
incompleto de los mundos ficcionales; los textos son lo que son y, mientras el
autor no los continúe, habrán terminado, aunque los lectores no estén de
acuerdo, y se empeñen en imaginar cosas inexistentes. Es la paradoja entre la
creación y su recepción; lo que está fuera del texto no forma parte del mundo
posible ficcional que el escritor ha querido transmitir, motivo que invalida esa
obsesión de algunos para que los propios lectores continúen las
tramas.
Las
novelas de Murakami poseen una estructura semántica interna de gran complejidad.
Son conjuntos de dominios semánticamente diversificados, integrados en un todo
estructural gracias a las macro-construcciones formativas. La falta de
homogeneidad semántica es notable en sus mundos posibles; esto se observa en sus
dominios actanciales, con una mezcla de las modalidades narrativas (alética,
deóntica, epistémica y axiológica), que se despliegan en mundos diádicos, tanto
mitológicos como sobrenaturales. Eso sí, Murakami consigue que sus dominios se
unan por las grandes posibilidades de contactos interfronterizos. La complejidad
semántica de sus novelas es una manifestación de la autosuficiencia estructural
de sus mundos posibles. Esos mundos son el resultado de la simbiosis, las
jerarquías y las tensiones de los diferentes dominios que utiliza en cada
momento. Es la manera que ha adoptado para combinar agentes ficcionales,
sucesos, acciones, interacciones y estados mentales. Por ejemplo, el lenguaje
que utiliza en las historias paralelas de El fin del mundo es distinto,
más barroco y prolijo en la historia del fin del mundo propiamente dicho, y más
conciso y sencillo en la descripción del país de las maravillas. Los unicornios
pueden habitar los dos mundos ficcionales, igual que es posible enamorarse de
las seductoras bibliotecarias de ambos mundos”. (Capítulo 2, pp. 55 y
56.)
Nota de la Redacción: queremos expresar nuestro
agradecimiento a Justo
Sotelo, autor del estudio, y al editor de Izana, Javier Gil
Carmona, su generosidad por permitir la publicación de los extractos del libro
Los
mundos de Haruki Murakami (Izana Editores, 2013)
en Ojos de
Papel.