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Justo Sotelo: <i>Los mundos de Haruki Murakami</i> (Izana Editores, 2013)

Justo Sotelo: Los mundos de Haruki Murakami (Izana Editores, 2013)



Haruki Murakami en 2009 (fuente de la foto: wikipedia)

Haruki Murakami en 2009 (fuente de la foto: wikipedia)


Tribuna/Tribuna libre
Los mundos de Haruki Murakami
Por Justo Sotelo, jueves, 1 de agosto de 2013
Haruki Murakami es, actualmente, el escritor japonés más leído y traducido en el mundo. No es cuestión de comparar la calidad de su obra con la de los grandes escritores japoneses de la historia, como Ȏe, Mishima, Kawabata, Tanizaki o Ishiguro (incluso de un clásico como Sȏseki, del que se están traduciendo sus novelas al castellano), sino de constatar su vigencia en esta época, como señala Justo Sotelo en su ensayo Los mundos de Haruki Murakami (Izana Editores, 2013). En principio no suele tratar los temas tradicionales de la cultura japonesa. En una primera lectura, no se observa el exotismo de muchas culturas alejadas del canon occidental. Más allá de las fronteras geográficas y culturales, cualquier lector consigue asimilar sin problemas el mundo narrativo de Murakami, la universalidad de su literatura. Pero tras una relectura se comprueba que el sentido de la estética de su país impregna la mayoría de las páginas del escritor, desde la llamada energía vital (ki), pasando por el concepto de sinceridad de los sentimientos (makoto) y llegando a la intensidad de esos mismos sentimientos (mono no aware). Su literatura es sensorial y plástica, y su realidad está sublimada e idealizada, gracias a las imágenes, los símbolos y las metáforas.

“Se puede decir que todos los enfoques caben dentro de la Poética de Aristóteles, al considerar la literatura mimética, pero también la que acepta otra realidad. Desde ese planteamiento, en Murakami se observa una tensión permanente entre la realidad y la ficción. Su estética posee una base sensorial que, a veces, prescinde de soluciones racionales. Sus historias son posibles, aunque no sucedan realmente, como mundos posibles que se expresan a través de la literatura. Murakami construye mundos y los llena de habitantes que pertenecen a una naturaleza distinta. Sus objetos, personas, acciones e ideas son semejantes a la realidad, pero también hay otros que no imitan ese modelo, y son maravillosos e imposibles a la vez que verosímiles y convincentes. Su mundo lo constituyen multitud de imágenes que se convierten en metáforas porque tienen un mundo simbólico detrás, basado en mitos orientales y occidentales. Están las obras fundadoras de la literatura japonesa (Kojiki, Kokinshū, El libro de la almohada, Genji monogatari, Heike monogatari, la literatura del apartamiento, los cuentos fantásticos, el teatro ritual, las obras de Natsume Sȏseki, como Botchan y Kokoro, las de Mori Ȏgai, como El ganso salvaje y Vita sexualis, y las del propio Yukio Mishima, con Confesiones de una máscara y El color prohibido), pero también las de la mitología occidental, sobre todo griega y romana –con el indiscutible dominio de las tragedias de Sófocles y Eurípides–, y las mejores novelas de la literatura actual, desde la novela policíaca a las posmodernas, pasando por la psicológica. Las obras japonesas son románticas, sensitivas, musicales, ingenuas..., mientras que las occidentales son más racionales, deudoras de la Ilustración del siglo XVIII. Murakami mezcla ambos mundos con habilidad y sutileza, igual que hace con el tiempo, que sigue tanto las coordenadas orientales como las occidentales”. (Capítulo 2, pp. 41 y 42.)

 

“El carácter incompleto de los mundos posibles de Murakami (con infinidad de vacíos) adquiere un valor estético. Ése es su estilo, dominado por los convencionalismos del género, así como por el momento que atraviesa la novela, lo que acentúa la simbología de la mayoría de sus personajes y situaciones. En épocas de mayor estabilidad, los escritores tienden a precisar con multitud de detalles los elementos narrativos de su mundo creativo, lo que no ocurre en épocas de inestabilidad; por eso, entre otras razones, la ficción realista no encuentra tanto sentido en las épocas de crisis. Eso no significa que, desde el punto de vista pragmático, el lector no busque una literatura con pocos huecos. Seguramente K, el protagonista de Sputnik, mi amor, seguirá seduciendo a las madres de sus alumnos, Hajime continuará la búsqueda de sí mismo persiguiendo a todas las mujeres cojas que se cruza por la calle y Takahashi se licenciará en derecho y tal vez se reúna con una Mari licenciada en filología china que no ha dejado de cuidar de su hermana Eri, después de que ésta haya perdido su belleza. A decir verdad, todo eso nunca se sabrá debido al carácter incompleto de los mundos ficcionales; los textos son lo que son y, mientras el autor no los continúe, habrán terminado, aunque los lectores no estén de acuerdo, y se empeñen en imaginar cosas inexistentes. Es la paradoja entre la creación y su recepción; lo que está fuera del texto no forma parte del mundo posible ficcional que el escritor ha querido transmitir, motivo que invalida esa obsesión de algunos para que los propios lectores continúen las tramas.

 

Las novelas de Murakami poseen una estructura semántica interna de gran complejidad. Son conjuntos de dominios semánticamente diversificados, integrados en un todo estructural gracias a las macro-construcciones formativas. La falta de homogeneidad semántica es notable en sus mundos posibles; esto se observa en sus dominios actanciales, con una mezcla de las modalidades narrativas (alética, deóntica, epistémica y axiológica), que se despliegan en mundos diádicos, tanto mitológicos como sobrenaturales. Eso sí, Murakami consigue que sus dominios se unan por las grandes posibilidades de contactos interfronterizos. La complejidad semántica de sus novelas es una manifestación de la autosuficiencia estructural de sus mundos posibles. Esos mundos son el resultado de la simbiosis, las jerarquías y las tensiones de los diferentes dominios que utiliza en cada momento. Es la manera que ha adoptado para combinar agentes ficcionales, sucesos, acciones, interacciones y estados mentales. Por ejemplo, el lenguaje que utiliza en las historias paralelas de El fin del mundo es distinto, más barroco y prolijo en la historia del fin del mundo propiamente dicho, y más conciso y sencillo en la descripción del país de las maravillas. Los unicornios pueden habitar los dos mundos ficcionales, igual que es posible enamorarse de las seductoras bibliotecarias de ambos mundos”. (Capítulo 2, pp. 55 y 56.)



Nota de la Redacción: queremos expresar nuestro agradecimiento a Justo Sotelo, autor del estudio, y al editor de Izana, Javier Gil Carmona, su generosidad por permitir la publicación de los extractos del libro Los mundos de Haruki Murakami (Izana Editores, 2013) en Ojos de Papel.
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