Además, del nivel educativo depende también el nivel tecnológico del
sistema productivo. Las tecnologías no son sino conocimiento acumulado en las
formas y métodos de producción que se incorpora a las rutinas de las empresas, a
su manera de abordar las soluciones técnicas a los problemas productivos, y
también a los bienes y servicios que se obtienen. El input educativo de las
tecnologías que se desarrollan internamente en el mundo industrial o cuyo logro
se obtiene en cooperación con el mundo académico, es muy relevante. El
desarrollo tecnológico requiere el empleo de científicos e ingenieros entrenados
en la búsqueda de soluciones a problemas complejos de carácter concreto,
asociado a un producto o un sistema productivo. Requiere también el
entrenamiento de los trabajadores en el empleo de la tecnología, en su
comprensión, en su comportamiento. Y lo mismo ocurre si las tecnologías, en vez
de ser desarrolladas por quienes las van a emplear, son adquiridas a otros,
muchas veces a empresas extranjeras, bajo la forma de máquinas, patentes, planos
o asistencia técnica. También la tecnología importada requiere aprendizaje,
comprensión, lo que sólo será viable si se cuenta con la base de conocimientos
previa que la haga asimilable.
Por tanto, afirmar que la educación forma
parte del núcleo de problemas esenciales de cualquier nación, no constituye
ninguna exageración: resolver los problemas educativos es, seguramente, una de
las mejores formas de contribuir al desarrollo económico y, con él, al bienestar
de los ciudadanos.
En España adolecemos de unos bajos niveles de
productividad en términos comparativos con los países más desarrollados. De
ellos se deriva una capacidad disminuida para competir en los mercados
internacionales, lo que acaba traduciéndose en fuertes desequilibrios
exteriores: las importaciones exceden con mucho a las exportaciones y ello nos
obliga a recurrir al ahorro exterior para poder financiarlos. La baja
productividad se corresponde con un también bajo nivel relativo de capital
humano y, así, mientras nuestra población en edad de trabajar ha pasado, en
promedio, 9,4 años dentro del sistema educativo, la de Estados Unidos cuenta con
13,2 años de escolarización. La media de la Unión Europea está en 11,4 años de
estudios. Se trata de diferencias apreciables que, a pesar del esfuerzo
realizado por los españoles durante las últimas décadas, no ha logrado acortarse
de una manera apreciable, pues los otros países siguen compitiendo en la carrera
por lograr una mejor formación. Los estudios que, sobre esto, han realizado en
el
Instituto
Valenciano de Investigaciones Económicas lo dejan claro.
No se trata sólo de que la población
española tenga menos años de escolarización, sino que también hay que tener en
cuenta que, sobre todo en los últimos años, la calidad de la educación en España
ha ido disminuyendo de una manera
alarmante
Pero no se trata sólo de que la
población española tenga menos años de escolarización, sino que también hay que
tener en cuenta que, sobre todo en los últimos años, la calidad de la educación
en España ha ido disminuyendo de una manera alarmante. Es conocido el aumento
del fracaso escolar, de manera que el porcentaje de los jóvenes que no han
completado la enseñanza secundaria obligatoria —el 31 por 100 en 2007— duplica
el promedio europeo. También se han difundido mucho los resultados del
Informe PISA que
realiza la OCDE en el que se comparan las puntuaciones
obtenidas por los alumnos de 15 años, en 57 países de todos los continentes, en
ciencias, matemáticas y lectura. Un informe que revela que, en España, los
conocimientos adquiridos están claramente por debajo del promedio de los países
más desarrollados; y que, además, en nuestro país cunde la mediocridad, de
manera que nuestra elite escolar —la formada por los estudiantes más
aventajados— es muy estrecha. Sin embargo, son menos conocidos otros aspectos
como el hecho de que una mayoría de los profesores —según una encuesta dirigida
por el conocido impulsor de la LOGSE, Álvaro Marchesi— consideran que ha habido
un
empeoramiento
en el nivel de conocimientos de sus alumnos. O también
que, según un
estudio
patrocinado por la Fundación Bofill, una de las variables
que inciden sobre el bajo nivel de conocimientos de los estudiantes en Cataluña
es la lengua materna, de forma que los castellanohablantes obtienen puntuaciones
significativamente más reducidas que los catalanoparlantes. Y añadamos a todo
ello que, como ha mostrado en un
trabajo
reciente el profesor Rafael Doménech, existe una relación
positiva entre los años de escolarización de la población adulta y el
rendimiento educativo de los escolares de quince años.
Estos son los
principales problemas que ha de abordar la política educativa. En mi opinión,
ésta, para reformularse correctamente, debería partir de la aceptación por los
diferentes actores políticos y sociales de la idea de que la escuela no debe ser
el escenario de las confrontaciones ideológicas, sean de carácter religioso,
moral o político. Tampoco debe estar sujeta al interés de los poderes locales,
sean o no de carácter nacionalista, ni menos aún al de los grupos económicos
interesados en la contraposición entre la enseñanza pública y la privada. Y para
que esto sea así, no cabe duda de que el único modelo viable es aquél en el que
el Estado ostenta las principales competencias que dan lugar al diseño y la
regulación del sistema educativo, el control e inspección de los centros de
enseñanza y también el del ajuste de los contenidos de los textos escolares a
los programas docentes establecidos. Ello supondría, con respecto a la situación
actual, una recentralización de las competencias educativas de las
Administraciones Públicas, quedando para las Comunidades autónomas la simple
ejecución de la política educativa del Estado.
El mayor esfuerzo ha de hacerse en
la educación infantil y en la educación primaria, pues es en estos niveles
iniciales en donde se gesta el fracaso escolar que se manifiesta, años más
tarde, entre los alumnos de secundaria
Esa
política tendría que incrementar sus recursos financieros, aunque en esto el
esfuerzo a realizar no tiene por qué ser excesivo, pues los niveles de gasto
educativo actuales se encuentran próximos al promedio europeo. El mayor esfuerzo
ha de hacerse en la educación infantil y en la educación primaria, pues es en
estos niveles iniciales en donde se gesta el fracaso escolar que se manifiesta,
años más tarde, entre los alumnos de secundaria. España debe mejorar su
actuación educativa entre los niños que se incorporan a la escuela
—especialmente, entre los que provienen de las clases más desfavorecidas
económicamente, o de las familias desestructuradas— durante los primeros años de
su andadura.
Además, parece conveniente el rediseño del sistema actual
en algunos aspectos singularmente problemáticos. Uno de ellos es el de la
diversificación de los itinerarios en el segundo ciclo de la secundaria, de
manera que se puedan atender, dentro de este nivel de la enseñanza obligatoria,
las necesidades de los alumnos que prefieren una orientación profesional frente
a la de carácter más académico. Otro es el de la introducción de incentivos al
aprendizaje por parte de los alumnos mediante la introducción de pruebas
estandarizadas de carácter nacional cuya superación sea considerada como un
requisito ineludible para la obtención de la titulación académica. Asimismo,
debe haber incentivos para el profesorado, de manera que su destino o puesto de
trabajo y su retribución dependa, parcialmente, de su esfuerzo formativo
individual, del rendimiento de sus alumnos y del de su centro. Esto último
debería implicar una mayor autonomía de los colegios e institutos públicos en lo
que atañe a su organización interna y al empleo de sus medios materiales y
personales. Y no debe descartarse la posibilidad de introducir elementos de
competencia entre los centros a través de la atribución de una mayor capacidad
de elección a los padres de los alumnos, incluyendo la introducción del cheque
escolar. Naturalmente esto último tendría que acompañarse de un sistema de
evaluación objetiva y pública de los centros, sea cual sea su propiedad, y de su
rendimiento, pues de otro modo el mercado no sería lo suficientemente
transparente como para asegurar la racionalidad del derecho de elección de los
padres.
En el sistema educativo se juega el futuro económico del país y
el bienestar de las generaciones que nos sucederán. Ahora que, en España,
experimentamos el zarpazo de la crisis, es el momento de remover los obstáculos
que, en el pasado, impidieron que nuestra escuela alcanzara la calidad requerida
por una sociedad cada vez más abierta y competitiva en la que los viejos anhelos
de equidad y libertad pudieran llegar a realizarse.