Una
pizca de la parapsicología se le ha colado a Pere Puiggròs en su nuevo libro de
relatos: Huevos Ana (Ediciones Carena, 2012), título que no
amaga ninguna declaración de amor, pero que sintoniza muy bien con el contenido
irónico de su prosa, que describe a personajes en tecnicolor: calzonazos de pies
a cabeza, hombres que se ven perdidos por los enredos de la mujer; señoras que
desvelan sus fantasías y que se ponen metas a medida que consiguen rebasar sus
anteriores plusmarcas; turistas de la Orden de los Yayoflautas…
Pere
ha sido un aprendiz de mago (“sin llegar a ser mago, dejé de ser aprendiz”)
porque también ha sido un escritor en ciernes, aunque a su manera: “La
literatura me ha perseguido siempre, allá a donde fuera”. Por eso, durante años,
acompasándolo con otras modalidades del Yo, se embebió de la escritura
automática, que ejercitaba como un autorreflejo, dejando inéditas miles y miles
de páginas manuscritas… “Era mi manera de comunicarme con Ese Algo…”, se
refiere, aludiendo a Lo Superior, “que no tiene ni forma ni color, y que se
manifiesta de diversas maneras”. En el 2006, Pere se matriculó en l’Escola
d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès, en la que supo encauzar su creatividad. “Al
principio, la poesía me fue útil, era lo más cercano a mi pensamiento; luego,
con el tiempo, el cuento, el ‘Érase una vez...’, se convirtió en mi manera de
mirar el mundo.” “Me defino como un naturalista tramposo, porque soy muy
observador”, inquiere.
Ese
don para interpretar la realidad que otros apenas distinguen le viene, quizá, de
su contacto con el periodismo. Pere Puiggròs trabajó durante seis años, en los
sesenta del pasado siglo, como compaginador en la redacción del diario El Noticiero Universal, convertido hoy
en restaurante de “cocktails & good bar”. “Bueno, allí componía las páginas,
ordenaba la actualidad, le otorgaba tamaño (importancia) y la medía con el
tipómetro de cíceros”, expone. Así que si Pere es un pelín brujo y un mucho
escritor, es porque trabajó entre periodistas.
Y
es un cronista-narrador porque, antes, ha sido pintor. “De hecho, entré a
trabajar en El Noti por un cúmulo de
coincidencias, es decir, estaba donde debía en el momento que debía... Mi vida siempre ha
sido así, parece que el destino se empeña en guiarme con precisión.” Pere
Puiggròs estudió en la Escola Massana y en la facultad de Bellas Artes de la
Universitat de Barcelona, con tanta destreza que el pincel hacía las veces de
regaliz. “Pintaba de día y de noche, así que algo se me tuvo que quedar. Qué
coño, era bueno, sí. Quizá ya haya pintado en otras vidas”, contesta sin falsa
modestia. “La pintura y el dibujo dieron sentido a mi vida, suponía trabajar con
la belleza, con una ética de la verdad. En aquellos momentos quería eliminar de
mi pintura lo que consideraba superfluo, lo que no fuese estrictamente
necesario, y solía navegar sobre las grandes superficies de un Morris Louis, y entre las estrategias
autodocentes de [Josef] Albers y las pulsiones místicas de [Mark] Rothko.”
Pere
ha sido mago porque ha sido escritor, ha sido escritor porque ha sido narrador,
ha sido cronista porque ha sido pintor, y ha sido pintor porque ha sido artista,
con el certificado correspondiente de la Junta de los Desadaptados: “En mi
no-educación, me llevaron a una de esas academias que, a la sazón, te hacían
informes psicotécnicos para averiguar tus preferencias y tus aptitudes. A mí me
dijeron: ‘Usted es artista’. Yo, que no había pisado un museo en mi vida”. En el
fondo de su alma de artista, se cobijaba un niño de la posguerra, un niño de la
calle, sin Dios ni amo y con los bronquios oxidados, un niño de la calle del
barrio Gòtic de Barcelona: “Entonces, simplemente sobrevivíamos, pero, en muchos
aspectos, también éramos libres; conocíamos la dictadura gris, pero no
conocíamos el sida, el Tranquimazin, la desazón que hoy consume a los jóvenes,
la codicia de este mundo loco de hoy que se aboca al fin de un modelo, como si
fuera el Imperio Romano en su decadencia…”.
Y
si el niño de la calle-artista-pintor-cronista-escritor-mago Pere Puigròs, que
divierte al lector con sus Huevos
Ana, dejara de ser todo eso, tampoco importaría; haría cualquier otra cosa.
“Siempre conservaré la mirada, esa que desnuda la
realidad.”